La actividad volcánica es la mejor prueba de que un cuerpo planetario, sea planeta o satélite está "geológicamente vivo", es decir, conserva fuentes de energía interna capaces de producir fusiones de material del interior y lanzarlo a la superficie.
Conocemos, aunque no lo suficiente, el vulcanismo presente y pasado de nuestro planeta e incluso podemos clasificar sus tipos de erupciones y sus correspondientes capacidades destructivas para nuestra especie, pero una pregunta que solo en las últimas décadas estamos siendo capaces de contestar es si también otros cuerpos del Sistema Solar tienen actividad volcánica activa.
Las apasionantes investigaciones llevadas a cabo a partir de los años setenta del siglo pasado, bien por observaciones de los telescopios espaciales o por las sondas enviadas al espacio, alguna de las cuales como las gemelas Voyager I y Voyager II han recorrido en sus trayectorias la mayor parte del Sistema Solar visitando a proximidades increíbles otros planetas, incuso los más remotos, nos han desvelado innumerables misterios, entre ellos el del vulcanismo extraterrestre.
Sin ánimo de realizar un estudio exhaustivo vamos a repasar algunos hitos en relación con volcanes, activos e inactivos descubiertos en nuestro Sistema Solar, comenzando por los de nuestro satélite La Luna.
Ya a simple vista o con telescopios primitivos se pueden distinguir en la superficie lunar dos tipos de paisajes: zonas ocupadas por cráteres, y otras de coloración más oscura y de aspecto liso. No es extraño que por comparación con nuestro propio planeta los astrónomos del pasado creyeran ver continentes en las zonas craterizadas y mares en las planicies oscuras. Todavía se conservan muchos de aquellos nombres, como "mar de la serenidad, mar de la tranquilidad o mar imbrio".
Sabemos hoy que las zonas lunares oscuras no son mares, sino coladas volcánicas de roca basáltica emitidas en remotas épocas en que nuestro satélite estaba geológicamente activo. Exploraciones posteriores han encontrado también volcanes parecidos a los terrestres, como el denominado Rumker.
Las primeras exploraciones de la superficie de Marte llevadas a cabo por las sondas Mariner de la NASA descubrieron volcanes, algunos enormes, si bien inactivos en el momento de su descubrimiento; destaca entre ellos el "Monte Olimpo", de seiscientos kilómetros de base y veintisiete de altura, algo así como tres veces el Everest, por increíbles que nos resulten a los terrícolas unas dimensiones tan gigantescas.
Los volcanes más altos de la Tierra apenas sobrepasan los diez mil metros, en el caso de los gigantes del Pacífico como los Mauna Loa o Mauna Kea: contamos la altura desde el fondo marino donde nacen, ya que estos volcanes del tipo denominado Hawaiano proceden de puntos calientes muy profundos (cerca de tres mil kilómetros), de los que se van separando y por tanto dejando de crecer a medida que la placa oceánica en la que brotan se desplaza y deja al volcán fuera del punto de emisión de lava.
En definitiva es la tectónica de placas, que no se descubrió hasta los años setenta del siglo XX, lo que explica que en la Tierra nunca se puedan formar en la actualidad volcanes tan gigantescos como el Olimpo marciano. Aquí las placas de desplazan, en Marte el fondo es fijo, por lo que un punto caliente no forma una cadena volcánica, sino un enorme volcán único.
También se suponía que Venus debía presentar actividad volcánica, dado el gran espesor de su capa de nubes que impide distinguir ningún detalle incluso desde sondas muy próximas. Donde no puede llegar la óptica llegaron las ondas de radio, que nos ofrecieron, gracias a la Sonda Magallanes, que sobrevoló Venus durante más de un año el planeta en órbitas circulares desvelando los misterios de la superficie. Las nubes espesas y los gases azufrados tienen efectivamente origen volcánico.
Ni la Magallanes ni otros ingenios posteriores han podido descubrir volcanes activos venusianos, pero sí algunos, entre los más de doscientos claramente cartografiados, cuyas últimas efusiones debieron de ser muy recientes; también hay algunos edificios muy altos, como el Monte Maat, de ocho mil metros, y otros de formas extrañas y desconocidas en los volcanes terrestres, que parecen aplastados por el peso de la atmósfera, se les dio el curioso nombre de "volcanes en huevo frito".
Pero las mayores sorpresas las proporcionó uno de los satélites de Júpiter, el más próximo de los cuatro que descubrió Galileo: se trata de Io; los otros tres Galileanos son Europa, Ganimedes y Calixto.
Ya algunos genios entre los astrónomos de la NASA habían pronosticado que por su distancia entre el gigante Júpiter y su satélite próximo Europa, Io debía estar sometido a tremendas fuerzas de atracciones entre estos cuerpos que serían capaces de literalmente fundir su superficie, y efectivamente así sucedía.
Al paso de las sondas Voyager, Io mostraba una coloración amarilla y rojiza claramente azufrosa y por tanto volcánica, y más claro todavía, había más de doscientos volcanes, en su mayoría activos. Hoy se conocen más de seiscientos., como Thor, Pelé, Prometeo, Amalterasu y tantos otros. Io nos había descubierto una nueva fuente capaz de producir vulcanismo: la energía mareal.
También en otros satélites de los planetas exteriores, los formados en sus superficies no por roca sino por hielo, se ha detectado actividad volcánica que en este caso no se traduce en emisión de lava, sino de vapor, formándose espectaculares geiseres similares a algunos de los que podemos contemplar también en la Tierra. Estos volcanes, no de lava sino de vapor, se han denominado Criovolcanes, literalmente "Volcanes de hielo".
Citaremos un último ejemplo: el gran Tritón, que es el mayor satélite de Neptuno. La superficie tritoniana aparece tremendamente distorsionada mostrando diferentes zonas, algunas de ellas se han denominado "piel de melón", que parecen gigantescas coladas volcánicas; también hay abundantes geiseres lo que configura en conjunto un satélite extraordinariamente activo a pesar de su bajísima temperatura.
Se admite la explicación de que Tritón puede ser un cuerpo lejanísimo procedente de los confines del Sistema solar que se acercó gravitacionalmente a Neptuno sin llegar a caer en él, ya que fue "frenado" por el gigantesco planeta. La energía producida por este fenómeno explicaría la extraña complejidad de la superficie de Tritón, y de ser cierta la hipótesis no sería extraño que cayera en el futuro sobre Neptuno.
Misterios y fronteras del sistema Solar que estamos empezando a descubrir y que constituyen desafíos apasionantes para la Ciencia terrícola. De hecho está naciendo una nueva rama de las Ciencias geológicas que llamamos "Geología Planetaria".
Miguel del Pino es catedrático de Ciencias Naturales.