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Miguel del Pino

Los lobos en Madrid

Queremos lobos y ganaderos conviviendo, como viene ocurriendo desde la remota antigüedad hispana, y no es imposible generar esta convivencia.

Diversas organizaciones naturalistas procedentes de todas las Comunidades Autonómicas de España donde aún sobrevive el lobo ibérico se manifiestan este domingo 12 en Madrid y recorren las calles, desde la Cuesta de Moyano hasta la Puerta del Sol, en defensa del lobo ibérico.

Allí, en Moyano, estaba yo, a mis años, saludando a viejos amigos e interesándome por su causa, que, en definitiva, es la defensa de la biodiversidad española que, como ninguna otra especie representan y simbolizan los últimos lobos de nuestra sub-especie ibérica Canis lupus signatus, descrita por Cabrera el año 1909.

Comenzaremos por centrar el tema evitando caer en exageraciones de cualquier tipo: ni románticas ni pecuniarias, porque es la Ciencia quien tiene que hablar en lo que se refiere a la gestión de un animal verdaderamente único que mantiene una guerra ancestral con el hombre que se remonta hasta las raíces del Neolítico.

En la España actual, el lobo es animal protegido al Sur del Duero y especie cinegética al Norte de esta frontera natural. Entre los lobos protegidos sureños hay al menos un par de manadas que frecuentan la Comunidad de Madrid en sus zonas serranas del norte, aunque es difícil señalar fronteras exactas para un corredor de fondo que puede desplazarse cincuenta kilómetros al día. La gestión integral de las especies protegidas no es tarea fácil para la Administración, pero la del lobo es especialmente complicada. Hay que evitar caer en el fácil tópico de "O lobos o ganaderos", que tanto daño ha hecho a la especie: queremos lobos y ganaderos conviviendo, como viene ocurriendo desde la remota antigüedad hispana, y no es imposible generar esta convivencia.

En el enfrentamiento entre ganaderos y proteccionistas del lobo, que nadie se pregunte quienes son "los buenos de la película", porque ambos colectivos lo son. Nadie puede quitar sus razones a los ganaderos que ven atacados sus rebaños en las famosas "lobadas", donde la manada de lobos entra a saco en los refugios nocturnos de ganado para matar todo lo que puede.

Estas matanzas masivas de ganado son la principal causa de que el lobo haya sido considerado por los ganaderos como una criatura diabólica que "mata por placer". No es así: las "lobadas" a saco son fruto del instinto de cazador nórdico, ancestral en el lobo, que lleva a estos predadores a tratar de almacenar presas que se conservan largo tiempo en el hielo. Del Gran Norte al Mediterráneo, el lobo no ha cambiado esta primitiva costumbre.

Hay que proteger a los ganaderos del lobo, y puede hacerse. El cableado con pastores eléctricos, las subvenciones para mejorar los refugios nocturnos del ganado, la cesión gratuita de mastines españoles, que son los mejores controladores del lobo, o la financiación total y fulminante de los daños comprobados, deben ser medidas imprescindibles en la gestión, pero también hay que evitar la extinción de la especie, que sería una verdadera catástrofe cultural, científica y hasta patriótica.

A fecha de hoy parece imposible que sobrevivan los grandes predadores ibéricos después de aquellas Leyes contra las "alimañas" de la casi totalidad del Siglo XIX, pero unos mínimos de las primitivas poblaciones lo ha conseguido, y pone a prueba la capacidad de las Administraciones de las diferentes Comunidades autonómicas para que demuestren que están capacitadas para gestionar los problemas de la Naturaleza por complejos que sean, y el del lobo verdaderamente es especial.

Quedan en toda la Península menos de cuatrocientas manadas de lobos. La unidad que hay que considerar no es el espécimen, sino la manada, que es quien interacciona con el medio al tratarse de una especie eminentemente social.

Cuando se abate un lobo alfa, es decir, el trofeo soñado por quienes se inscriben para la caza legal del lobo, la manada se desestabiliza, se dispersa y se convierte en mucho más peligrosa para el ganado. Algo que quienes no estén versados en ecología no llegan ni a sospechar.

Cuando se autorizó la caza del lobo al Norte de la frontera del Duero ya se sabía de antemano que la gestión cinegética de esta especie iba a ser particularmente delicada, no sólo por la desestabilización social a que nos referíamos, sino también porque lo codiciado de la pieza y el alto coste de su captura, se presta a que "valga todo" y se rompan las reglas del deporte y de la ética.

Hay que recordar por ejemplo que la nobleza que debe caracterizar a todo cazador está reñida con la colocación de cebos para atraer a la presa, y con los lobos se sigue a veces esta práctica prohibida en toda Europa. Esto no es caza.

Llegan noticias de naturalistas encausados por desmantelar algunos escondites para abatir lobos que al parecer superaban los límites del clásico "Hyde", o tienda camuflada, para convertirse en verdaderos refugios dotados de muchas más comodidades de las que puede desear un verdadero cazador: algo así como las carambolas que le ponían a Felipe II, según el dicho tan castizo como falso.

Cuando esta mañana he asistido a la cabecera de la manifestación para saludar a los buenos amigos, alguno de ellos antiguo alumno, temía encontrar a una amalgama de colectivos e intereses, con alguno de los cuales en absoluto coincido: pues, bien, no había ni radicales ni antitaurinos agresivos ni intereses políticos mezclados con los naturalistas. Estábamos ante gente de bien y así me honro en atestiguarlo.

Un espectador poco avezado diría que también había lobos, pintados y de verdad. No es cierto.

Los pintados o retratados rivalizaban en belleza en las pancartas naturalistas, los de carne y hueso no eran verdaderos lobos, sino lobos checos, una moderna raza canina que con sangre lobuna en sus genes, es en la actualidad la mejor imitación del verdadero lobo que ha sido capaz de seleccionar el hombre. También había algún precioso Pastor alemán, pero desde luego mucho menos parecido al lobo.

Y caretas, muchas caretas lobunas en los rostros de los manifestantes, y buen estilo, cero agresividad y cero insultos, gente tan buena como los pastores con quienes nunca se les debe enfrentar. Hay que lograr la convivencia.

No se puede consentir que se extingan los lobos ibéricos. Esta especie es hoy un verdadero símbolo y una prueba de fuego para los políticos y su pérdida sería una catástrofe para la biodiversidad española. Gestionen los responsables según criterios científicos y civilizados.

En Tecnociencia

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