Cuando su presencia como mascotas se basaba en la caza en sus selvas nativas, estuvimos a punto de la prohibición y la extinción en los hogares. La crianza en domesticidad ha convertidos a los loros en maravillosos animales de compañía.
En nuestro país el loro gris africano de cola roja (Psitacus erithacus) era el más frecuente de su género en los hogares. Tal abundancia se basaba en tener esta especie una gran población silvestre en la entonces Guinea Española, hoy día Guinea Ecuatorial.
No hay duda de que esta especie es la más habladora entre esa gran familia de parlanchines, y también la que con más claridad pronuncia largas frases entre la hilaridad de quienes le escuchan, pero también son muy habladores los miembros de varias especies de loros verdes sudamericanos del género Amazona.
En realidad el "habla" de los loros es su canto modificado. Consiguen la articulación de palabras gracias a una lengua carnosa de gran volumen, pero también se apoyan en su buena memoria y en una inteligencia muy superior a la del resto de las aves.
No ha habido más remedio que reconocer que cuando el loro pronuncia el nombre de alguien que conoce, precisamente cuando lo está viendo o cuando asocia palabras con situaciones, como el famoso "¿has pagao?" de algunos loros de las tabernas del viejo Madrid que se hicieron famosos entre los parroquianos, no se limita a repetir cantinelas, sino que es capaz de relacionar lo que ocurre con lo que dice.
Si unimos estas facultades con su innegable belleza no es extraño que todos los miembros medianos y grandes del orden Psitaciformes, como loros, cotorras o guacamayos hayan sido mascotas especialmente cotizadas, hasta el extremo de que su atractivo haya costado muy caro a algunas especies sometidas a exceso de caza.
La caza de loros y guacamayos sudamericanos daba lugar a un negocio muy triste, ya que era practicada por personas muy pobres, en algunos casos indígenas de tribus que vivían en condiciones precarias y que apenas obtenían unas migajas del suculento botín.
En los años setenta del pasado siglo calculábamos que el cazador que capturaba un gran guacamayo obtenía unas dos pesetas por una presa que llegaba al mercado en más de cien mil. (En la equivalencia actual, de quince céntimos de euro a seiscientos euros)
El tráfico de especies protegidas ha supuesto un volumen de mercado que se situaba en tercer lugar y muy próximo a los de armas y drogas. Las cifras millonarias enriquecían a las cadenas de traficantes, por lo que los países de origen de las especies, en este caso de loros, iban vendiendo a gotas su naturaleza sin beneficio para sus deprimidas economías.
La crianza en cautividad de las especies más cotizadas dio un vuelco total a esta situación. Tardó en conseguirse que loros y guacamayos se aclimataran hasta el punto de poner e incubar sus huevos, pero se consiguió, siendo pioneros los Países Bajos. En España hoy gozamos de maravillosos criaderos especializados.
Cuando actualmente llega al mercado un loro nacido en cautividad y criado a papilla, lo hace convertido en una criatura dócil, inteligente y agradable. La caza en libertad va poco a poco perdiendo intensidad, y esto supone la salvación de las poblaciones silvestres.
No hay que olvidar la labor de diversas Fundaciones que colaboran para divulgar la necesidad de protección de las especies en sus países de origen, a veces generando planes alternativos de desarrollo rural, como la fabricación de artesanía con plumas artificiales. Que no falte el ingenio.
Y es justo destacar nuestro tinerfeño Loro Parque, un paraíso faunístico y botánico enclavado en el Puerto de la Cruz que ha conseguido la crianza de varias especies en extinción y participa en varios de dichos programas en sus países originarios.
Loro Parque ha sido recientemente destacado como Mejor Zoológico del mundo.
La reconversión de mascotas cazadas a mascotas domésticas es un buen ejemplo de proyecto sostenible. La simple prohibición de la caza suele recibir como respuesta el aumento del furtivismo, mientras con campañas como la que comentamos la compra de animales salvajes e indómitos no resiste la competencia de otros dóciles y cómodos de mantener, que son verdaderamente domésticos.
Algo parecido a lo que comentamos está ocurriendo esta temporada con las experiencias de cría en cautividad de diversas especies de pájaros de la familia de los Fringílidos (Jilgueros, verdecillos y verderones) que se están desarrollando en varias Comunidades Autonómicas.
Se parte en estos casos de varios centenares de parejas alojadas en espaciosos voladeros y que son objeto de los más esmerados cuidados, intentando comprobar si pueden alcanzar unas tasas de reproducción capaces de abastecer al mundo del silvestrismo, momento en que sería sencillo prohibir su caza.
En definitiva es necesario que el mundo de los animales domésticos llegue a surtirse totalmente de la aclimatación y crianza en dicha domesticidad. La caza de ejemplares en la naturaleza nunca proporciona criaturas suficientemente dóciles como para que su mantenimiento sea realmente grato. Además los estragos que el exceso de capturas supone para las poblaciones silvestres sólo favorece a redes comerciales nada escrupulosas.