Circula por internet un informe verdaderamente demoledor contra la presencia del perro en la ciudad. Comienza afirmando que "El asunto de los perros en nuestras ciudades es más desagradable de lo que pueda parecer".
Son nuestros oyentes de Jungla de asfalto quienes nos hacen llegar dicho mensaje, y desde luego ellos no están de acuerdo con su contenido. Tratemos de resumir las acusaciones contra nuestros, hasta ahora, considerados "mejores amigos".
Primera acusación: Orines corrosivos que deterioran el mobiliario urbano e impiden con su olor que los ciudadanos se sienten en los bancos públicos, por lo que se pide que se obligue a quienes pasean con perros a llevar un spray anti-olores y una cantimplora colgada al hombro para lavar el lugar donde el perro haya vertido su orina.
El informador pone en boca de la ciudadanía la necesidad de establecer una cuota de 100 a 200 euros a cada perro para pagar a familias en paro que limpien lo que dejan en las calles los dueños de los perros, de este modo, afirma, "se crearían muchos puestos de trabajo" .
Segunda acusación: Proliferación de perros de presa, y califica de auténticas fieras a los Pit Bull o Rotweiler. A continuación se establece una detallada relación de casos reales de perros que han atacado a personas, especialmente a niños o a sus propios amos.
El "informador internauta" vuelve a hablar en nombre de la ciudadanía: "es comentario generalizado que cada día se ven más perros por nuestras calles y plazas", y que cada vez también son más los paseados por jóvenes y además sin bozal.
No sé exactamente qué es eso de "hacerse viral" un comentario en las redes, pero este informe al parecer lleva camino de ello, lo que parece preocupante por abarcar sólo una faceta, la negativa, de la compleja relación entre el hombre y el perro.
Defensa de nuestros perros
El mensaje acusador está bien elaborado y se muestra respetuoso con la Ley y con quienes la respetan, pero es delicado generalizar sobre los aspectos negativos de una relación de amistad que se remonta al Neolítico, y que en los países de alto nivel de desarrollo, especialmente cultural, cuenta con casi un sesenta por ciento de ciudadanos que tienen perro o quisieran tenerlo. Para sí desearían todos los políticos tamaña proporción de aceptación y de entusiasmo.
La presencia del perro en la ciudad es hoy día tan inevitable como grata para un gran número de ciudadanos, aunque los enemigos de ella suelan mostrase muy beligerantes y tampoco o nada tolerantes. Desde el vecino que protesta por los ladridos, casi siempre con razón, hasta el desalmado envenenador de los parques, hay un abanico de posiciones que cuando no llegan a los extremos merecen el mayor respeto.
La obligatoriedad de la correa debe exigirse de manera escrupulosa. Hoy se encuentran en el mercado collares extensibles que permiten a los perros un amplio campo de movilidad sin riesgo de fuga ni de ataques a personas.
Para ser políticamente correctos deberíamos decir que también debe ser siempre usado el bozal, pero este artefacto, que limita las posibilidades de refrigeración y de respiración en momentos de fuerte calor, debería dejar un margen de libertad al buen criterio del amo, cuando se trata de perritos de mínima o nula peligrosidad en su mordedura.
Esta matización sea aceptable cuando no hay niños en la convivencia y proximidad inmediata del perro. Con los niños todas las precauciones son pocas.
En cuanto al problema de las heces parece que afortunadamente la infinidad de campañas de información que se han desarrollado en los últimos años, las multas, y sobre todo la existencia de dispensadores de bolsas para la recogida van ofreciendo resultados aceptables.
Cada vez es mayor el número de personas que cumple la Ley y recoge las heces. Deberíamos mostrarnos optimistas por ello, pero la subida del listón de la exigencia con relación a "regar" la orina, es a todas luces exagerada, y la imposición de tasas para que personas en paro limpien los restos caninos, es tan humillante como absurda.
Confiamos en que los políticos vayan encontrando mejores fórmulas para ir paliando el problema del paro que la que propone el anónimo ponente de las redes.
Si hablamos de los perros agresivos la conclusión tiene que ser tajante. Ningún particular debe tener en su poder perros agresivos con fines de defender su propiedad. La fiebre de miedo a asaltos y robos que se produjo en los primeros años de nuestra democracia motivó el crecimiento de la cabaña de perros de defensa y de su adiestramiento en agresividad. Afortunadamente se ha invertido la tendencia.
Hay son mayoría en las ciudades los perros pequeños, estrictamente de compañía. El ejército o la policía seguirán necesitando perros de servicio adecuados para el trabajo que deben hacer. Los particulares deberíamos conformarnos con tener un amigo al que mimar y en cuya entrañable amistad recrearnos.
De manera que siendo imposible rebatir los argumentos del "informe anti-can informático", y aceptando buena parte de sus advertencias, hay que contraponer la brillante hoja de servicios que el perro viene prestando al hombre desde la prehistoria.
Y en las actuales ciudades está claro que los servicios caninos a que nos referimos no son el pastoreo, ni la ayuda en la caza, ni mucho menos la defensa. La compañía y los lazos de afectividad deberían bastar para seguir contando con los perros urbanos sin disparatadas trabas ni tasas fiscales abusivas.
Las personas mayores que viven solas y que encuentran en un perro su única posibilidad de comprensión, de compañía y de cariño, así como los enfermos que reciben terapias en las que intervienen los perros, tienen mucho que decir al respecto.
Tras las graves acusaciones que amenazan con hacerse virales en las redes, y la sincera defensa que tantas personas están dispuestas a hacer para conseguir que tener a su perro no sea un problema o un gasto inaccesible, hace falta una sentencia.
Pueden dictarla los lectores.