En medio de la polémica, en buena parte generada tras la divulgación del llamado PGS (Proyecto Gran Simio), y muchas veces víctimas de la incomprensión, algunos de los mejores zoológicos del mundo tratan de conseguir grupos estables de grandes primates capaces de reproducirse y de funcionar de manera parecida a como lo harían en la naturaleza. Ya no hay jaulas ni odiosos barrotes sino instalaciones que tratan de imitar las selvas nativas de nuestros protagonistas.
El Zoo, un reducto de garantía
Hoy se considera que los gorilas supervivientes en el continente africano se reparten en dos especies diferentes: El gorila de costa (Gorilla gorilla) y el gorila de montaña (Gorilla beringei), cada una de las cuales parece contar a su vez con dos subespecies. Sólo los gorilas de costa se mantienen y reproducen en los zoológicos.
Los gorilas de montaña, los que fueron estudiados y defendidos por Diane Fossey con sacrificio de su vida incluído, tienen un santuario natural en el Parque de los Volcanes Virunga, en pleno corazón de una zona azotada constantemente por guerras tribales. El centro de investigación visitado por investigadores y turistas es de cuando en cuando presa de las acciones bélicas y tiene que ser abandonado. Los gorilas quedan desprotegidos y son diezmados por los furtivos o por las consecuencias de los combates.
Los gorilas de costa viven en las selvas de algunos países de la costa occidental africana como Guinea Ecuatorial y Gabón. Es esta especie la que podemos observar en los zoológicos, al menos antes de que se extingan.
A la especie de costa perteneció el mundialmente famoso Copito de nieve, único ejemplar albino conocido hasta la fecha. Fue descubierto y rescatado en la antigua Guinea Española por el eminente primatólogo Jordi Sabater Pi, que se hizo eco de la noticia de que unos nativos vendían una cría de gorila completamente blanca; consiguió salvar a la insólita criatura que había sido capturada de la manera habitual en la época, es decir, abatiendo de un tiro a la madre y haciéndose con toda facilidad con el pequeño, aterrorizado y asido a su pelaje.
Un cajón sospechoso
Ya a la caída de la tarde recibimos en el Zoo de la Casa de Madrid una llamada bastante habitual en aquellos años (hablamos de 1974). Un cajón de buenas dimensiones había quedado retenido en el aeropuerto de Madrid Barajas por carecer de documentación y mostrar signos de contener animales camuflados como contrabando. La doctora Celma, directora del Zoo, y quien suscribe, como conservador, rescatamos el cajón y procedimos a abrirlo en el Zoo entre la expectación de cuidadores y personal veterinario.
El contenido que descubrimos era tan trágico como conmovedor. Dos aterradas crías de gorila se debatían entre la vida y la muerte: eran dos más de las muchas víctimas que en aquella época causaba la lucha por el llamado "oro verde", o beneficios del tráfico de animales protegidos. Para los desaprensivos traficantes se trataba de dos grandes monos; en realidad, con sus dos y tres años de vida respectivamente la hembra y el macho, no eran más que dos crías absolutamente indefensas.
Con la mayor delicadeza tratábamos de infundirles confianza ofreciéndoles agua y trozos de plátano que el miedo les impedía aceptar; nuestros movimientos eran lentos y silenciosos, hasta que alguien, ignorante de lo que ocurría, entró en la estancia hablando en volumen alto. Entonces se produjo algo increíble.
El pequeño macho pareció perder el miedo, se levantó, ocultó tras su cuerpo a la hembra protegiéndola y comenzó a golpearse el pecho de manera amenazadora: sus genes de futuro "espalda plateada" o macho dominante y guía del grupo habían entrado en acción superando al propio instinto de supervivencia.
La historia termina felizmente. Ambas crías superaron el trauma, se salvaron y aclimataron y años después, cuando ya eramos buenos amigos, Napoleón, como se apodó al hermoso macho, se interesaba profundamente por el mecanismo del nudo de mi corbata.
Gorilas tras los cristales
La especie gorila de costa (Gorilla gorilla) cuenta en la actualidad con algunos grupos reproductores repartidos por los mejores zoológicos del mundo. Está claro que no se trata de animales mantenidos en jaulas tras los tétricos barrotes propios de las antíguas "Casas de Fieras", sino de animales alojados en grandes habitats, donde disponen de recreaciones de sus selvas nativas. Los gorilas no se ven de pronto ante los visitantes, sino que son descubiertos entre las barreras ópticas que simulan la espesura. A veces son ellos quienes descubren a su vez a los curiosos humanos entre la semioscuridad en que éstos recorren la instalación tranquilizadora.
Las primeras crías de gorila eran normalmente separadas de su madre y criadas con todo lujo de mimos como si se tratara de bebés humanos. Pronto se consiguió el éxito en la supservivencia, pero el resultado eran criaturas humanizadas incapaces de incorporarse después al grupo y de formar familias reproductoras.
En la actualidad se trabaja para conseguir que el grupo funcione de manera natural, de manera que las madres sean quienes cuiden a sus bebés y los saquen adelante en compañía del resto de los ejemplares de la familia, incluso del macho dominante, que, en caso de que la estructura social esté equilibrada, se mostrará tolerante y hasta protector con los pequeños.
Radicales animalistas se muestran opuestos al mantenimiento de grandes simios en los zoológicos, en lo que ellos llaman "cautividad". Está claro que cualquier persona culta y sensible rechazará en la actualidad un jaulón para grandes primates, pero las modernas instalaciones, a veces de dimensiones gigantescas, nos están permitiendo obtener poblaciones que en el futuro garanticen la continuidad de la especie en la naturaleza. Hace sólo unos años, varios miles de gorilas, al menos 5.000 perecieron en África Central víctimas el virus Ébola, que lamentablemente está causando en estos momentos una terrible epidemia entre seres humanos en distintos países del Continente Negro.
Donde no caben en nuestros tiempos los grandes primates es en las pistas de los circos, ni como acompañantes de fotógrafos, ni como prisioneros de Casas de Fieras. Tenemos la obligación cultural y hasta moral de evitar la extinción de estos próximos parientes del hombre, pero tampoco seamos víctimas de exageraciones deshumanizadoras, como las que tratan de convencernos de que somos poco menos que hermanos de chimpancés y gorilas por compartir con ellos casi al 98 por ciento el ADN. Hagamos otra lectura: cuántas diferencias produce entre hombres y monos esa pequeña secuencia diferencial de nuestro genoma.
En definitiva: cualquier ser humano normal convendrá en evitar sufrimientos de cualquier tipo a animales tan sensibles emocionalmente y tan inteligentes como los grandes primates; sin embargo, las exageraciones como querer incluirlos en nuestra propia especie en cuanto a derechos y consideraciones morales, genera "efectos rebote" mucho más perjudiciales que beneficiosos para estas criaturas a las que creemos proteger.
Cuando el eminente investigador Richard Dawkims se quejó en uno de sus libros de que "protegiéramos mucho más a nuestro propio embrión, cuando todavía es poco mayor que una ameba, que a los grandes primates", hizo sin duda un flaco favor a la moral, a la inteligencia y también a los grandes simios.