En su última alocución televisiva (de setenta minutos), el presidente del Gobierno no tuvo reparo en comparar la emergencia sanitaria con la emergencia climática que él había declarado en el mes de enero. No solo un agravio para los fallecidos y sus familiares, sino también una torpeza.
Resulta que no sólo el machismo "mata más que el coronavirus", según algunos de los organizadores del 8M, también el cambio climático va a dejar en mantillas a la pandemia a la hora de cobrarse vidas humanas. Verdaderamente indignante si nuestra capacidad de indignación no estuviera a estas alturas saturada.
Volviendo a la declaración del presidente Sánchez a que nos referimos no se trató de una simple referencia retórica, sino que la adornó de matices como "ahora que hemos visto lo que es una emergencia comprenderemos mejor lo que supone la emergencia climática". Es decir comparó la tragedia con la comedia, pero se equivocó, de eso no puede caber duda.
Se equivocó porque los tiempos que nos esperan no van a ser tiempos de mantras ideológicos o de supuestos científicos camuflados y anónimos. Una ciudadanía en verdadera emergencia de subsistencia va a exigir verdades, no mitos, y va a exigir un recibo de la luz asequible, por no decir barato, ya que, como bien afirmó el eminente economista Profesor Velarde Fuentes, para luchar contra el paro y la pobreza un país necesita "fuentes energéticas, baratas y diversas".
Ponerse en este momento a discutir sobre el "cambio climático" según está el panorama social sería despreciar a los miles de trabajadores en paro que esperan como el maná la vuelta al trabajo, por ejemplo, los del sector automoción, particularmente atacados por mantras como esta supuesta emergencia climática.
Supondría por otra parte caer en la trampa tendida por la dialéctica del presidente Sánchez, que se agarra a los postulados de Al Gore y otros ecologistas de salón como un boxeador sonado a las cuerdas del cuadrilátero. No vamos a hacerlo.
Tan pronto como el miedo al fantasma del coronavirus se vaya disipando, no hay que ser profeta para vaticinar que las izquierdas instaladas en los diversos ayuntamientos españoles se implicarán en una feroz lucha contra el vehículo privado: lucha que se basará en la exigencia de áreas sin coches, fomento de la bici o el patinete, con peatonalización de calles incluida, es decir, mucho más de lo que ya hemos visto con anterioridad, pero es tiempo de reconsiderar el valor económico de la industria del automóvil y todas las que arrastra como derivadas. ¿Vamos a suicidar nuestra economía?
Si para colmo, la disparatada cuarentena impuesta al turismo internacional asola la temporada veraniega ya inminente, el desastre está servido, así de sencillo.
Ya hablaremos de la evolución hacia la limpieza del aire y de la disminución de contaminación de todo tipo que es necesaria, y se impondrá con ayuda de la Ciencia en los próximos años; pero ahora mismo, es tiempo de respeto a los fallecidos y sus familiares y de fomento de todo lo que suponga recuperar la actividad productiva de nuestras ciudades. No se preocupe el Señor Presidente por su supuesta "emergencia climática", porque sencillamente no es cierta.
Y salgan los mercaderes fuera del Templo, porque el templo de la democracia debe seguir siendo el Parlamento; y contemplar el mercadeo de peticiones que hicieron en la pasada sesión de prolongación de la fase de alarma a cambio de sus votos los representantes de muchos partidos, fue un espectáculo de vergüenza.
Porque se supone que ante una decisión trascendental a la hora de ahorrar vidas y evitar sufrimientos cada partido debería votar en conciencia, nunca mejor empleado el término, asesorada por sus expertos y científicos, y no por sus ideólogos y sus técnicos de marketing.
En cualquier caso se consumó el tiempo de identificar a los "científicos y expertos" en quienes el presidente del Gobierno se sigue apoyando constantemente y sin rubor alguno para justificar sus decisiones; en cambio sí se ha publicado la relación de nuevos expertos que deben conducirnos a la desescalada, algo es algo.
Mientras los paralelos del globo se confunden con líneas rectas por parte de la señora Calvo, son en realidad arcos de circunferencia, otros renglones de la actuación gubernamental parecen escribirse con trazos oblicuos que pueden conducir inexorablemente hacia Venezuela.
Terminaremos recordando a Oscar Wilde con una ligera matización: "Cuanto más conozco a estos políticos más quiero a mis canarios", por desgracia ahora mismo no tengo perro.