Por primera vez en su historia el Ébola ha llegado a una gran ciudad. Los casos detectados en la capital de Guinea, Conakry, rompen la barrera de las ciudades con aeropuerto, que el virus no había alcanzado desde su descubrimiento en 1976. La gran alarma está servida.
Los suburbios de una gran ciudad no son un buen campo de batalla para luchar contra un virus hemorrágico tan peligroso como el Ébola. Hasta ahora sólo el medio rural había sido testigo de la aparición de los brotes mortales. Las condiciones de hacinamiento en el ambiente urbano podrían hacer mucho mayor el número de contagios.
El Ébola pertenece a una familia de virus altamente letales, muy poco conocidos y restringido a unos pocos rincones del África tropical. El periodo de contagio oscila entre 2 y 21 días y la mortalidad afecta al 90% de los contagiados. Se trata pues de un agente altamente peligroso cuya extensión masiva podría dar lugar a una catástrofe superior a la que ocasionaron el Sida y los brotes de Marburg, en Angola, este último virus es sumamente parecido al Ébola.
La Organización Mundial de la Salud y cuantas autoridades médicas estén implicadas se hacen cargo en estos momentos de la lucha contra esta preocupante reaparición de la enfermedad. Por nuestra parte sólo queremos hacer una breve reflexión ecológica.
Son ya conocidos los principales aspectos de la transmisión de la enfermedad y de la forma en que se inician las epidemias. El contagio tiene lugar por contacto con fluidos corporales, y la aparición de los brotes, con prácticas alimentarias extrañas como la ingestión de carne de murciélagos o de monos. Estas costumbres aún se mantienen en muchos lugares del África tropical y a veces están ligadas a prácticas mágicas o a la simple curiosidad por encontrar nuevos alimentos.
Las pistas nos van conduciendo hacia grupos de grandes murciélagos frugívoros que habitan en colonias dentro de cuevas, algunas de ellas todavía inexploradas del corazón de la selva ecuatorial. Parece que estamos ante el guión de una película de terror, pero en este caso el peligro es real y las pistas bastante fiables.
Estos murciélagos serían el reservorio del virus Ébola. Aclaremos que reservorio de una enfermedad epidémica es una especie o un conjunto de ellas en las que el germen patógeno vive sin causarle daños, o al menos sin ser letal. Acantonado en estos organismos resistentes, el agente infeccioso sólo espera la oportunidad de saltar a otras especies en las que desarrollar su patogenia.
El caso de la Peste bubónica medieval es el principal ejemplo de una cadena de transmisión de este tipo. La peste es una enfermedad bacteriana y el reservorio de las plagas que asolaron Europa era un insignificante roedor de Afganistán, el Merion (Meriones persicus). Las epidemias se iniciaban cuando un merión peleaba con una rata y le transmitía las bacterias. A partir de aquí la cadena de muerte.
En el caso de la peste es necesario un vector intermedio: la pulga Xenopshilla chaeopus. Este insecto diminuto transmitía por picadura las bacterias de rata a rata y también al ser humano, de manera que puede tener el triste honor de ser el animal que más muertes ha causado entre nuestra especie.
Afortunadamente el Ébola sólo se transmite por contacto directo con fluidos corporales, no por el aire, pero en cualquier caso el peligro de aparición de una mutación aún más patógena está latente. Es necesario conocer el reservorio de los virus para poder tomar medidas ecológicas adecuadas para su control.
Los seres vivos que son reservorio de enfermedades deben ser conocidos, investigados y en su caso erradicados. Estamos todavía muy lejos de saber lo necesario para ello, así que nos encontramos ante un formidable desafío ecológico y médico.
Por otra parte no hace falta insistir en la necesidad de seguir investigando y de dedicar los fondos económicos necesarios para que los países tropicales económicamente deprimidos puedan acceder a los recursos médicos de que disfrutamos quienes vivimos en el llamado "primer mundo". Recursos humanos no faltan, como bien han demostrado tanto los misioneros como los miembros de diferentes ONGS implicadas en la lucha contra las enfermedades y la desnutrición en el continente africano.
Más complicado parece superar las barreras culturales que a veces vienen a constituir una dificultad añadida. Obligar a una familia a entregar un cadáver a unos extranjeros para eliminarlo como fuente de contagio puede implicar alto rieso para quienes llevan a cabo estás luctuosas tareas.
Los países ricos no pueden abrir alegremente sus fronteras a las oleadas de infelices que tratan de alcanzar este paraíso: sólo desde la demagogia se puede fomentar la permisividad en este sentido. Pero hay muchas cosas que podemos hacer si somos nosotros quienes, a la inversa, saltamos la barrera hacia el mundo de la pobreza y las enfermedades para mostrarnos solidarios. La aparición de brotes de enfermedades víricas como el marburg o el ébola es un buen recordatorio de esta necesidad de solidaridad y de desarrollar una conciencia planetaria.
El virus Ébola no tiene, hoy por hoy, ni tratamiento ni vacuna.