La primera reacción de los cazadores castellano-leoneses al conocer la noticia de que se prohibía la caza en su Comunidad como consecuencia de un auto Judicial fue de incredulidad, después de estupor y ahora, cuando se manifiestan en Madrid es simplemente de indignación.
Empecemos por aclarar que se trata de una medida judicial cautelar y que en estos momentos ya está siendo enérgicamente recurrida, pero lo cierto es que, en este momento, la caza está prohibida en Castilla León, así de increíble.
Parece que el Auto Judicial se ha producido como consecuencia de las iniciativas animalistas encuadradas en los objetivos del PACMA, que cuenta por el momento con cerca de 200.000 votos, sin duda tan respetables como los que se refieran a cualquier otro partido político, pero desde luego no se trata de una opción mayoritaria en España.
El gremio de los cazadores encuadra a más de un millón de personas dotadas de sus correspondientes licencias que los habilitan para desempeñar una actividad legal, de manera que, con el debido respeto a la cautelar decisión judicial, sus peticiones merecen ser escuchadas.
El medio rural español
Es posible que buena parte de los problemas que vienen afectando a los españoles desde hace casi doscientos años, entre ellos los que contribuyeron a la desgracia de nuestra Guerra Civil, procedan de la falta de la reforma rural que no se hizo en el siglo XIX. En los momentos actuales, la despoblación del medio rural y el abandono del campo y de los montes se constituyen en una tragedia de dimensiones colosales.
La práctica de la caza y de la ganadería extensiva son dos de los principales antídotos para evitar la ruina del campo y el abandono de su población, hoy por hoy escasa y envejecida: si se prescinde de la plusvalía que suponen para grandes extensiones rurales estas actividades, estamos abocados a una verdadera catástrofe rural o lo que es igual, ecológica.
La gestión del campo y el monte español, según la situación actual de sus esquemas ecológicos y económicos es impensable si se prescinde a corto o medio plazo de la caza: en la práctica no cabría imaginar esta situación dado el carácter minoritario, aunque respetable, repetimos, de los votantes de los partidos animalistas.
Sin embargo la caída en tentaciones de "buenismo" por parte de otras formaciones políticas que puedan acudir en auxilio de los planteamientos de las opciones animalistas o ecologistas extremas, sí supone un nuevo y peligroso problema capaz de acabar con el actual modelo de sostenibilidad rural. Nos enfrentamos a algo gravísimo.
Aquellos que pedimos el mantenimiento de nuestras especies animales y del equilibrio de nuestro medio ambiente sin caer en opciones utópicas que pongan dichos valores en el borde del precipicio, luchamos contra los excesos y sobre todo contra la falta de respeto a las leyes que regulan la caza: no caben en nuestros campos furtivos ni envenenadores, pero hay que llegar al pacto con los cazadores para que se constituyan en los primeros inspectores que denuncien tales excesos.
La gestión de la caza o el dilema "caza sí o caza no" no pueden gestionarse desde las emociones, sino desde el rigor científico y el respeto a la Ley.
Desde el punto de vista jurídico nos encontramos ante tres opciones principales por parte de los ciudadanos en relación con esta actividad: el cazador pretende ejercer un derecho de ocupación sobre un animal-presa; el naturalista observador pretende por su parte que el campo ofrezca la mayor diversidad posible de especies animales y vegetales para ejercer su derecho de observación y disfrute.
Falta la tercera opción, que es la del ciudadano indiferente y que, desde su supuesto santuario urbano, no comprende a una naturaleza cuyas leyes y funcionamientos ignora. Generalmente este "urbanita" quiere blindar a los animales que admira desde un planteamiento sentimental que poco tiene que ver con la verdadera dureza de las leyes que rigen el funcionamiento de los ecosistemas naturales.
Hasta los más entusiastas del animalismo tienen que verse obligados a admitir que quienes tienen la responsabilidad de gestionar el medio rural no pueden consentir que los animales silvestres proliferen de manera incontrolada. Es imprescindible, por duro y desagradable que resulte, establecer medidas consistentes en el sacrifico de ejemplares cuando el exceso poblacional o la aparición de enfermedades o plagas así lo requiera.
Que no quepa duda de que, si continuara la prohibición de la caza, sería imprescindible la organización periódica de batidas para evitar la desertización de un campo previamente arruinado por la ausencia de los fondos que la actividad venatoria reportaba. Adiós al irresponsable sueño animalista de una naturaleza presidida por el modelo Disney en lugar de por los que, matemáticamente, regulan las relaciones entre predadores y presas.
El comportamiento de los cazadores españoles
Antes de la aparición de esta absurda guerra de oposición entre caza y animalismo se había llegado a una situación de respeto entre la ecología, como Ciencia, no como planteamiento emocional, y los cazadores. Los naturalistas siempre hemos pedido a éstos, dos principios fundamentales de actuación por su parte: el respeto absoluto a las Leyes y la denuncia desde sus colectivos de las posibles actuaciones de furtivos.
El principal punto negro de la actividad cinegética en España durante las últimas décadas ha sido la colocación de cebos envenenados en determinadas fincas con el siniestro objetivo de acabar con los predadores y convertir los cotos en lo que Félix Rodríguez de la Fuente, que nunca estuvo en contra de la caza, llamó "enormes granjas de perdices".
El uso de veneno tiene que terminar, como pretende el "Proyecto Antídoto", un ejemplo del buen hacer ecologista, que viene teniendo eficaz ayuda por parte del SEPRONA.
¿Quién debe matar, porque lo de "sacrificar" no deja de ser un eufemismo, a los animales excedentes del cupo necesario para mantener el equilibrio ecológico, los cazadores o los agentes forestales? A los animales debe darles lo mismo pero al hombre del medio rural español, hoy por hoy le resulta imprescindible la plusvalía que genera la caza.
Y a los verdaderos naturalistas el hombre del campo nos inspira un infinito respeto.