Diversas ramas de las Ciencias Biológicas, así como la ética y la moral entran en juego para oponerse al viejo mantra de la izquierda que aconseja escolarizar sin centros especiales a los niños y adolescentes con problemas graves de aprendizaje.
Consiste el planteamiento en calificar de “guetos” a los centros escolares diferenciados de los generales para tratar de manera específica las dificultades, a veces muy graves, que pueden afectar a determinado porcentaje de escolares. La nueva Ley de Educación de la Ministra Celaá pone fecha, diez años, al final de la existencia de tales centros.
Otros aspectos de la nueva ley están siendo objeto de oposición y resistencia por quienes no comparten los principios en que se basa, como los ataques a la lengua española en su condición de vehicular, o la “tómbola” de los aprobados y de la obtención de títulos académicos sin superar todas las materias curriculares; la discusión promete ser dura, pero de momento el rodillo de las izquierdas y ultraizquierdas se impone en el Parlamento.
Pero es en otro aspecto donde también creo imprescindible poner freno a las intenciones de la izquierda fanatizada: la supresión, a diez años vista, de los centros de enseñanza especial para niños y adolescentes con dificultades graves.
El mantra del gueto
Integrar a los alumnos con problemas de aprendizaje de dichas edades en centros especializados donde reciban una enseñanza adaptada a sus necesidades es considerado por algunos pedagogos integrados en las izquierdas más radicales, como su reclusión en guetos incompatibles con la igualdad a la que invocan: la consecuencia de esta obcecación ideológica es enviar a muchos niños a una verdadera cámara de los horrores.
En el colectivo de los alumnos a que nos referimos se incluye a niños, niñas y adolescentes afectados por diversos trastornos, sean genéticos, hormonales, fisiológicos o de cualquier otra índole biológica; algunas anomalías y accidentes cromosómicos se manifiestan en síndromes que se traducen al exterior de manera inconfundible y por lo general son mal comprendidos por compañeros todavía muy inmaduros.
El nivel de rechazo que se puede generar como consecuencia de tal incomprensión conduce muchas veces a verdaderas conducta de super bulling que no sólo dificultarán extraordinariamente el aprendizaje, sino que en algunos casos provocan depresión e infelicidad en la criatura a la que se pretende proteger con la integración en la generalidad del alumnado.
No se trata de considerar malos o crueles a los compañeros que acosan o se burlan de su víctima: son sencillamente inmaduros que todavía no han aprendido a respetar al diferente y que, seguramente, unos años más tarde se avergonzarán cado recuerden cómo amargaron la vida de sus víctimas inocentes.
Es cierto que los profesores pueden hacer una importantísima labor impidiendo toda clase de burlas o de agresiones a los diferentes, pero nos movemos en un terreno de extraordinaria dificultad donde los fallos son gravísimos.
La crueldad humana suele manifestar en toda su crudeza durante la infancia y la adolescencia, sin que sus manifestaciones tengan necesariamente que cronificarse al llegar la maduración personal y superar la adolescencia. En este sentido no somos tan diferentes del resto del mundo animal, como manifiesta el rechazo y la agresión que sufren muchos “anormales” en la naturaleza : un gorrión mutante con plumas blancas, y no digamos un albino, suele ser rechazado y atacado, a veces hasta la muerte, por sus compañeros juveniles de bandada.
¿Se ha hecho mal hasta este momento?
No hay que dudar al calificar de magnífica la enseñanza en centros especializados, tal como se viene entendiendo hasta el momento, cuando se trabaja sin la “mascarilla ideológica”. Los profesores y profesoras, y no especifico por haber caído en el memo error de ignorar la vocal genérica, sino para resaltar el elevado número de docentes del sexo femenino que se han implicado en esta tarea, lo están haciendo muy bien trabajando en sus centros especiales con implicación vocacional rayana con la excelencia.
Hacen falta medios y personal cualificado muy especiales para atender las necesidades del alumnado afectado por los diversos síndromes con los que la genética nos castiga a los humanos; algunos se traducen en conductas autistas que cierran el contacto con el educador a los que los sufren, pero no siempre es la genética, ya que basta un parto lento o distócico para generar graves problemas de integración y aprendizaje.
Me refería una profesora su inmensa alegría cuando consiguió que una alumna fuertemente autista y ya casi adolescente comenzó a moverse de manera coordinada y a hacerse receptiva a muchas de sus instrucciones gracias a la hipoterapia, es decir, al sentir el contacto de su cuerpo con la piel de un caballito. ¿Se imaginan los fanáticos de la supuesta integración en centros no especializados, los medios que se requieren para conseguir resultados?
La evolución en los últimos años de las terapias docentes para el tratamiento del Síndrome de Down, trisomía cromosómica en el par 21, conocido como “mongolismo” ha ofrecido resultados asombrosos, de los que bien pueden estar orgullosos los educadores que trabajan en tal especialidad docente. Durante décadas estas criaturas fueron consideradas incapaces de aprender y eran arrinconadas e incomprendidas.
La estimulación desde la edad infantil y la atención permanente de los educadores consiguió el milagro de demostrar que la mayor parte de los afectados por el síndrome progresan hacia un nivel de comunicación que les convierte en mucho más felices. Nunca se habría podido llegar a este milagro sin centros y personal altamente especializado.
No sólo los niños y adolescentes afectados por problemas de aprendizaje pueden resultar afectados por el Síndrome izquierdista del Gueto, también los educadores tienen motivos para sentirse incomprendidos y despreciados, y ambas injusticias son imperdonables.
A quienes legislan sobre temas tan delicados como el que tratamos, es necesario recordarles que una de las obligaciones ineludibles de cualquier Estado de Derecho es la protección de los más débiles sin reparar en gastos ni en medios, de manera que al hablar y legislar sobre estos temas sin los suficientes conocimientos, es necesario que retiren las mascarillas ideológicas de sus cerebros y de sus almas.