El primer indicador ecológico fueron las abejas. Todo el mundo sabe que estos insectos sociales son fundamentales para la polinización, de la que en buena parte depende la agricultura, de manera que la masiva mortalidad que se viene observando en multitud de colmenas es un fenómeno muy preocupante.
Las abejas disminuyen por más de una causa, o mejor, por una suma de causas. Hace años un ácaro, la varroa se manifestaba como principal enemigo de estos himenópteros, pero un estudio más completo determinó que la acariasis no era la principal plaga y que había que sumar la acción de los hongos y de las bacterias,, y muy especialmente de los pesticidas.
Para ser justos habría que decir "de algunos insecticidas", pero determinar cuáles de estos productos pueden usarse sin excesivo peligro para el medio y cuáles deben ser desterrados o restringidos es un problema de solución complicada, ya que las necesidades de producciones cada vez más elevadas se imponen a veces sobre el "principio de precaución".
Nicotinoides, abejas y aves.
Los pesticidas del grupo de los nicotinoides figuran entre los más utilizados en la agricultura de la actualidad. Desde luego son muy eficaces al actuar contra las plagas más frecuentes, y también al aplicarse a las semillas en los tratamientos previos a la siembra para protegerlas. No hablamos de la agricultura española, sino de la mundial, ya que un neocotinoide, el imidacloprid, se emplea prácticamente en toda la Unión Europea y en los Estados Unidos.
Desde hace tiempo se venía aceptando que el imidacloprid y alguno de sus derivados figuraban entre las causas de la disminución evidente de las poblaciones de abejas, pero la Universidad de Castilla la Mancha y el Instituto de Recursos Cinegéticos, dependiente del CSIC, acaban de publicar un interesante trabajo que demuestra que estos plaguicidas tienen influencia nefasta sobre las poblaciones de muchas aves, entre ellas la perdiz roja, consumidora de semillas de trigo tratado que han quedado en posición superficial durante las maniobras propias de la siembra.
Abejas y perdices son especies de fundamental importancia económica, de manera que no es extraño que su biología y sus problemas generen estudios como el que comentamos. Los estudios a que nos referimos se han desarrollado siguiendo el método científico y con profusa experimentación, quedando claro que el periodo de siembra es nefasto para las aves terreras, como perdices, codornices y alondras si se emplean semillas blindadas con neocotinoides.
El problema de las abejas había preocupado a las autoridades de la UE lo suficiente como para prohibir el uso de neocotonoides durante la primavera. De esta forma se pretendía proteger a las abejas que es en esta época cuando desarrollan su trabajo de recolección de polen y néctar floral. Se pensaba que esta medida era suficiente, pero los estudios con base cinegética han demostrado que en el invierno aparece un nuevo damnificado: el mundo de las aves granívoras.
Problemas con mala solución
Lo cierto es que los engranajes de la naturaleza son tan complicados que sólo deberían ser manejados por verdaderos profesionales, y que la legislación, sobre todo en aspectos tan delicados como el empleo de pesticidas debería ser mucho más escrupulosa de lo que lo es en la actualidad. Por otra parte los científicos se quejan, con razón, de que también los organismos genéticamente manipulados, los famosos transgénicos, son rechazados por el ecologismo, a pesar de que algunos de ellos evitan el empleo de plaguicidas.
Cuando se descubren efectos nocivos sobre especies de la fauna silvestre, los pesticidas que los producen deben ser erradicados de la práctica agrícola y sustituidos por otros que, al menos por el momento, se muestren inofensivos, pero seguramente aparecerán efectos rebote a veces de consecuencias imprevisibles.
En algunas ocasiones los pesticidas deben utilizarse no sólo para aumentar las producciones agrícolas sino también en defensa de la salud. Mediado el siglo pasado el dicloro difenil tricloro etano, es decir el DDT, generó ilusiones sobre la posibilidad de erradicar la malaria, pero cuando este producto apareció como residuo en la grasa de las focas del Ártico, la Ciencia pensó que lo estábamos empleando en demasía y su uso se prohibió de inmediato. La malaria creció de nuevo, pero seguramente se evitaron consecuencias aún más funestas para nuestra especie.
En definitiva parece necesario prohibir los neocotinodes no sólo durante la primavera, pero esta medida abriría un nuevo desafío a los investigadores que trabajan para que las plagas no devoren los alimentos que necesitamos producir, y cada vez en mayores cantidades.
¿La solución? I + D (Inversiones suficientes en investigación y desarrollo), y mucho respeto: respeto a los científicos y al principio de precaución.
Imagen: Karumar Wikimedia Commons