Nunca un alboroto creado por tan pocos ha influido tanto en la imagen de tantos.
Esta semana, la extrema izquierda radical llamó a concentrar a 50.000 manifestantes en la Convención Nacional Demócrata. Prometió "recrear el 68" y provocar el tipo de destrozos revolucionarios bañados en gas lacrimógeno que marcaron la Convención Demócrata de Chicago hace cuatro décadas. La policía se preparó para el peor de los disturbios. A los medios de todo el mundo se les hizo la boca agua pensando en las mejores imágenes.
Pero cuando el ánimo retórico se hizo realidad, los nostálgicos organizadores, veneradores de Marx y del 68, parecen no haber reunido a más de, ¡ay!, 68 personas. Su presencia se vio ridiculizada por el enorme dispositivo policial, la prensa y los espontáneos cámara en ristre. No se podía hacer una foto sin alguien más haciendo fotos de todos los demás haciendo fotografías de poco más que lo que se ponía delante del objetivo.
Los portavoces e inductores del caos y sus tumultos parecían prometedores, pero resultaron ser un fraude. Lo que queda del movimiento izquierdista de los 60 es mucho ruido y pocas nueces. O hamburguesa vegetariana. O Tofu muy hecho. Lo que sea.
En una protesta/contraprotesta por el aborto celebrada en las inmediaciones de unas mega-instalaciones de Planned Parenthood hace unos días, contabilicé menos de una docena de activistas a favor del aborto sacando de quicio a alrededor de tres veces más miembros de la prensa. La mayoría de los manifestantes andaban más duchos en la guerra de Irak que en el presunto derecho de una mujer a elegir la muerte para su hijo no nato, el aparente foco de atención de la manifestación.
Y mientras Howard Dean, presidente del Partido Demócrata, critica al Partido Republicano por ser "el partido de los blancos," entre todo el grupo pro-aborto yo solo vi a un blanco. (Esto se aplica también al resto de los integrantes de la recreación del 68, tan blanca y falta de color como una nevada en Colorado). En la acera de enfrente, en el acto contra Planned Parenthood, había sin embargo muchas madres negras y mulatas enfadadas, enojadas porque se había construido una clínica abortista justo al otro lado del parque donde sus hijos juegan al fútbol y se columpian en los atracciones del parque infantil.
Una de las madres decía abiertamente: "Yo no quiero una jodida clínica abortista en mi vecindario". Una madre hispana añadía: "Va contra la Iglesia Católica". (¿Estáis escuchando, Joe Biden y Nancy Pelosi?). Al ser preguntada por sus opiniones sobre el aborto, una madre negra de tres hijos me la decía con esta sencillez desde su utilitario: "No creo en eso".
Hablando de no creer, echemos un vistazo al sedimento del movimiento pacifista auto compasivo. El colectivo de la rendición tuvo tantos problemas a la hora de recibir atención mediática en su extravagante y aburridísimo desfile de carrozas, tambores y lencería desgastada maldiciendo a Bush que una empleada de Associated Press (AP) dedicaba al asunto una nota así de soporífera y tediosa: "CodePink se enfrenta a dificultades espinosas en busca de la atención de la opinión pública", se lamentaba en AP Christine Simmons. Quizá si más de 10 de ellos hicieran acto de presencia en algún momento para hacer algo diferente a berrear sobre "BusHitler" o llorar por los jihadistas detenidos de Guantánamo, tendrían mejor suerte.
En el Centro de Convenciones de Denver, la noche del lunes pasado las fuerzas del orden encontraron a alrededor de un centenar de fanáticos del agravio sin objetivo concreto (autoproclamados "anticapitalistas, antifascistas y pacifistas") que al final encontraron algo concreto por lo que protestar cuando sus amigos fueron detenidos por negarse a dispersarse. "Mi libertad de expresión fue pisoteada", se quejaba una manifestante mientras hablaba libremente a los medios y reconocía que ella no había sido detenida ni se le había pedido mostrar su documentación.
En el marasmo, unos cuantos adultos responsables fueron alcanzados accidentalmente con gas antidisturbios. Por lo demás, decía con sarcasmo el bloguero de Denver Charlie Martin, que cubría el evento para el agregador Pajamas Media: "Fueron los disturbios más aburridos del mundo".
Finalmente, en una lamentable tentativa de recrear el comentario satírico de Abbie Hoffman sobre hacer levitar el Pentágono, una docena de personas sin nada mejor que hacer que vestirse como el reparto de la película Harry Potter agitaba varitas mágicas y se cogía las manos para hacer flotar la Casa de la Moneda de Denver. El edificio permaneció firmemente anclado al suelo. Para rescatar el catastrófico resultado, un contingente desequilibrado de teóricos de la conspiración del 11 de Septiembre empezaron a ladrarme. Un bufón gritaba, "Hay que matar a Michelle Malkin," al tiempo que los expertos de la levitación cantaban "¡Paz y justicia!" Y un mago desfilaba con una camiseta en la que se leía "Detened a Bush" junto a los defensores del Che Guevara lanzando al aire monedas de mentira de 25 centavos.
Parafraseando mi eslogan favorito en las pegatinas de la extrema izquierda, la estridencia es la forma más elevada de patriotismo. Culpe usted a la bancarrota de las ideologías, no a la altitud.