El día 1 de julio, siguiendo los pasos dados unas jornadas antes por Estados Unidos, la Unión Europea imponía sanciones a la compra de crudo iraní. Si bien los líderes de Irán reconocen que las nuevas sanciones pasan factura, se burlan de la idea de que vayan a ser eficaces. "La presunción enemiga de poder debilitar a Irán es, por supuesto, errónea y producto de sus cálculos meramente materialistas", afirmaba el 3 de julio el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad.
La administración Obama, sin embargo, aduce que su estrategia de incremento gradual de las sanciones está funcionando. "Estamos convencidos de que las sanciones económicas están obligando a Irán a negociar", declaraba la secretaria de Estado Hillary Clinton un día después de que Estados Unidos endureciera su batería unilateral de sanciones.
Los dos se equivocan. A pesar del farol de Ahmadineyad, las sanciones contra Irán pueden funcionar. Sin embargo, el equipo de Obama no contempla todavía el nivel de sanción imprescindible para obligar a Teherán a abandonar sus ambiciones nucleares.
En dos ocasiones desde la creación de la República Islámica, las autoridades revolucionarias han adoptado posturas radicales sólo para cambiar de rumbo.
El 4 de noviembre de 1979, los estudiantes iraníes convencidos de que un apretón de manos acaecido el día 1 de noviembre entre su primer ministro y el asesor de seguridad nacional del presidente Carter auguraba una traición a su revolución, irrumpían en la embajada estadounidense en Teherán. Su objetivo inicial era secuestrar al personal de la embajada durante 48 horas solamente. Sin embargo, después de que un asesor de seguridad nacional de Carter llamado Gary Sick filtrara que Carter se había decantado por la resolución diplomática en contra de medidas militares, los estudiantes incrementaron sus exigencias y transformaron una protesta incipiente en una larga crisis que se prolongaría durante 444 jornadas.
Las autoridades iraníes pusieron en libertad a los rehenes el primer día de presidencia de Ronald Reagan. Durante las semanas y meses que se sucedieron, funcionarios de la administración Carter se dedicaron a conceder entrevistas y firmar artículos y libros diciendo que la clave de la liberación de los rehenes fue la tenacidad de la diplomacia. El equipo Carter nunca tiró la toalla: intentaron de todo, desde el antiguo fiscal general radical Ramsey Clark hasta terroristas de la Organización para la Liberación de Palestina, pasando por banqueros alemanes y diplomáticos de las Naciones Unidas metidos a mediadores. Al final, fue la mediación del Gobierno argelino la que tuvo éxito.
El difunto Peter Rodman, antiguo asesor de Henry Kissinger, es el que vio las cosas de forma diferente. En un importante articulo publicado en 1981, afirmaba que la tenacidad de la diplomacia no tuvo nada que ver con la puesta en libertad de los rehenes. Rodman sugería que en su lugar, lo que alteró los cálculos del ayatolá Jomeini fue la invasión de Irán por parte de Irak. La guerra puso sobre la mesa la existencia misma de la República Islámica. El precio de prolongar el aislamiento de Irán secuestrando rehenes estadounidenses se había vuelto demasiado elevado.
La segunda ocasión en la que las autoridades iraníes cambiaron de rumbo y abandonaron de golpe demandas reclamadas durante mucho tiempo guarda relación con los objetivos belicistas de Jomeini. La invasión iraquí pilló a Jomeini por sorpresa –como a todo hijo de vecino–. Hicieron falta dos años para que el ejército iraní expulsara a los invasores iraquíes de suelo iraní.
Después de que el ejército iraní volviera a hacerse con el control del municipio de Jorramshahr, Jomeini consideró aceptar un alto el fuego, pero sus asesores Revolucionarios lo convencieron no sólo de ordenar al ejército entrar en territorio iraquí, sino de seguir adelante hasta Jerusalén. A partir de ahí, vinieron seis años más de estancamiento, al precio de casi medio millón de vidas más. Comparándolo con "beber una poción venenosa", Jomeini aceptó el alto el fuego que había rechazado años antes; el precio de prolongar su política se había vuelto demasiado elevado hasta para un representante mesiánico autodeclarado en la Tierra como él. Jomeini no iba a seguir adelante con la guerra al precio de desmantelar el régimen que era la visión de su vida.
Avanzamos 30 años: ninguna sanción unilateral o multilateral se ha acercado a aislar a Irán al grado de 1981, cuando Jomeini accedió a poner en libertad a los rehenes norteamericanos. De hecho, la administración Obama ha concedido permisos de excepción a los 20 principales socios comerciales de Irán, haciendo poco más que simbólicas las sanciones estadounidenses en vigor.
La actividad comercial turca con Irán, por ejemplo, se ha multiplicado por más de diez a lo largo de la última década. En este contexto, la insinuación del primer ministro turco Recep Tayyip Erdoğán, a quien Obama ha nombrado uno de sus amigos internacionales más próximos, de que simplemente le falta un poco más de tiempo para desmontar los intereses de Turquía en Irán es falsa. Cada laguna a la que acceden Obama y Clinton con el fin de tranquilizar a los aliados está minando cualquier probabilidad de que el régimen iraní actual vaya a cambiar de rumbo alguna vez.
Las sanciones se extienden sobre un amplio espectro de actividades que van de lo genérico a lo concreto. Contra Irán, los políticos occidentales han intentado centrarse en empresas y particulares concretos con el fin de evitar perjudicar a la población en general, que no tiene ninguna responsabilidad de su cúpula no elegida democráticamente. Pecando de cautos, sin embargo, se permite que en la práctica el régimen se dedique a jugar a tres bandas contra las sanciones.
En cuanto las Naciones Unidas o el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos califica a una empresa iraní de implicada en los programas balístico o nuclear iraníes ilícitos, la cúpula iraní simplemente coge las instalaciones de propiedad pública y, en nombre de la reforma económica y la privatización, las pone a la venta en la bolsa de Teherán. El comprador es casi siempre una empresa fachada presidida por algún miembro de la Guardia Revolucionaria que, a las pocas horas, desplaza la actividad de la empresa objeto de sanciones a la empresa nueva. La única forma de minar la estrategia iraní es sancionar a sectores industriales enteros, algo que Obama, sus homólogos europeos y las Naciones Unidas son reacios a hacer.
Hablando en plata, para que las sanciones funcionen, el aislamiento de Irán tiene por fuerza que ser absoluto y el coste impuesto al régimen tiene que ir más allá de lo imaginado por sus líderes en la actualidad. En lugar de aplicar progresivamente las sanciones, hay que imponerlas de golpe. Los funcionarios estadounidenses ganarán fuerza, y pueden vincular el desmantelamiento del programa nuclear de Irán a su levantamiento. Los incentivos comerciales y diplomáticos que suscriben hoy Obama y Clinton sólo están recompensando la mala fe iraní.
Es hora de plantar cara a la cúpula iraní para trasladar el mensaje de que no puede imaginarse la presión que Estados Unidos y sus aliados son capaces de imponer. La cúpula iraní puede responder con faroles pero, si los legisladores son serios tanto a la hora de evitar un conflicto militar prolongado con Irán como de negar la capacidad nuclear a la República Islámica, entonces a Estados Unidos no le queda otra que descubrir el farol de Irán. Cuando Jomeini puso a prueba la resolución estadounidense en 1988, Reagan ordenó destruir la marina iraní. Es hora de indicar a Teherán el verdadero coste de sus acciones. Si nos fiamos de la historia, los ayatolás se apearán del carro primero.