La buena noticia: al parecer, Estados Unidos y Turquía están realizando progresos para llegar a un acuerdo por el que Estados Unidos establecería una pequeña zona de seguridad a lo largo de la frontera siro-turca a cambio de que Ankara permitiera que las fuerzas aéreas estadounidenses con base en Turquía bombarderan al Estado Islámico en Siria.
La mala noticia: el presidente Obama no accederá a crear "una zona de exclusión aérea bastante más extensa sobre un tercio del norte de Siria". Según el Wall Street Journal, "esa idea nunca fue considerada una posibilidad por la Administración Obama, que le dijo a Ankara que algo así de invasivo constituiría un acto de guerra contra el régimen de Asad".
¿Se refería al mismo régimen que ha matado a cerca de 200.000 miembros de su propio pueblo? ¿El del mismo Asad del que el presidente Obama dijo que tendría que abandonar el cargo? Justo, ese mismo. Así pues, ¿por qué demonios Estados Unidos no tendría que estar dispuesto a adoptar acciones que constituyeran un "acto de guerra" contra ese régimen?
Según el Journal, el problema es el siguiente:
Para Estados Unidos, el riesgo de crear siquiera una pequeña zona de exclusión aérea de facto sería la posibilidad de que el régimen de Asad quisiera desafiarla. Los estadounidenses le hicieron llegar mensajes a Damasco para que no respondiera a las fuerzas aéreas de la coalición al comienzo de los ataques sobre Siria, en septiembre. Hasta ahora, el régimen no ha querido enfrentarse a la aviación estadounidense, según representantes norteamericanos.
Sin embargo, resulta difícil aceptar esta explicación sin reírse. ¿En serio la Administración pretende que la red de defensa aérea del régimen de Asad –similar a la del régimen de Sadam Husein, que Estados Unidos desmanteló sin sufrir prácticamente pérdidas en dos ocasiones– supondría un problema, uno insuperable incluso, para las Fuerzas Armadas más sofisticadas del mundo? Recordemos que estamos hablando de las mismas defensas aéreas que la aviación israelí no ha tenido problemas en burlar cada vez que ha querido bombardear unas instalaciones nucleares o un cargamento de armas de Hezbolá. Pero, por lo visto, no queremos arriesgarnos a emprender acciones militares contra Asad.
Uno sospecha que la auténtica explicación es que la Administración Obama ha cambiado discretamente su política respecto a Asad sin decírselo a nadie: el presidente estadounidense ha decidido ahora que el sirio debería quedarse, después de decirle que se fuera. ¿Por qué? Parte de la explicación, sin duda, reside en el deseo de Obama de llegar a un acuerdo con los patronos de Asad en Moscú. La otra parte sea, probablemente, su miedo al vacío de poder que se produciría tras la caída de Asad y a la posibilidad de que el mismo fuera ocupado por yihadistas del estilo de Al Qaeda.
Esa última preocupación por lo menos es legítima, pero no constituye apenas un motivo por el que deba permitirse que Asad utilice su fuerza aérea para asesinar a civiles inocentes y a los combatientes del Ejército Libre Sirio, con cuya ayuda cuenta Obama para combatir al Estado Islámico y al Frente Al Nusra. Pero es perfectamente posible, e incluso necesario desde los puntos de vista moral y estratégico, mantener la fuerza aérea de Asad en tierra sin expulsarlo a él del poder, tan sólo de momento, mientras se trabaja denodadamente con las potencias internacionales a fin de organizar un orden para la postguerra siria similar al que se estableció en Yugoslavia tras el enfrentamiento bélico.
Pero Obama no está haciendo nada de eso; se limita a consentir la continua masacre de Asad. Esa política es peor que inmoral: es estúpida.