Desde luego, es una buena noticia que Nuri al Maliki haya hecho caso de las señales y decidido poner fin a su resistencia a la desesperada a renunciar al cargo de primer ministro de Irak. Hasta qué punto es una buena noticia es algo que está por ver.
Para empezar, aunque Estados Unidos, sin duda, ha desempeñado un papel en su obligada renuncia (mérito del presidente Obama y el vicepresidente Biden), igual de importante, si no más, ha sido Irán, que se negó a respaldar a Maliki cuando quedó claro que amplios sectores de la comunidad chií, liderada por el gran ayatolá Sistani, estaban desencantados con el primer ministro. Si la República Islámica y, en especial, su Fuerza Quds, al mando del general Qasem Suleimani, hubieran seguido apoyando a Maliki, probablemente éste habría seguido en el cargo. Pero los iraníes valoran ante todo la unidad de los chiíes, así que tiraron de la alfombra que había bajo los pies del premier.
Eso es algo positivo, pero resulta un recordatorio perturbador de la influencia externa que Irán sigue ejerciendo en Irak, lo cual es, en buena parte, el motivo por el que tantos suníes, profundamente hostiles a los persas (como llaman a los chiíes, tanto iraquíes como iraníes), están dispuestos a ponerse de parte del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL).
Sabemos poco del sucesor in pectore de Maliki, Haidar al Abadi. Lo poco que hemos oído de él es bueno: se dice que es menos estrecho de miras, sectario y conspirador que su antecesor. Ayuda el hecho de que, mientras que el hasta ahora primer ministro pasó largos años exiliado del Irak baazista en Siria e Irán, Abadi lo hizo en Gran Bretaña, donde es de esperar que llegara a apreciar las normas democráticas más de lo que ha hecho Maliki. Pero ambos proceden del mismo partido, el Dawa, el cual forma parte del poder establecido chií que respaldó al premier mientras, en los últimos años, discriminaba a los suníes. El reto para Abadi –un gran reto– será demostrar que no es un Maliki corregido y aumentado; que está verdaderamente dispuesto a compartir el poder en vez de tratar de convertirse en otro autócrata.
Parte del reto será que renuncie voluntariamente a parte de la autoridad acumulada por Maliki de manera extraconstitucional, algo que nunca resulta fácil para un político en el poder. En particular, su predecesor creó el cargo de Comandante en Jefe para permitirle prescindir de la tradicional estructura de mando y poder ordenarle directamente a las Fuerzas Armadas que cumplieran sus deseos, lo que habitualmente significaba atacar a los suníes. Como primera providencia, Abadi debe eliminar ese cargo y prometer respetar la cadena de mando.
Además deberá hacer una limpia de sectarios a los que Maliki nombró oficiales, y devolver el poder a un cuerpo profesional de oficiales, muchos de los cuales serán suníes. Además, deberá acabar con la dependencia de su predecesor en las milicias dirigidas por Irán. Y no debe reservar para sí los ministerios responsables de la seguridad (Interior y Defensa) como hizo él: debe designar a un suní destacado para al menos uno de esos puestos.
Nada de esto le resultará fácil a Abadi, ni aún con la mejor de las intenciones, y no tenemos mucha idea de cuáles serán esas intenciones. Es seguro que buena parte del establishment chií se resistirá a cualquier merma en su poder, y que en ello contará con el apoyo de Irán. Resulta imperativo que Estados Unidos se comprometa más con Irak, no sólo para combatir al EIIL directamente, sino para impulsar a Abadi en una dirección moderada, incluyente, no sectaria, que haga posible atraer a las tribus suníes y alejarlas de los terroristas.
La Tercera Guerra Iraquí aún no se ha ganado, ni mucho menos. De hecho, apenas se ha iniciado. Queda mucho por hacer, incluido el envío de unos contingentes militares mucho mayores por parte de Estados Unidos y de sus aliados para que colaboren con las fuerzas de seguridad iraquíes, la peshmerga kurda y las tribus suníes. Y no está claro en absoluto que el presidente Obama vaya a a hacerlo. Como mucho, se acaba de ganar una batalla –si bien es una importante– con la inminente marcha de Maliki. El reto ahora será consolidar esta cabeza de playa política. El mayor peligro es caer en una euforia excesiva: suponer que los problemas de Irak ya están resueltos. En realidad, los desafíos del país no han hecho más que empezar.