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Mauricio Rojas

Argentina, entre los malos y los muy malos

Los males de Argentina son el caudillismo, el clientelismo, la corrupción y una cultura depredadora que es muy vieja y va más allá de la política.

Los males de Argentina son el caudillismo, el clientelismo, la corrupción y una cultura depredadora que es muy vieja y va más allá de la política.

Este 11 de agosto se realizará la primera parte –primarias obligatorias– del proceso electoral que el 27 de octubre terminará definiendo la suerte de la actual presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner. En el mejor de los casos, se iniciará un recambio de liderato dentro del peronismo, reagrupando a sus caudillos locales y sindicales en torno a una nueva figura dominante. En el peor, podría abrirle las puertas a un tercer mandato de Cristina Fernández, lo que vendría a perpetuar uno de los peores regímenes que ha tenido el país. Así, Argentina no elegirá entre "los buenos" (que dentro de la clase política no son muchos y están muy fragmentados) y "los malos", sino entre los malos y los muy malos.

En todo caso, quien gane en esta pugna dentro del peronismo deberá administrar una economía cuesta abajo y un país cada vez más dividido que está acumulando una bronca y una desesperación generalizadas que pueden desencadenar estallidos sociales difíciles de prever.

Hay que recordar que el país vive actualmente la fase final del ciclo populista inaugurado por Néstor Kirchner en 2003. Los buenos tiempos, impulsados por la recuperación de la economía y una bonanza exportadora inédita, ya pasaron. Ello permitió una expansión espectacular del Estado argentino: el valor real del gasto público se triplicó de 2003 a 2012 y su peso pasó del 29 a cerca del 50% del PIB. Nunca antes –y eso que Argentina tiene una larguísima tradición de gobiernos cleptócratas– se había llegado a niveles semejantes de gasto fiscal.

Así se pudo crear un amplísimo sistema de clientelas, que va desde los empresarios más adinerados hasta los piqueteros, haciéndolos a todos dependientes del favor del ogro filantrópico kirchnerista. Nunca antes, ni siquiera durante el primer gobierno de Juan Perón, tantos habían dependido tanto del caudillo de turno.

Ahora bien, el problema de todo populismo es, fuera de distorsionar toda la economía, que tiene un hambre insaciable de recursos para mantener su popularidad y sus clientelas. Por ello, el régimen de los Kirchner ha recurrido a apropiarse de cuanto ha podido, pero eso no le ha bastado teniendo que recurrir a la solución de siempre: imprimir crecientes cantidades de dinero.

De esta manera, Argentina vuelve a su vieja pesadilla: la inflación se dispara, los ahorros se dolarizan y se sacan del sistema bancario nacional (se estima en 190 mil millones de dólares la "fuga de capitales", lo que cuadruplica las reservas del Banco Central), el aparato productivo se estanca y el Estado debe incrementar aún más sus asfixiantes regulaciones y controles.

Como se ve, es mucho lo que hay que corregir para que Argentina salga del atolladero económico actual. Pero esto, con todo, no es lo fundamental. Lo que ocurre con la economía no es más que el reflejo de los males más profundos de la Argentina: el caudillismo, el clientelismo, la corrupción y, en el fondo, una cultura depredadora que, lamentablemente, es muy vieja y va mucho más allá de la política.

Para cambiar todo ello hace falta un gran movimiento de regeneración cívica que hoy, lamentablemente, brilla por su ausencia. En consecuencia, lo que se puede esperar si ganan los menos malos no es que alteren los fundamentos del repetido fracaso argentino, sino que, al menos, frenen la deriva autoritaria actualmente en marcha así como los despropósitos económicos mayores del kirchnerismo.

En todo caso, faltarán todavía dos años más para las nuevas elecciones presidenciales y por ello, de perder el kirchnerismo, se abrirá un largo período de incertidumbre y desgobierno que no permite avizorar una interrupción de la marcha de Argentina hacia el caos. Las pugnas y los escándalos se sucederán en la medida en que más y más de los mafiosos actualmente en el poder empiecen a abandonar el barco, tratando, como siempre ocurre en el bajo mundo, de comprarse la impunidad y nuevas oportunidades de seguir con su negocio crucificando a sus viejos patrones.

Será un espectáculo bochornoso, pero aún así sería cien veces preferible a la perpetuación del actual clan gobernante. Tal es la podredumbre del régimen actual que en este caso no se puede decir que más vale diablo conocido que diablo por conocer.

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