¿Recuerdan el famoso “ataque a Irán”? Allá por 2012, importantes analistas de los medios de comunicación nos explicaron cómo, dónde y cuándo iba a realizarse el inminente ataque de Israel contra la República Islámica, que sabotearía la paz mundial.
En general, abundaban en vaguedades, aunque algunos artículos fueron llamativamente precisos, como el del analista de El País que el 1 de febrero afirmaba, sin la más mínima sombra de duda:
Será en verano, época guerrera por excelencia. En mitad de la campaña presidencial, con Obama y Romney enzarzados en la pelea decisiva. Un tiempo de transición, por tanto, en el que se abren las ventanas a iniciativas inusuales. Todo será muy rápido, con bombardeos de precisión realizados por aviones no tripulados. Después vendrá la respuesta, que puede convertirse en guerra. Cuando todo termine, nada será como antes.
Y la campaña de Obama y Romney pasó; y pasó el verano, y pasaron algunos años y no hubo aviones no tripulados sobrevolando Irán (tampoco es que hubieran podido causar daño a unas plantas subterráneas escondidas a gran profundidad, pero that’s another story, nevermind). Y los importantes analistas siguieron siendo importantes analistas, porque, como los adivinos, confían en el olvido selectivo de sus pifias por parte de sus lectores.
En esa misma línea de periodismo predictivo se movían recientemente un par de titulares del diario ABC, del grupo Vocento: «Netanyahu y Gantz pactan el Gobierno de unidad que anexionará los asentamientos de Cisjordania a Israel» (21/04/20) o «Israel forma el Gobierno de unidad que anexionará parte de Cisjordania el 1 de julio» (18/05/20).
Y pasó el 1 de julio. Y no hubo “anexión”. Y lo que sí hubo fueron unos históricos acuerdos entre Israel y, hasta el momento, tres países árabes, que no sólo sellaban la paz, sino que aportaban una insólita normalización de las relaciones: los Acuerdos de Abraham.
La importancia de estos acuerdos estriba en que el conflicto es árabe-israelí: las guerras de agresión de coaliciones de ejércitos árabes contra Israel en 1948, 1967 y 1973 son evidencia de ello; como también lo son los boicots promovidos por dichos países contra el Estado judío, los famosos tres noes de Jartum (“no a la paz, no reconocimiento y no a las negociaciones” con Israel) o el hecho de que la OLP fuera fundada por la Liga Árabe.
A pesar de ello, despertaron sustancial desprecio e indignación entre algunos profetas informativos que, a pesar de no haberlos visto venir, sí podían afirmar que los “obscenos” acuerdos serían «más gasolina para incendiar Oriente Próximo», que no eran acuerdos históricos, que tenían motivos espurios, que “la normalización árabe-israelí aplasta el derecho internacional”, al punto de que ni merecían ser mencionados en algunos resúmenes de los cambios políticos en Oriente Medio.
Por no ver, nunca habían querido ver que las negativas del liderazgo palestino hasta en tres oportunidades a aceptar acuerdos que hubieran significado la creación de un Estado palestino en la mayor parte del territorio que reclaman, que la constante incitación al odio y la violencia, que la negación de la legitimidad de un Estado judío a existir, no ayudan precisamente a la paz…
Esos mismos vaticinadores de hecatombes tampoco fueron capaces de predecir el horror sirio, ni de imaginar siquiera la sangría del ISIS; ni han alertado aún de las evidentes masacres de cristianos en Oriente Medio, que no precisan ya de poderes proféticos ni analíticos. Y, aun así, esos adivinadores de lo terrible resultan ser las referencias mediáticas en habla hispana, y vuelven ahora a alertarnos de un posible ataque a Irán, fundando su augurio en las mismas cartas de entonces. Puede que esta vez sí suceda. O puede que no. Pero 2020 ya no es 2012, ni siquiera 2019, a pesar del rechazo a la realidad de algunos analistas y medios.
En su cuento “Cómo reconocer un artista” (Crónicas del Ángel Gris, Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, 1988), Alejandro Dolina jugaba con la difícil definición del concepto de artista:
Ocurre que mientras resulta relativamente fácil distinguir a un plomero [fontanero] de un impostor, la condición artística puede fingirse durante largos períodos sin que nadie sospeche el engaño.
El arte es un sutil asunto y las chambonadas no se hacen tan patentes como en la plomería: cuando una canilla gotea, uno ve el agua y se moja con ella; cuando un poema está mal escrito, no hay cataclismos exteriores que lo denuncien.
Y lo que con humor describía Dolina acerca de un sector dedicado en principio a la estética y ética del arte, puede lamentablemente aplicarse a la descorazonadora realidad del periodismo hoy en día.
Pero en el periodismo sí hay consecuencias, porque lo erróneo, lo falso, tratado imprudentemente, puede transformarse en hechos reales para el lector. El cuarto poder se erigió en su día en guardián de la buena salud democrática. ¿Quién sino una prensa independiente, profesional, basada en hechos –y no en emocionalidad e ideología–, podría aportar verdad y conocimiento y a la vez exigir a los poderes transparencia y responsabilidad? Sin embargo, su politización y, respecto a Israel, su deriva en un mal entendido humanitarismo han convertido esta herramienta en una voz al servicio de una de las partes, ciega a las complejidades de la realidad y confiada en sus profecías autocumplidas.
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