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Martín Alonso

El mito fundacional de la izquierda

El mito fundacional de la nueva izquierda americana nacía entonces, a despecho de la evidencia de la militancia marxista de Oswald.

El periódico Dallas Morning News editorializa el 15 de noviembre: "(…) en 1963 la ciudad de Dallas padecía una enfermedad del espíritu, (…) una corriente de tendencias políticas de extrema derecha engendradas por el resentimiento". Al día siguiente Manny Fernández, en el New York Times, concurre: "En los años sesenta, un cábala en la estructura política de Dallas convirtió el clima político en tóxico, incitando una histeria ultraderechista responsable de ataques a visitantes ilustres". El mismo día Joe Garofoli escribe en el San Francisco Chronicle:

Hoy las proclamas extremistas del tipo que se escuchaban en Dallas hace 50 años se han convertido en moneda común, especialmente en la derecha (…) Miembros del Congreso, como los representantes del Tea Party, Louis Gohmert o Steve King, arremeten contra la reforma sanitaria de Obama como si fuera una suerte de socialismo, por ejemplo (…)

Dicho de otro modo. Un clima ultra en Texas sirvió de caldo de cultivo a una conspiración para matar el 23 de noviembre de 1963 a un paladín por la justicia y los derechos civiles, John F. Kennedy. Las personas de bien comprenden que Kennedy murió por unos ideales, coincidentes con los de la izquierda en general, y su martirio es una inspiración para hacerlos realidad.

Afortunadamente, ningún animal ha sufrido daño alguno en la producción de esta película.

Lee Harvey Oswald asesinó a Kennedy en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Oswald hubiera encontrado indignante pasar a la historia como el brazo ejecutor de una conspiración derechista. A los 16 años pidió afiliarse al Partido Socialista de EEUU. Poco después solicitó el carnet de miembro de las Juventudes Comunistas. En años subsiguientes se vinculó con el Partido Socialista de los Trabajadores y el Partido Comunista de EEUU. En octubre de 1959, con 21 años de edad, Oswald se exilió en la URSS y declaró: "Afirmo que mi lealtad está con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas". Desde Moscú escribió a su hermano:

Quiero que entiendas que lo que digo ahora no lo digo frívola o inconscientemente (…) En caso de guerra mataría a cualquier americano… cualquiera…

Dos años después, ya casado con una ciudadana soviética, Oswald volvió a EEUU. En la primavera de 1963 trató de asesinar al general Edwin Walker, un militar retirado anticastrista y conservador, que había sido candidato republicano a gobernador de Texas. El disparo de Oswald fue desviado por el quicio de una puerta y pasó a milímetros de la cabeza de su objetivo. Después se trasladó a Nueva Orleans, donde militó en organizaciones procastristas. El periódico de la formación en que militaba editorializaba por entonces sobre los ataques de "bandidos terroristas del Gobierno Kennedy" contra Cuba. Oswald intentó llegar a la isla, donde alimentaba la fantasía guevarista de ser nombrado miembro del Gobierno cubano. En septiembre de 1963 Oswald pidió un visado para Cuba en México. Como antes los soviéticos, los cubanos le encontraron inestable y se quedó con las ganas.

Para entonces, despreciado por las dos patrias del socialismo y separado de su mujer y sus hijas, a la vuelta de México encontró un puesto de trabajo en el almacén municipal de libros escolares de Dallas. Mientras soñaba con un golpe al imperialismo americano que le elevara a la altura de Lenin o del Che, el joven marxista se enteró de la visita del presidente a Dallas el 22 de noviembre y, fortuitamente, del paso de la caravana por delante del edificio del almacén, a una hora durante la cual el sexto piso estaría desierto. Oswald podría cambiar el curso de la historia con una sola bala.

El informe de la Comisión Warren ha sido vindicado por la historia y el desarrollo de la tecnología en materia forense. Está más allá de toda duda que Oswald fue el único asesino y no hay, ni ha habido nunca, el menor amago de evidencia de que fuera el instrumento de conspiración alguna. Lejos de ser un paladín, Kennedy era un hombre humano, demasiado humano, y un presidente ordinario. Kennedy fracasó espectacularmente en Bahía de Cochinos, hizo el ridículo ante Kruschev en Viena, empezó la aventura de Vietnam después de asesinar a su presidente y detuvo la legislación de derechos civiles en el Congreso, no convencido de que no fuera a provocar una fisura en el Partido Demócrata. Kennedy, con el elemento vertebrador de su ideología anticomunista y procapitalista, apenas podría ser descrito como un hombre de izquierdas.

Sí lo era su sucesor, Lyndon B. Johnson, que profesaba animosidad a Kennedy y era sobradamente correspondido. Johnson vio la oportunidad de hacer pasar por el aro de la Gran Sociedad (es decir, del Estado del Bienestar) al pueblo americano, alimentando la especie del protomártir progresista, victima del "clima de odio". El mito fundacional de la nueva izquierda americana nacía entonces, a despecho de la evidencia de la militancia marxista de Oswald. Que era, y sigue siendo, necesaria una conspiración, desde la ciudad de Dallas en 1963, hasta el Tea Party en 2013, es una necesidad ineludible del guión.

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