El orientalista Toby Matthiesen (Pembroke College, Cambridge, London School of Economics) ha escrito este libro tan interesante sobre –dice en el subtítulo– "la Primavera Árabe que no fue", la de los países del Golfo, Pérsico o Arábigo según la costumbre y la Weltanschauung de cada cual, Sectario en nuestro título, que perfectamente podría haber sido La Caja de Pandora. Y es que los autócratas del lugar, denuncia Matthiesen, para conjurar la amenaza primaveral han dado en agitar el avispero de las emociones identitarias, avivar el discurso sectario, recurrir al divide y vencerás. Se habrán salido con la suya, pero sólo por ahora, acota Matthiesen, que advierte: las consecuencias pueden ser devastadoras.
Y es que Arabia no es lo que parece, lo que nos venden, un formidable desierto monocorde, poblado por mulás, camellos y ricachos, unánimemente suní. En Arabia, por ejemplo –y aparte de una legión de trabajadores extranjeros que viven poco menos que esclavizados: seguiremos informando–, hay muchísimos chiíes, lo saben mejor que nadie los gobernantes que tanto les temen; por múltiples razones, la primera de las cuales puede que sea el hecho de que les hacen objeto de incontables discriminaciones. Y precisamente porque viven sometidos, como súbditos –en el Golfo no hay ciudadanos– de segunda, tienen tendencia a la manifestación, la protesta, el levantamiento si se dan las condiciones. La marginación de los chiíes es una bomba de relojería, intuyó Matthiesen en Manama, Bahréin, ya en el año 2008.
La Primavera Árabe no arraigó en la Península Arábiga, pero lo cierto es que fue allí donde dio sus primeros brotes, refiere Matthiesen. Concretamente en Omán, el más absolutista de sus regímenes; en enero de 2011, justo cuando empezaba a arder Túnez, en la otra punta del mundo árabe. (La disidencia kuwaití protesta y recuerda que su Movimiento Naranja, por el derecho de la mujer al voto y una reforma electoral aperturista, data de la temporada 2005-2006). Al cabo se extendió por el resto del territorio, especialmente por Bahréin y excepción hecha de los Emiratos y Qatar, cuya emblemática Al Yazira se comportó de manera bien distinta a como lo hizo en Egipto y Libia y sigue haciendo en Siria: en casa la Primavera Árabe no era tal, un estallido popular contra la opresión, sino un maquiavélico plan de los persas de Teherán por desestabilizar el núcleo del mundo arábigo. (Lo mismo cabe decir de las élites y los medios occidentales, apunta Matthiesen. Igual es porque los países del Golfo albergan ⅔ de las reservas probadas de petróleo y ⅓ de las de gas. Y algunas de las más grandes e importantes bases militares de los Estados Unidos de América).
"El año en que soñamos peligrosamente", 2011, quedó atrás, ganaron los tiranos. (¿Salvo en el Yemen? ¡Ojo al Yemen!). Por ahora, insiste Matthiesen; también en la advertencia: haber invocado los espectros del sectarismo les puede salir muy caro: si quieren ejemplos, que miren a Siria, a Irak, al Líbano. (Se estima –porque no hay datos oficiales: de nuevo la denegación y el miedo– que los chiíes son el 60-70% de la población de Bahréin, el 20-30% de la de Kuwait, el 10-15% de la de Arabia Saudí y Emiratos Árabes, el 10% de la de Qatar…). Las demandas de la población –no sólo de los chiíes– van a seguir ahí, la Primavera Árabe ha insuflado esperanzas en quienes quieren cambiar las cosas, que cada vez son más; y cada vez hay menos dinero, privilegios, concesiones para cerrarles la boca. ¿De nuevo y para siempre con el puño de hierro? Según parece, cada vez le tienen menos miedo.
El modelo denegación-represión-subvención es insostenible, los recursos naturales ya no son la solución sino que empiezan a ser parte del problema (¿acabará Arabia Saudí importando petróleo en 2030?). A todo esto, Estados Unidos no parece en estos momentos el aliado más fiable y además está de retirada (Irak, Afganistán); todo lo contrario que el enorme Irán, persa y chií, amigo de Rusia y China, firmemente decidido a conquistar la nuclearidad y a ganarle la guerra fría peninsular a Arabia Saudita. "El futuro del Golfo será inherentemente inseguro", sentencia Matthiesen y, desde luego, descabellado no suena.
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Dice el dicho que nadie es profeta en su tierra. El dicho alude a Mahoma, el Profeta para los musulmanes, que vio cómo, paradójicamente, donde más le costó abrirse camino fue en su ciudad natal, la hoy mahometanísima Meca. Al punto de que tuvo que huir de ella. Volvió luego, triunfante y piafando.
¿Vivirá el mismo ciclo la Primavera Árabe en la Península Arábiga? Hagan sus apuestas y crucen los dedos. O cierren los ojos.
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