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Mario Noya

Maduro como amenaza y como afrenta

A ver si de una maldita vez se lo toman en serio las cancillerías de aquí y de allá y lo tratan como se merecen los liberticidas de su ralea.

A ver si de una maldita vez se lo toman en serio las cancillerías de aquí y de allá y lo tratan como se merecen los liberticidas de su ralea.

En el 75 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, el fascista rojo que desgobierna Venezuela instó al saqueo de una cadena de electrodomésticos. "¡Que no quede nada en los anaqueles! ¡Que no quede nada en los almacenes!", bramó el descerebrado heredero del ominoso Hugo Chávez Frías, su mentor también en esto, con sus demenciales y criminógenas expropiaciones en vivo y en directo.    

Las comparaciones son odiosas… según y cómo. Lo odioso, aquí, es el chavismo, por su abominable insistencia en emparentarse con el nazismo, con el que comparte el socialismo y el nacionalismo enfermizos, un estupefaciente culto al Líder, la pavorosa paramilitarización del lumpen, un agitprop que es veneno puro y el odio sañudo a las libertades. Y el antisemitismo.

El chavismo no es un sucedáneo cutre y caribe del nazismo, Caracas no es Varsovia y no habrá nada en Venezuela que se parezca jamás a los campos europeos de exterminio. Pero también es cierto que, como el nazismo, el chavismo excita las peores pasiones del ser humano, a fin de convertirlo en un envidioso depredador resentido; deshumaniza al enemigo para mejor aniquilarlo y si se tercia convierte a la masa en vociferante chusma impune, sádica, hiperviolenta. Tensiona al extremo las relaciones sociales e internacionales. Vive por y para la amenaza, el terror, el miedo. Totaliza. Y convierte en formidable ("muy temible y que infunde asombro y miedo") lo grotesco: te ríes de Maduro, ese patético histrión que da tanta vergüenza, y acabas humillado, ofendido y hasta puede que desangrado en plena calle o una cuneta.

Nicolás Maduro es una calamidad tremebunda para Venezuela y una amenaza para el resto de América. A ver si de una maldita vez se lo toman en serio las cancillerías de aquí y de allá y lo tratan como se merecen los liberticidas de su ralea: con firmeza, contundencia y tolerancia cero.

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