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Mario Noya

China es culpable

Quizá proceda hablar del “virus PCCh”, el virus del Partido Comunista Chino; para que jamás se olvide quién provocó, con su “malévola negligencia”, este “incendio” que está devorando el planeta.

Quizá proceda hablar del “virus PCCh”, el virus del Partido Comunista Chino; para que jamás se olvide quién provocó, con su “malévola negligencia”, este “incendio” que está devorando el planeta.
Baño de masas del dictador chino, Xi Jinping, en la plaza de Tiananmen | EFE

(Para Emilio Campmany, Santiago Navajas, Juanma López Zafra y Pablo Kleinman)

China está empezando a enviar al extranjero millones de mascarillas y el que no pide que se le den las gracias, directamente lo exige. Bueno, bueno. Primero que pidan perdón; ellos, los capos criminales de la República Popular (sic orwelliano), pues por su culpa, por su culpa, por su gran culpa el mundo vive inmerso en una crisis colosal que está colapsando sistemas sanitarios como el italiano o el nuestro.

Fueron ellos, los criminales que gobiernan la China comunista, los que ya no es que ignoraran sino que acosaron y silenciaron a quienes dieron tan temprano (primeros de diciembre) la voz de alarma; a médicos como Li Wenliang, que se dejó literalmente la vida (7 FEB) en su hospital de Wuhan, o a los científicos que estaban investigando en la referida megaurbe sobre lo que parecía una desconocida neumonía de tipo vírico –que según algunos podría haberse manifestado tan pronto como en el mes de octubre– pero se les ordenó que no difundieran el menor dato y destruyeran todas las muestras que hubieran reunido.

Muy poco avanzado enero, investigadores de Shanghái habían conseguido mapear el genoma del virus y advertido a las autoridades de que se tenían que adoptar medidas de prevención y control en espacios públicos. Pero el régimen del endiosado Xi Jinping no sólo no les hizo caso sino que… clausuró el laboratorio de marras y siguió adelante con su labor de ocultación, para posteriormente ponerse a minimizar el asunto y, por tanto, a desprevenir a la población: "El riesgo de contagio entre humanos es bajo", aseguró en pleno día 15 el Fernando Simón de por allí.

Ocho días más tarde, y después de que en Wuhan se celebrara un megabanquete con ocasión del Año Nuevo chino al que acudieron 40.000 familias (cada una con sus propios alimentos, incluidos los adquiridos en abominables mercados de animales vivos), el ‘aquí no pasa nada’ devino en el confinamiento de 40 millones de personas en la propia Wuhan (11 millones de habitantes) y alrededores. Antes del cerrojazo, cinco millones de potenciales contagiados pudieron abandonar la capital de Hubei (58 mill. hab.) sin ser sometidos a la menor prueba. Contamíname.

La China comunista no es de fiar, tampoco ahora que reporta que apenas registra contagios y que tiene los santos cojones de plantarse en Italia a decirles a sus socios europeos de referencia que ¡todo mal! Lo saben de sobra en la democrática Taiwán, que sus vecinos liberticidas no son de fiar; por eso declararon la guerra al coronavirus... antes que la propia China comunista –de la que le separan 100 millas– y que una lacayuna Organización Mundial de la Salud (OMS) marioneteada por Pekín. Con estas clamorosas consecuencias: a fecha 22 de marzo, Taiwán (23 millones de habitantes) refiere 153 contagios y dos fallecimientos. Y sin confinar a la población ni tener que cerrar un mal puesto de noodles, y con un admirable despliegue de transparencia informativa. (Si quiere creerse los datos de China para la misma fecha, son estos: 81.304 infectados y 3.259 muertos).

En este pavoroso asunto, la China comunista se ha atenido a un manual muy socorrido entre la canalla totalitaria: primero actuó a ciegas porque en sistemas como el suyo, fundados en el terror, la gente e incluso o sobre todo los propios cuadros del régimen evitan enviar malas noticias a las altas esferas; después recurrió a la ocultación, pues la incompetencia revelada es letal para quienes se proclaman omnipotentes y con fatal arrogancia detentan todo el poder; luego hizo lo que mejor sabe, reprimir con ferocidad y contundencia, para acto seguido poner en marcha la maquinaria de la propaganda encomiástica que convierte en superhéroes a los villanos más despreciables; y finalmente ha hozado en la intoxicación: Zhao Lijian, portavoz del Departamento del Ministerio chino de Exteriores, eyectó el pasado día 12 un tuit en el que tenía la desfachatez de exigir transparencia a EEUU (país al que el suyo envió 10.000 viajeros diarios entre noviembre y el 31 de enero, en que Trump mandó a parar) y acusaba nada sibilinamente a su Ejército de llevar el virus a Wuhan.

Como no hay cosa que le guste más en el mundo que embestir un capote, ahora Trump habla y no para del "virus chino"; y cuando la prensa newtralizadora de por allí le pregunta escandalizada que por qué incurre en una terminología tan racista (los muy sectarios, los muy gilipollas que hablan sin problemas de la "gripe española" y del "Síndrome Respiratorio de Oriente Medio" –MERS por sus siglas en inglés–, son además una yunta de colaboracionistas capaces de encomendarse a una siniestra dictadura con decenas de millones de cadáveres a sus espaldas –y que persigue con saña a la prensa: acaba de perpetrar la peor purga de medios extranjeros desde su mera fundación (1949)– para que haga lo que ellos no han podido: mandar a Trump a la lona), el presidente de los Estados Unidos de América responde:

No es [una denominación] racista, para nada. Procede de China, por eso lo digo. Procede de China y quiero ser preciso. (...) En un momento dado, China ha intentado decir, pero quizá deje de decirlo ahora, que eso fue causado por soldados americanos. Esto no puede pasar. No va a pasar. Al menos mientras yo siga siendo presidente.

(Y cuando otro newtralista le rebusca y repregunta si no cree que puede estar cometiendo un crimen de lesa estigmatización, Trump de inmediato retruca: "No, no lo creo. Lo que creo que estigmatiza es decir que lo crearon militares americanos").

China, la China comunista deshonesta con sus propios súbditos y con el mundo entero, es culpable. (Y con ella la pasmarota OMS, que no fue alertada por Pekín hasta el 31 de diciembre y que no envió delegación alguna al mastodonte asiático hasta el 10 de febrero; la corrupta y obsecuente OMS, pretendidamente comandada por un títere de Pekín, el marxista Tedros Adhanom, que siendo ministro de Sanidad en Etiopía silenció tres mortíferos brotes de cólera en el país africano: cómo no iba a ser bueno para el convento). De modo que si, como dice Marc A. Thiessen en este yo acuso monumental, la lacra formidable que padecen ya 193 países "merece ser eternamente vinculada al régimen que facilitó su expansión"; y si, como remarca Trump con el escalpelo, de lo que se trata es de ser precisos, entonces quizá proceda llamar a este Covid-19 el "virus PCCh", el virus del Partido Comunista Chino; para que –alientan desde la Hong Kong Free Press– nadie olvide quién provocó, con su "malévola negligencia", este "incendio" que está devorando el planeta.

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