Leyendo el último libro de Oriana Fallaci he dado con Sabiha Gökçen, hija de Mustafá Kemal Atatürk, la primera piloto de combate en la historia de Turquía y del mundo –según el Guinness–, todo un personaje.
Al parecer, el padre de los turcos decidió adoptar a Sabiha cuando la pequeña Bella le preguntó, en su natal Bursa, si podía ayudarle a ingresar en un internado. Diez años más tarde, en 1934, en virtud de la Ley del Apellido, por la que obligó a todos los turcos a dotarse de uno, premonitoriamente Atatürk impuso a su hija el de Gökçen, que podríamos traducir como "Del Cielo". Bella del Cielo enseguida empezaría a surcarlo: en 1935 acudió a la inauguración de una escuela aeronáutica y quedó fascinada con lo que allí vio. Atatürk dispuso que se la formara para paracaidista y así se hizo. Pero ella lo que quería era ser piloto. Y piloto se hizo, pese a que tenía vedada la Escuela de Guerra por su condición de mujer.
Sabiha Gökçen acabó convertida en instructora de la escuela aquella que le fascinó y en una auténtica leyenda en esa República que fundó y ahormó su padre, laica, jacobina a su manera, militarizada: incluso participó en la Matanza de Dersim, aplastamiento a sangre y fuego de una rebelión kurda contra la turquificación forzosa dictada por Ankara que pudo cobrarse hasta 13.000 vidas. La piloto de combate Gökçen ya no es que participara: es que fue condecorada por su implicación en la masacre, por la que el Estado turco acabaría pidiendo perdón (hace sólo cuatro años).
La Sabiha Gökçen que conoció Oriana Fallaci en 1960 era una pujante mujer madura, toda una institución en aquella Turquía que tenía mujeres en la Milicia y en la Magistratura. Italia no. De ahí cierta suficiencia en su trato con la periodista igualmente brava, y su estupefacción cuando ésta le dijo que la estrategia militar le parecía "un misterio aún mayor que las musulmanas que no llevan velo".
–Oh, debe [de] tener usted una idea muy confusa acerca de las musulmanas que no llevan velo –se rio la capitana Gökçen, sirviéndome licor de rosas–. Quizá le venga bien darse una vuelta y echar un vistazo. Las mujeres han cambiado mucho en este país y no me gustaría que me considerase una especie de monstruo. Vaya, vaya a ver…
Y Oriana fue a ver con una tal Aylin de "poco más de veinte años", "una chica guapa con la falda muy corta" a la que llamaba Lunik porque esta palabra, que en turco designa al "haz de luz que rodea a la Luna", definía perfectamente a "las mujeres musulmanas que no llevan velo y que, por tanto, son libres, respetadas e infelices exactamente igual que las mujeres de Occidente".
Lunik tenía la sensación de quien no sabe a qué santo encomendarse. Nunca había conocido a una mujer que llevara velo, así que no sabía qué las diferencia de las que no lo llevan.
Total, que Lunik se llevó de copas a Oriana, que entonces conoció a Sevin y a Aygen, otras semejantes a Sabiha y a Aylin que bebían vodka, enseñaban el escote y se retiraban a las tantas (recuerde el lector cuando lea lo que sigue que estamos hablando del año 1960).
(…) nos despedimos cuando ya eran casi las dos de la madrugada.
–Vuestros padres estarán enfadados –les dije a Sevin, a Aygen y a Lunik.
–¿Por qué? –respondieron a coro–. ¿En Milán una chica no puede volver a casa a las dos de la mañana?–Depende –dije–. La mayoría de los padres no lo consienten.
–¡Qué país más raro! –observaron a coro.
Por medio de Gökçen, Oriana conoció a dos jueces turcas. Una de ellas como que presumía de que en la Turquía de Atatürk se divorciaba un montón de gente, y cuando la Fallaci le preguntó que por lo general a petición de quién, la señora Arkum respondió:
–[De] los hombres, desgraciadamente. La verdad es que nunca nos han perdonado que nos quitáramos el velo.
De vuelta en los dominios de la capitana Gökçen, Oriana se encontró con una Sabiha sibilizada que auguró sentenciosa:
(…) si el siglo XVIII pasó a la Historia como el siglo de la Revolución Francesa [y] el XIX como el siglo de las conquistas coloniales, el XX será recordado como el siglo de la emancipación femenina, sobre todo en el Islam.
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Sabiha Gökçen estuvo 24 años en activo, pilotó 22 tipos distintos de avión y sumó 8.000 horas de vuelo, 32 de ellas de combate. En 1996, la Fuerza Aérea norteamericana la incluyó en un cartel en el que figuraban Los 20 pilotos más grandes de la Historia, y Google le dedicó un doodle en 2009.
Murió el 22 de marzo de 2001, un día después de cumplir 88 años y dos después de que se le pusiera su nombre a este aeropuerto de Estambul. En su mensaje de condolencias, el entonces presidente de Turquía, Ahmet Necmet Sezer, afirmó: "Siempre será recordada por el pueblo turco como el símbolo de la mujer turca moderna". Y en el obituario que publicaron en elIndependent de Londres trajeron a colación estas palabras que dedicó a su padre: "Hay algunos desgraciados que tratan de destruir a este gran individuo. Condeno esos ataques. Ojalá Dios mantenga el país en la senda que él trazó". Sus memorias, publicadas en 1981, en coincidencia con el centenario del nacimiento del prócer, se titularon, precisamente, Una vida en la senda de Atatürk.
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Hoy, Turquía está en manos de Recep Tayyip Erdogan, islamista que (pro)clama: "¡Las mezquitas son nuestros cuarteles!". El Antiatatürk.
Y su hija favorita, Sümeyye, que lleva el nombre de la primera mártir del islam, bien pudiera ser la Antisabiha.
Simboliza la nueva generación islámica conservadora que alcanzó la mayoría de edad cuando el AKP [Partido Justicia y Desarrollo, fundado por Erdogan] llegó al poder.
(…)
[Una antigua compañera] recuerda que, en el colegio, formaba parte del grupo de chicas que "se resistieron" y se negaron a quitarse el velo. Algunas optaron por abandonar los estudios al unísono, otras empezaron a llevar peluca, mientras Elif [nombre ficticio] y Sümeyye decidieron cambiar de centro. Entonces, como su hermana mayor Esra, la hija del presidente de Turquía se marchó a Estados Unidos, y después a Londres, para estudiar en la universidad y poder seguir llevando el velo, algo que, hasta 2010, era imposible de hacer en Turquía. Según el pianista Süher Pekinel, su estancia en EEUU tuvo una honda influencia en la joven, que "aprendió a tocar el violín y tomó lecciones de canto".
(…) Sümeyye se define a sí misma como la abanderada de las jóvenes veladas y piadosas.