El terrorismo, al estilo de lo ocurrido en Bombay, es un acto contra la paz. No son pocos los casos en que atentados terroristas tienen consecuencias funestas para la humanidad. Un horrible ejemplo es el asesinato en Serbia del archiduque Francisco Fernando de Austria, el 28 de junio de 1914. Los miembros de la sociedad secreta Mano Negra pensaban que así lograrían la independencia de Serbia del imperio Habsburgo. Pero más bien fue la mecha que inició la Primera Guerra Mundial, en la que más de veinte millones de personas perdieron la vida. Pueblos enteros fueron aniquilados, entre ellos los armenios, y el mundo comenzó así el siglo más sangriento de la historia.
En el siglo XXI hemos vivido actos terroristas, como la destrucción de las torres gemelas de Nueva York por extremistas musulmanes de Al Qaeda, con consecuencias fatídicas para la paz. Sus secuelas, entre ellas las guerras en Irak y Afganistán, todavía colean, sin que se vea una pronta o clara solución.
El terrorismo es un acto criminal de gran brutalidad cuyo objetivo es sembrar el miedo a manos de individuos y agrupaciones que acumulan odio, frustración y desesperación en contra de Gobiernos, razas, etnias, religiones o personas que consideran enemigos. Los terroristas se creen ungidos por una misión divina o patriótica y piensan que sobre sus hombros descansa la salvación o emancipación de su pueblo; se sienten redentores y vengadores a la vez. Están dispuestos a perder la vida y a matar a cuantos sea necesario para lograr su objetivo de castigar, humillar y destruir al enemigo. Para ellos nadie es inocente y todos los que no están de su lado son culpables, aunque jamás hayan cometido actos de violencia. Así vemos a jóvenes colocarse chalecos explosivos y volarse en medio de un café, estación de trenes o supermercados llenos de civiles que para ellos son tan culpables como cualquier militar o gobernante enemigo.
Los ataques perpetrados en Bombay son una amenaza para la paz global. Desde antes de la división en 1947 de India y Pakistán –por razones principalmente religiosas–, esa región ha sido un territorio conflictivo. Tanto India como Pakistán tienen aliados poderosos y sufren conflictos internos, lo cual agrava el peligro. Esperemos que esto no sea la mecha que prenda el polvorín.