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Marcelo Birmajer

Pensamiento nacional

Nisman nos advirtió de que los terroristas iraníes pretendían un pacto de impunidad. La respuesta kirchnerista fue gritarle que no les aguara el verano.

Nisman nos advirtió de que los terroristas iraníes pretendían un pacto de impunidad. La respuesta kirchnerista fue gritarle que no les aguara el verano.

Era un verano tranquilo, la felicidad en las playas desafiaba todos los pronósticos; y súbitamente irrumpe el enemigo del pueblo, el fiscal Alberto Nisman, con su inesperada denuncia contra la presidente, el canciller y los compañeros D'Elia, Esteche y Larroque. La escena parece extrapolada de Tiburón, la película de Spielberg: los habitantes de un pequeño pueblito costero se disponen a disfrutar del verano, cuando el alguacil local advierte a las autoridades de que un feroz escualo blanco recorre la costa devorando bañistas. El alcalde y los responsables de la vida ociosa no quieren saber nada del peligro: más vale que el tiburón se coma a uno o dos antes que arruinar la temporada. Le exigen al alguacil que calle. Es El enemigo del pueblo, de Ibsen, y se ha repetido en el verano argentino.

El fiscal Alberto Nisman nos advirtió de que los terroristas iraníes pretendían un pacto de impunidad con las autoridades argentinas, mantenernos en las tinieblas de la injusticia por la masacre de la AMIA, la influencia de la dictadura iraní en Latinoamérica y la extorsión implícita. La respuesta kirchnerista fue gritarle a Nisman que no les aguara el verano. Si el tiburón iraní se comía a uno más, después de veinte años, resultaba menos oneroso que interrumpir la vida de playa. De hecho, la presidente nos pidió el viernes que no le prestemos tanta atención a un tema "externo", como la muerte de Nisman o la masacre de la AMIA, mientras se vive a pleno el "verano de emociones". El argumento de que la denuncia de Nisman y su posterior muerte por una bala en la sien no fue más que el intento de desbaratarle el verano a los buenos argentinos fue desplegado meticulosamente por nada menos que el secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, Ricardo Forster. Esa es la cima del pensar nacional y popular de los K: la muerte de Nisman fue un eslabón de "la cadena del desánimo". Previamente había esbozado el mismo razonamiento el jefe de gabinete Capitanich, pero sin el agravante de soltar semejante dislate sobre el cadáver todavía tibio del fiscal.

La sofisticada reflexión de Forster me recordó a un intelectual francés cuya influencia no es ajena a Carta Abierta: Louis Althusser.

Durante los años 70 y 80 este intelectual comunista fue considerado el horizonte teórico del marxismo occidental. Era el traductor perfecto, al lenguaje de la clase media académica con pretensiones revolucionarias, de El Capital y el materialismo histórico. La esperanza blanca del fin de la explotación en las "regresivas" democracias occidentales. Y de pronto ahorcó a la esposa. La había denunciado como traidora al Partido, sabiendo que era inocente. Pero finalmente la acogotó con sus propias manos. El clarividente teórico de un mundo mejor lo empeoró.

Defino como el Teorema de Althusser el caso de los intelectuales que pretenden explicarnos el funcionamiento de la sociedad y no son más que locos, criminales o ladrones. La figura del intelectual se convierte entonces en su exacto opuesto, no alguien que nos ayuda a pensar, sino quien destruye el mínimo sentido común a partir del cual puede surgir un pensamiento original, o al menos auténtico. Forster explicando que la bala en la cabeza del fiscal Nisman, el cataclismo institucional que esa muerte brutal representa, no es más que el afán de fuerzas desconocidas por arruinarle el día de playa a los despreocupados veraneantes argentinos. Es un sofisma tóxico. No piensan para descubrir la verdad sino para el acomodo personal, ya sea a una época, a un paradigma conveniente o a un Gobierno. No les importa si algo es verdadero o falso. Cualquier ciudadano sin ninguna relación con la intelectualidad o la academia está mejor preparado para interpretar la realidad que el secretario del Pensamiento Nacional. Los intelectuales sumisos al Gobierno han convertido su ideología y sus lecturas en una camisa de fuerza, no en una invitación al pensamiento. Una muerte inesperada, un sismo político los deja perplejos; pero en lugar de reconocer su ignorancia inventan respuestas frívolas. No están preparados para los verdaderos problemas: aquellos que no figuran en los manuales. Pueden hablar de la dictadura del 76, porque ya la habíamos resuelto como problema teórico en los 80; pueden hablar del Imperialismo, porque es parte del vademécum de los 60 y los 70. Pero cuando se presenta un cisma insólito: la Republica Islámica de Irán –la valedora de sus aliados Chávez-Maduro, Morales y Correa, la representante mundial del antinorteamericanismo– está acusada de ponernos una bomba, y la presidente y su canciller denunciados por intentar garantizar impunidad a los asesinos, no tienen letra. Dicen cualquier cosa.

El periodista Damián Patcher se consideraba amenazado, con toda razón: fue el primero en hacer pública la muerte de Nisman, desafió los tiempos del Gobierno. Sabiendo que no existen garantías, huyó del país. El Gobierno subió la apuesta: tuiteó el pasaje de Patcher, con cada detalle. Aníbal Fernández, secretario general de la Presidencia, explicó: "Había un miedo, una preocupación pública y se resolvió cuando se publicaron los datos". Pero ya había hecho lo mismo en ocasión del viaje de Isidoro Graiver a Londres en 2010, luego de que éste declarara en contra de los deseos del kirchnerismo respecto a Papel Prensa. Fernández ventiló día, hora y punto de partida de Graiver, como hicieron luego con Patcher. Es la amenaza de que conocen hasta el último de los movimientos de quienes piensan distinto.

Capitanich salió raudo a declarar que la vida de los periodistas estaba asegurada; pero… si dejan morir de un tiro en la sien al fiscal del caso AMIA, un día antes de su declaración ante el Congreso, ¿los periodistas pueden estar más tranquilos que Nisman? Si hubo alguien que nadie creyó que iba a morir de un tiro en la sien antes del lunes 19 de enero de 2015, incluso en esta Argentina insegura, era Nisman. ¿Cómo no iban a protegerlo, a vigilarlo, al menos con los métodos mafiosos como el de saber cuántas horas dejó a su hija en un aeropuerto? Pero lo saben todo, excepto qué pasó con Nisman las horas antes y posteriores a su muerte. Lo único que deberían saber. A falta de certezas, ya lo definió muy bien Forster: aquí hay verano. Es el pensamiento nacional y popular. El que no salta es un Nisman.

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