Cuando fui a Castellón las pasadas Navidades me llamó la atención un grafiti hecho con molde y estampado en decenas de paredes y aceras por toda la capital de La Plana. Consistía en la cara de Santiago Abascal adornada con un punto de pintura roja en la frente como el que dejaban los terroristas que le amenazaban en el País Vasco en la nuca de sus víctimas. Iba firmado en morado junto al círculo y la crucecita debajo que representa al sexo femenino: Subversives Castelló.
La profusión de abascales tiroteados que vi en las calles de Castellón me escandalizó, y escribí un artículo para Libertad Digital cuya publicación acabé abortando una vez enviado porque me pareció que contenía apreciaciones injustas. Una de las tesis centrales del artículo era que nadie, ni la prensa ni las instituciones, había alzado la voz contra la amenaza de muerte al líder de Vox. Y justo después de enviarlo descubrí que lo que había dicho no era del todo cierto. La prensa había informado y el tema sí se había debatido en el espacio público.
Es verdad que hubiera podido rectificar el texto y centrarlo en la indecencia que suponía que las autoridades –Ayuntamiento, Diputación, Gobierno autonómico y Delegación del Gobierno, todas de izquierdas– no hubieran eliminado inmediatamente esas pintadas de las calles. Pero era Navidad y seguramente me dio pereza, así que descarté el artículo y decidí olvidarme del tema.
Hasta hoy, cuando he sabido por la prensa de la detención de un exmilitar y taxista malagueño por disparar contra fotografías de Sánchez, Iglesias y Marlaska.
La detención me ha hecho preguntarme si la Policía ya ha identificado también a las subversivas que pintaron una bala en la frente de Abascal por las calles de Castellón.
No me consta, como tampoco me consta que se molestara en identificar, detener e investigar a quienes en marzo colgaron de un árbol de la Plaza María Agustina de Castellón un muñeco de Abascal con puntos rojos que representaban heridas de bala e incluso una firma reivindicando la autoría de tan siniestro trabajo: BAF, las iniciales de las Brigadas Antifascistas de Castellón.
Como muestra la fotografía que encabeza este artículo, que fue tomada el domingo 21 de junio, los grafitis de la bala en la frente de Abascal siguen perfectamente visibles en las paredes de varias calles de esa ciudad valenciana.
Vecinos y representantes públicos conviven con esta amenaza de muerte con la plácida naturalidad con que se convivió durante décadas en muchos lugares del País Vasco con el asesinato de cientos de sus habitantes.
Poner frente a frente la firmeza y la celeridad con la que se ha actuado contra el francotirador de retratos de Sánchez y la inacción en el caso de los retratos de Abascal ensangrentado llegamos a una conclusión ineludible: la vida de Abascal y su derecho a la integridad física valen menos que la de Sánchez y sus ministros para quienes están al frente de las instituciones del Estado.
¿Cómo hemos llegado esto, y a que esta sociedad hipersensible, que se estremece por una bengala en el fútbol y ya no va en bicicleta sin casco, acepte tan explícita apología del asesinato sin el menor atisbo de incomodidad o mala conciencia?
A través de la permanente campaña de construcción del enemigo del pueblo. Una campaña que presenta a Vox como un partido fascista y reaccionario que jalea el asesinato de mujeres, se solaza en el drama de los inmigrantes y hasta ansía importar de Estados Unidos los tiroteos en los colegios.
La permanencia mientras escribo de la frente baleada de Abascal en las calles de Castellón da además buena medida de la hipocresía de quienes gobiernan la ciudad.
Han llenado las calles de campañas ideológicas contra la violencia contra las mujeres y otros fenómenos igualmente abominables, pero son incapaces de actuar ante una amenaza directa contra una persona con nombre y apellidos que además ha sufrido en sus propias carnes el terrorismo.
Y solo porque piensa distinto a ellos.