Sudáfrica celebra este 1 de diciembre el Día Mundial del Sida con muchas razones para felicitarse. Según su instituto nacional de estadística, más de 7 millones de sudafricanos (un 12,6 por ciento de la población) eran en 2017 portadores del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), lo que le convierte en el país del mundo con mayor número de personas infectadas por el virus que causa el sida. La cifra puede parecer espantosa, pero una mirada atenta al fenómeno y el contexto necesario solo permiten concluir que el país ha conseguido en la última década importantísimos avances en la lucha contra la enfermedad.
Según el mismo instituto de estadística, el número de muertes de sida en Sudáfrica no ha dejado de bajar desde 2006 hasta hoy. Hace doce años, cuando se alcanzó el pico la enfermedad alcanzó su pico de mortalidad en el país austral, más de 345.000 sudafricanos murieron de sida. El año pasado la cifra de muertos por la enfermedad era de cerca de 127.000, casi tres veces menos que entonces.
¿Qué ha hecho Sudáfrica bien para reducir tan drásticamente el número de muertes? Desplegar el mayor programa público del mundo de suministro de medicamentos antirretrovirales, que evitan que el VIH se reproduzca y permiten al paciente llevar una vida prácticamente normal. El país austral es hoy un modelo en todo el mundo en el tratamiento de la enfermedad, pero antes de que su Gobierno tomara la senda correcta pasó por años aciagos en los que perdieron la vida más de un cuarto de millón de personas que podrían haberse salvado.
En la segunda mitad de los años 90, la comunidad científica había logrado progresos decisivos en la terapia antirretroviral. Los nuevos descubrimientos ofrecían oportunidades desconocidas para controlar el virus, y daban a millones de portadores del VIH. Sudáfrica ya era por entonces uno de los países más afectados por el virus. En 1999 llegaba a la presidencia del país Thabo Mbeki, un refinado político del Congreso Nacional Africano (CNA) con estudios en el Reino Unido y una vasta formación intelectual y académica. La epidemia del VIH era uno de los retos más acuciantes que afrontaba Mbeki. A diferencia de otros países del continente, tenía a su disposición una sólida comunidad científica a la que consultar y los fondos e infraestructuras necesarias para abordar con posibilidades de éxito el problema. Pero desde el primer momento dejó claro que no lo haría.
Mbeki adoptó las tesis de negacionistas que, desafiando a la ortodoxia científica, aseguraban que el VIH era inofensivo y los síntomas del sida los causaban la malnutrición, el abuso de drogas y los propios medicamentos antirretrovirales, que su Gobierno calificó de "veneno". En una carta enviada en el año 2000 a su homólogo estadounidense Bill Clinton, Mbeki denuncia la persecución que dice sufrir por negar la verdad científica imperante sobre el sida, y habla de la epidemia como de "una catástrofe específicamente africana". "Una simple supraimposición de la experiencia occidental a la realidad africana sería absurda e ilógica", dice en presumible referencia a los fármacos antirretrovirales.
Pese a la creciente presión internacional contra su postura anticientífica, Mbeki subestimó sistemáticamente desde la presidencia el alcance mortífero del sida. El líder sudafricano insistió en introducir en el debate un absurdo elemento racial con recriminaciones como la que dirigió a los partidarios del tratamiento antirretroviral, que, según dijo, veían a los negros como "portadores de gérmenes y seres humanos de orden menor".
Pertrechado con estas ideas, Mbeki resistió a la presión nacional e internacional y se negó a promover el tratamiento y a que su Gobierno ofreciera gratis los antirretrovirales. Como consecuencia de ello, millones de sudafricanos infectados de VIH fueron privados durante años de los medicamentos que hubieran podido mejorar o salvar sus vidas. Además de Mbeki, la otra gran responsable fue su ministra de Sanidad, la tristemente célebre Manto Tshabalala-Msimang, conocida como la Doctora Remolacha por su apuesta por una dieta de ajo, aceite de oliva y remolacha para combatir al virus.
La política sobre el sida de Mbeki y la Doctora Remolacha (Doctor Beetroot, en inglés) no comenzó a cambiar hasta 2002, cuando el Tribunal Constitucional forzó al Gobierno a proporcionar el medicamento que evitaba que las madres infectadas transmitieran el virus a sus hijos al dar a luz. El Constitucional sudafricano dictó esta sentencia como respuesta al proceso iniciado por el Treatment Action Campaign (TAC), uno de los agentes de la sociedad civil sudafricana que, con su incansable trabajo, acabaron logrando la rectificación del Gobierno de Mbeki. Un año después del histórico veredicto del alto tribunal, los demás ministros del Gobierno se rebelaron contra la política en materia de VIH seguida hasta entonces y obligaron al gabinete a suministrar antirretrovirales a los infectados. Pese a haber tenido que dar su brazo a torcer, Tshabalala-Msimang siguió al mando de los programas gubernamentales sobre el sida hasta 2006, y nunca dejó de recomendar tratamientos alternativos no probados científicamente para contrarrestar el virus. Un año después de que la Doctora Remolacha fuera apartada, los números anuales de muertos por culpa del sida comenzaron a descender.
Un estudio de la Universidad de Harvard estimó en 2008 que más de 330.000 portadores del VIH murieron en Sudáfrica entre 2000 y 2005 debido al rechazo de Mbeki a los antirretrovirales. Además, unos 35.000 bebés de portadoras del virus nacieron infectados por la resistencia de su Gobierno a suministrarles el medicamento que evitaba la transmisión de madre a hijo.