El movimiento verde pretende ahora que los "abusos contra el medioambiente" sean considerados "crímenes contra la humanidad", elevando así el denominado "ecocidio" a la altura del genocidio propio de la era de Hitler o Stalin. Lo grave del asunto ya no son los continuos desvaríos de los ecologistas, sino la creciente influencia política y social que está alcanzado este nuevo ideal fascista en los últimos años.
Resulta alarmante que los partidos políticos y la mayoría de medios de comunicación defiendan este tipo de ideas sin apenas reflexionar o cuestionar lo más mínimo sus medios y fines. Y es que la utopía ecolojeta, simplemente, da pavor.
Año 2050. Tras décadas de lucha ideológica, la elite ecologista logra, al fin, su ansiado objetivo. Bajo la excusa del calentamiento global, el Estado-nación se desvanece bajo la sombra de una figura totalitaria que aglutina y concentra en un único ente todos los resortes del poder político. Nace el "Gobierno Mundial", un Estado planetario que, por ser único en su especie, carece de todo tipo de límites y contrapesos. Un nuevo modelo en el que la democracia carece ya de todo sentido y razón de ser, pues la naturaleza misma del poder único lleva implícita la marca de la dictadura y el autoritarismo.
La economía de mercado ha sido borrada del mapa. Se impone la planificación económica a nivel mundial, una variante del comunismo soviético o el corporativismo estatal nazi, en el que la utopía racial y de la lucha de clases ha sido sustituida por la religión medioambiental. La supremacía de la naturaleza sobre las libertades individuales y la existencia misma del ser humano deriva hacia un totalitarismo económico que se guía de forma arbitraria bajo el criterio de la "sostenibilidad" y el "crecimiento cero".
Una vez establecida esta estructura, los ecolojetas cuentan ya con vía libre para exterminar a miles de millones de personas y esterilizar a medio planeta para reducir así las emisiones de CO2, tal y como defiende el Club de Roma o el Optimum Population Trust (OPT). Por último, los denominados "animalistas" –otra rama del ecologismo–, dotan a los animales de derechos que, hasta el momento, eran únicos y exclusivos del individuo. No obstante, el ser humano –a excepción de la elite gubernamental dominante– es una plaga que ha de ser minimizada por resultar perjudicial (contaminante) para la Madre Tierra. Como resultado, se prohíbe comer carne y pescado. Se impone la dieta vegetariana o sintética.
La libertad individual es una figura obsoleta, propia del pasado. La civilización ha muerto, ¡viva la naturaleza! ¿Exageraciones? Revisen los postulados económicos y políticos del ecologismo y descubrirán que el mundo descrito constituye al ansiado paraíso de los ecologistas. Un Gobierno Mundial sin democracia, basado en una economía planificada "sostenible" y la limitación e, incluso, reducción, de población. Dicho así asusta, ¿verdad? Las similitudes del ecologismo respecto al ascenso social y político del nazismo y el comunismo son palpables. Quizá por eso los verdes se empeñen ahora en encarcelar a todos aquellos que nieguen la teoría del cambio climático o se opongan a las tesis ecologistas... Bienvenidos al fascismo del siglo XXI.