Marita, Antonio, Ana, Paco… Algunos de estos ciudadanos llevan años reaccionando contra la gigantesca estrategia de adoctrinamiento del nacionalismo –bien untado– desde el poder. Olegario, Pepe, Margaret, han aprendido a defender sus derechos, que es como defender la democracia constitucional. Cuando los ciudadanos tienen que hacer esto es que los gobiernos se han equivocado persistentemente. Y sí, los sucesivos gobiernos españoles han sido cobardes, o torpes, o ciegos, o todas las cosas al mismo tiempo, con respecto a la exigencia de lealtad a sus representantes ordinarios en el sistema autonómico. En 1984 se supeditaron todos, el gobierno socialista y la oposición de Alianza Popular, a Pujol, y en adelante sería un tabú provocarle. Así ha sido durante tres largas décadas de poder, dinero e impunidad para el nacionalismo catalán gobernante.
El máximo tabú ha sido, sin embargo, la política lingüística. Y cuando el gobierno popular lo encaró en la última ley de educación escapó de la responsabilidad de establecer una norma general que terminase con la anomalía de que la lengua común y oficial del Estado sea marginal en la educación catalana. Fue peor, sin embargo, dejó solas para el sacrificio de la tribu a las familias que creyeran que les habían dado algún derecho.
Apoyar la ley y su cumplimiento es clave para que un sistema democrático no se desmorone. Por eso he invocado la ley y la libertad a través de la caravana de una modesta diputada europea.
Y, tramo a tramo, he agradecido a las gentes de Convivencia Cívica Catalana, de la Asociación por la Tolerancia, de la Asamblea por la Escuela Bilingüe, de Impulso Ciudadano y de Sociedad Civil Catalana su valentía, y les he ofrecido nuestro apoyo sincero para sus iniciativas. Porque, más allá de las siglas, más allá de la pluralidad de las voces, somos muchos los españoles que sabemos que tras el día 27 el camino va a ser muy difícil, que las dudas de los poderes del Estado sobre cómo enfrentar el reto de los populistas estarán ahí y que los héroes catalanes suponen un mástil firme desde el que escuchar los cantos de sirena sin ser devorados definitivamente.
Maite Pagazaurtundúa, eurodiputada de UPyD.