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Luis Herrero

Peor, imposible

Sánchez ha cosechado un desastre sin paliativos que en cualquier país democrático hubiera supuesto su dimisión irrevocable

Ya sabíamos que la clase política que nos ha tocado padecer durante estos últimos años de emociones fuertes es la más bochornosa y mendaz de cuantas hayamos tenido en España desde 1977. En su afán por superarse a sí misma de elección en elección, su conducta de anoche sobrepasa cualquier límite imaginable. Estar peor es imposible. Hace siete meses, Pedro Sánchez nos pidió a los electores que habláramos más claro y le diéramos los votos suficientes para poder liderar un Gobierno estable que no le quitara el sueño. A su demanda los votantes han respondido arrebatándole 750.000 votos, tres escaños en el Congreso y la mayoría absoluta en el Senado. Un desastre sin paliativos que en cualquier país democrático hubiera supuesto la dimisión irrevocable de su máximo responsable.

Pero Sánchez es diferente. Es más cínico, más ambicioso, más ladino, más vanidoso y más fulero que ninguno de sus pares europeos. No solo no dimitió, sino que anoche se presentó ante los suyos como un héroe imbatible especializado en concatenar victorias memorables. Aparte de la patética sonrisa con la que quiso enmascarar su humillación en las urnas, nos obsequió con una promesa: "Ahora sí o sí vamos a conseguir un Gobierno progresista". Naturalmente, no dijo cómo pensaba alcanzar su propósito.

El bloque de la izquierda (PSOE, Podemos y Más País) suman 158 escaños. Imaginemos por un momento que son capaces de alcanzar un acuerdo entre los tres (previa bajada de pantalones de Sánchez aceptando a Iglesias como vicepresidente del Gobierno) y que acuden de la mano a la sesión de investidura. Para ganarla en primera votación necesitarían el apoyo de 18 diputados más. Sumando a PNV, PRC, BNG y Teruel Existe aún les faltarían 8. Osea, que dando por sentado que ni Junts (8) ni CUP (2) se subirían a ese carro, haría falta el voto afirmativo de ERC. Para la votación en segunda vuelta los noes asegurados suman 164 (PP, Vox, Ciudadanos, Navarra Suma, CC, CUP y Junts). Para superar esa barrera sería necesario que el PNV votara a favor (no bastaría el voto favorable de cántabros, gallegos y turolenses) y que se abstuvieran ERC y Bildu. ¿Es ese el Gobierno progresista de Sánchez se ha comprometido a conseguir sí o sí?

Otro líder que anoche no estuvo a la altura de las circunstancias, sin llegar a los límites bochornosos de Sánchez, fue Pablo Casado. Aunque el PP ha ganado 650.000 votos y 22 escaños desde abril, su cosecha está muy por debajo de lo razonable, teniendo en cuenta que Ciudadanos ha perdido dos millones y medio de apoyos. Lo que el electorado de la derecha le dijo ayer al presidente del PP, grosso modo, es que dos millones de sus antiguos votantes prefieren votar a Vox o quedarse en su casa antes de volver a la casa del Padre. ¿Acaso ese dato sirve para justificar su autocomplaciente discurso de anoche? ¿El hecho de que Vox haya cosechado casi el doble de votos que el PP tras la debacle de Ciudadanos es motivo de alegría para Casado?

El PP sale de esta contienda con un balazo debajo del ala, por mucho que trate de ocultarlo, y con una grave responsabilidad entre las manos. De él depende, y solo de él, que España pueda tener un Gobierno que se mantenga alejado de podemitas e independentistas. Si se encampana en declararse incompatible con el PSOE y no trata de alcanzar algún tipo de acuerdo con Sánchez (que no tiene por qué ser la cacareada gran coalición), será responsable de darle una segunda vida a Frankenstein —lo que apuntillaría lo que queda de España en Cataluña— o de condenarnos a repetir de nuevo las elecciones. En el primer supuesto, Vox se lo merendaría de un bocado en la bancada de la Oposición colindante, y en el segundo, las urnas lo reducirían a pavesas como han hecho esta vez con Ciudadanos.

Las cosas, como son: Casado lo ha hecho de pena durante los últimos meses. Creyó que Abascal había dejado de ser una sanguijuela electoral y sabía que Rivera iba camino de pegarse el costalazo de su vida. En ese instante dejó de invocar el 155 —en la campaña de abril afirmaba que no aplicarlo era un delito de prevaricación— y volvió al discurso de "acompasar los tiempos", bendijo el perfil propio del fracasado e inane PP vasco de Alfonso Alonso (que ha vuelto a quedarse sin un solo escaño en el Congreso), se dejó "sorprender" por La Sexta comiendo con Rajoy justo antes de que comenzara la campaña, y les dijo a sus barones lo que muchos querían oír desde hacía tiempo: "El PP debe ser reconocible por moderado". Ahora cabría añadir esta coda: "Y también por repudiado". El lider del PP dio por bueno el resultado que pronosticaban las encuestas electorales —casi 100 escaños— y optó por imitar a los trémulos entrenadores futbolísticos que ordenan echarse atrás para aguantar el marcador en los minutos finales del encuentro. Bravo, míster.

El tercer ridículo de la noche lo protagonizó Rivera. Después de suscribir la segunda mayor debacle electoral de la historia, tras la de UCD, no dimitió. Sobran los comentarios. Las idioteces solemnes se definen por sí mismas.

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