Cuatro encuestas, entre hoy y mañana, fijan las posiciones de salida de la carrera electoral. De las cuatro, solo una —la publicada en El Español— le otorga al bloque de la derecha el premio de la mayoría absoluta. Las otras tres se lo niegan. Las cuatro predicen un retroceso notabilísimo del PP, aunque solo una —otra vez la de El Español— contempla el escenario del sorpasso de Ciudadanos. Y además, sólo por una décima de diferencia. Y no en escaños. Las cuatro encuestas —esta vez sin excepciones— dan por seguro que el PSOE será el partido más votado. Las cuatro, también por unanimidad, predicen el hundimiento de Podemos. En tres de las cuatro —la excepción es la de La Vanguardia—, los porcentajes de Vox alcanzan las dos cifras. En todas, por último, el bloque de la izquierda se queda muy por detrás —entre seis y diez puntos— del bloque de la derecha.
La primera conclusión que me viene a la cabeza es que la izquierda española es más izquierda que española. Los desvaríos de Sánchez en materia de política nacional no merecen el reproche de su electorado. Pocos votantes se van y muchos de los que estaban en Podemos llegan para compensar con creces las deserciones. El trabajo de campo de las cuatro encuestas se realizó cuando las noticias sobre el mediador internacional de la mesa de partidos acaparaba los titulares preferentes de los periódicos. Me temo lo peor: Sánchez podrá decir que su política de tonteo con los independentistas ha pasado con buena nota el fielato de las urnas y, en caso de necesitarlo, podrá retomar las negociaciones con ERC y PDeCat donde las dejó alegando que tiene el apoyo de los ciudadanos.
La segunda conclusión es que Podemos ha entrado en barrena. La encuesta más benévola con Pablo Iglesias —la de El Español— le pronostica una pérdida de 30 escaños. La más adversa —la de La Vanguardia—, de 39. La estampida es pavorosa. Si alguna vez estuvo cerca el sorpasso en la izquierda, Sánchez ha conjurado el peligro, le ha ganado la batalla a su socio preferente, estrangulado en el abrazo del oso, y ha mandado los estandartes de la nueva política al desván de los trastos viejos. La consecuencia, sin embargo, es que ahora el PSOE tiene el perfil ideológico más radical de su historia reciente. Su tendencia a la moderación —cuando jugaba a ocupar el centro— se ha roto como una caña seca.
De eso vive Ciudadanos. Las circunstancias le han situado —sin que a Rivera parezca preocuparle demasiado— en el espacio de centro izquierda que ha dejado vacante la escora socialista. Pero las encuestas no parecen señalar que ese sea un espacio de confort para Rivera. Ciudadanos, lenta pero inexorablemente, va perdiendo fuelle encuesta tras encuesta. Su rápido crecimiento se debió al desencanto de los votantes del PP, pero los desencantados están virando a Vox y el trasvase de votos de un partido a otro empieza a ser apreciable. Tanto que en dos de las cuatro encuestas entre Rivera y Abascal hay una diferencia de menos de tres puntos. En la de El Periódico, de 1,5. Y en la del grupo Henneo —que conoceremos mañana lunes—, de 2,7. Si la progresión de los nuevos de aquí al 28 de abril alcanza la velocidad vertiginosa que llegó a adquirir en la campaña andaluza, el verdadero sorpasso —que nadie espera— se va a producir en esa parte del tablero político. Ahí queda el aviso.
Es verdad que en las otras dos encuestas —La Vanguardia y El Español— la diferencia entre Ciudadanos y Vox todavía es apreciable (8,3 puntos en una y 6,9 en la otra), pero las dinámicas de progreso y regresión de los actores de la política —vuelvo a la experiencia andaluza como argumento de convicción— empiezan a ser meteóricas. No solo estamos en un momento de gran volatilidad, sino de volatilidad inmediata. Lo que ocurra en ese duelo que emerge de las encuestas tendrá, por añadidura, un impacto decisivo en la adjudicación de escaños. La ley D´hont penaliza en las circunscripciones pequeñas a los partidos que salen peor parados. El que quede cuarto se queda sin premio. Los últimos restos, que se dilucidarán por diferencias centesimales, reparten un montón de asientos en el Congreso.
La cuarta conclusión es que el PP va a sufrir un varapalo de padre y muy señor mío. La encuesta más favorable predice que perderá 40 escaños. La más desfavorable, 64. El batacazo, aun en el escenario menos doloroso, es monumental. Nunca sabremos lo que hubiera ocurrido si Pablo Casado hubiera perdido el duelo con Soraya Sáenz de Santamaría —aunque podamos intuirlo—, pero lo cierto es que el nuevo líder de la oposición se va a estrenar con unos registros catastróficos. Si se cumple el pronóstico de que el bloque de la derecha se queda por debajo de la mayoría absoluta, Casado no solo habrá perdido el tren a La Moncloa. Veintiocho días después del 28 de abril, cuando le llegue el turno a las elecciones municipales y autonómicas, el PP tendrá que encarar una batalla por el poder territorial en medio de un clima de derrotismo interno de tal magnitud que non quedarán de él ni las raspas.
Las cosas como son: el panorama desde las encuestas no tiene buena pinta.