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Lo que Rajoy ha dejado de hacer

Rajoy no ha cambiado ni de interventor ni de secretario a pesar de que las circunstancias parecían señalarles como contraindicados para la ocasión

A propósito del nuevo Gobierno se ha hablado mucho de lo que Rajoy ha hecho, pero no tanto de lo que ha dejado de hacer. Hay dos cosas que no ha hecho. No ha cambiado ni de interventor ni de secretario -ahí siguen Montoro y Soraya-, a pesar de que las circunstancias parecían señalarles como especialmente contraindicados para la ocasión, no por su falta de cualificación técnica o su capacidad de trabajo, sino por el valor añadido que ambos han querido darse a sí mismos en el ámbito político.

Montoro nunca se resignó a ser un tecnócrata y se esforzó en cambiar su perfil metiéndose en una harina, la política, para la que, le guste o no, no está cualificado. Ni comunica bien ni tiene cintura para hacer de componedor. Sus líos gramaticales son reflejo de su galimatías mental. Se ofusca tanto que entiende el poder como una embestida, como una demostración de fuerza. Lo único que ha dejado claro es que, con la sartén por el mango, su manera de actuar es la de la amenaza, la jactancia, la instauración del terror, el aplastamiento. No conozco a ningún interlocutor político -por no hablar de lo sufridos contribuyentes- que tenga de él una opinión favorable. Ha querido proyectarse como político de altos vuelos y sólo ha dejado una estela de agravios que, antes o después, le pasarán factura.

Me parece significativo que, desde que entramos en fase de bloqueo, tras las elecciones del 20-D del año pasado, se haya recetado a sí mismo mantener el perfil más bajo posible. Es como si fuera consciente de que sólo estando callado, refrenando sus alardes de aprendiz de estadista, podía ganarse el premio de la continuidad en el Gobierno. ¿Será que por fin ha aceptado humildemente sus limitaciones? Lo dudo. Lo probable es que tras haber conseguido lo que quería, seguir encaramado a la grupa del poder, vuelva a ser el Montoro de hace un año: provocador, caótico y pendenciero.

Algo parecido, aunque a otra escala, le sucede a Soraya Sáenz de Santamaría. Como secretaria de Rajoy, es decir como estricta gobernanta de la comisión de subsecretarios, ha demostrado una eficacia indubitable. Pero como aprendiz de bruja ha sembrado la política nacional de minas de racimo. El tinglado mediático que ha servido de microclima para la gestación de Podemos ha salido de su laboratorio de ideas. Ha sido ella el brazo ejecutor de la política más pérfida: la de dividir a la izquierda creando un monstruo que, después de devorar al PSOE, fuera capaz de asustar lo suficiente a los votantes para asegurar la continuidad del PP en La Moncloa. Mientras la alternativa sea Pablo Iglesias, Rajoy tendrán garantizado el voto del miedo.

No contenta con esa proeza, Soraya ha sido también la insidiosa sembradora de discordia en la fortaleza del poder. Para favorecer su influencia personal, posiblemente con la mirada puesta en la sucesión, no ha dudado en galvanizar el Gobierno y el partido, favoreciendo la aparición de tribus enfrentadas entre sí. Con tal de ser ella la sultana de la más poderosa, no le ha importado que surjan taifas en torno a Cospedal, al extinto G5 o a los jóvenes cachorros que miran el futuro sin ataduras pretéritas. Se ha ganado a pulso el apodo de niña asesina. Debería recordar, por si le sirve de pista, que cuando se tanteó la posibilidad de sustituir el nombre de Rajoy por otro distinto para desbloquear el atoramiento de la investidura, el suyo propio mereció entre los partidos de la oposición tanto rechazo como el de su jefe. Le guste o no, ella no es vista, de puertas afuera, como algo distinto a una mera prolongación del rajoyismo tan denostado por casi todos.

El hecho de que pierda la visibilidad que le daba la portavocía del Gobierno responde, tal vez, al reconocimiento presidencial de que necesitaba otro rostro para identificar el nuevo tiempo. Claro que el problema no es el etiquetado del producto, sino el producto mismo. De poco valdrá que el Gobierno cambie el aspecto del envasado si mantiene la misma política. Méndez de Vigo será cortés, comedido, exquisito, pulquérrimo, es decir, sí, un poco decimonónico, pero no tendrá la capacidad de transubstanciar la materia prima del pastel gubernamental. Entonces, ¿por qué el cambio? Yo lo tengo claro: porque Méndez de Vigo no utilizará las ruedas de prensa de los viernes, a diferencia de lo que hacía la vicepresidenta, en beneficio de un proyecto propio.

La segunda cosa que Rajoy no ha hecho en esta crisis ha sido dar pistas sobre la renovación del proyecto del partido. Ha puesto a Cospedal en Defensa, sí, con el refuerzo de Zoido en Interior, dando entender que sus días en el generalato de Génova tocan a su fin, por mucho que ella haya querido vendernos la burra de que pretende perpetuar su bicefalia indefinidamente. Lo normal es que pueda disfrutar de la ubicuidad Gobierno-partido hasta el próximo congreso del PP. Luego, o sea, en breve, tendrá que conformarse con su cartera de Estado para porfiar desde ella con su proverbial e inveterada antagonista. De esta forma, Rajoy no sólo no corta de raíz la pelea de sus dos amazonas, sino que la traslada al seno del Consejo de Ministros, probablemente porque sabe que ninguna de las dos se llevará el gato al agua. Incluso les ha dado ambas, en un ejercicio de aparente neutralidad, igualdad de armas. Soraya se queda con el CNI y mantiene la ascendencia sobre tres departamentos ministeriales, y Cospedal accede a la sala de control de los servicios de información de Defensa e Interior y también recaba la ascendencia sobre tres ministerios. Tanta obsesión ha demostrado Rajoy por dividir sus fuerzas en partes equivalentes que le da a Soraya la competencia de la Administración Territorial, para que capitanee la resistencia frente al independentismo catalán, y al mismo tiempo nombra ministra de la cuota catalana a Dolors Montserrat, que es de la cuerda de Cospedal.

Si yo tengo razón y la renovación del PP no va a pasar ni por el sorayismo ni por el cospedalismo, ¿entonces por dónde van a ir los tiros? El hecho de que Rajoy haya dejado a todos los vicesecretarios en su sitio, sin decantar sus preferencias por alguno de ellos respecto de los demás, significa que la partida de el aggiornamento del partido es para él algo independiente de la actividad del Gobierno. Sobre lo que piensa hacer en el Congreso del PP no nos ha querido dar ninguna pista. ¿O tal vez sí? Yo sigo rascándome la cabeza para darle sentido al nombramiento de Iñigo de la Serna. ¿Por qué quitar a un buen alcalde de su sitio? ¿Desvestir un santo para vestir a otro, sin más? Tal vez. Rajoy sigue siendo un arcano de rostro tan impenetrable como una estatua de la Isla de Pascua.

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