No hay catalejo demoscópico que no vislumbre, en la lontananza del día 12, una cómoda mayoría absoluta para Feijóo. Obsérvese que digo para Feijóo. Esa es la trampa: la victoria, si la consigue, será cosa suya. Incluso habrá quien diga que la ha logrado a pesar del PP, cuyas siglas, por cierto, han sido jibarizadas en la cartelera electoral hasta quedar convertidas en moscas diminutas. Dicho al revés la idea queda más clara: si Feijóo se quedara en el umbral de los 37 escaños, a un solo paso de la mitad más uno, el clamor unánime señalará a Pablo Casado como culpable de la hecatombe. Florecerá la mística ojalatera. Ojalá no hubiera hecho una política tan agresiva con el PSOE. Ojalá su discurso hubiera sido más conciliador. Ojalá hubiera arrimado el hombro en los momentos más duros de la pandemia. Ojalá hubiera actuado como un hombre de Estado.
Si Feijóo gobierna será gracias a su tirón personal. Si no gobierna será por culpa de la in transigencia de su jefe. Lo que está en juego es el triunfo de la moderación o el fracaso del enfurecimiento. Por eso me cuentan mis espías paraguayos que el presidente gallego echaba las muelas el viernes pasado, cuando comprobó que su partido se negaba a apoyar todas y cada una de las conclusiones finales de los cuatro grupos de trabajo de la llamada comisión para la reconstrucción en el Congreso de los Diputados. Me cuentan que habló con Casado para pedirle algún gesto con el PSOE, sobre todo en el apartado sanitario, que le permitiera enfilar la recta de tribunas de la campaña electoral con algún acuerdo debajo del brazo. Ana Pastor, amiga suya y militante del sector moderado, trabajó hasta el último minuto para hacerlo posible. Pero Génova impuso su criterio: a este Gobierno, ni agua. Cuanto más débil, mejor.
La esperanza del presidente del PP consiste en poder demostrar que la firmeza en la oposición, la negativa pertinaz a darle árnica al Gobierno social comunista de Sánchez, no es incompatible con el triunfo en las urnas. Ese será su mensaje, si las cosas no se tuercen a última hora, por mucho que se quiera vender la excepcionalidad gallega —que haberla, hayla— como una réplica de la aldea gala de Asterix, ajena a los designios que imperan en el resto del Estado español. Ya he dicho al principio del artículo que no creo que esa teoría vaya a captar muchos adeptos, pero eso no quita para que Casado trate de explotarla en beneficio propio. ¿Se imaginan lo que significaría que el PP edulcorara su relación con el Gobierno para favorecer los intereses electorales de Feijoo y que pudiera establecerse a posteriori una relación directa entre pactismo y rédito en las urnas?
Para que su estrategia de mano dura no sea sometida a una enmienda a la totalidad, Casado necesita que el triunfo de Feijóo se produzca en el clima imperante de crispación política, sin concesiones pastueñas de ninguna clase. Solo así podrá seguir enarbolando la bandera del no a casi todo, que parece ser su apuesta predominante en esta legislatura. De otro modo alimentaría el debate interno entre halcones y palomas que lleva abriéndose paso en su partido, con sordina, desde que Ciudadanos decidió asegurar la longevidad de la legislatura. Más le vale que la abstención no rompa el cántaro de leche. Los expertos afirman que si se reproduce el fenómeno francés y los electores se quedan en casa el día 12 por miedo al contagio, los augurios favorables se convertirán en papel mojado. El electorado del PP es el que aglutina, por razones de edad, el mayor porcentaje de población de riesgo. Si la participación baja más de siete puntos, todo puede pasar.
No hace falta mucha imaginación para columbrar lo que le aguarda al PP si al final las cosas en Galicia se tuercen contra pronóstico. Con un PSOE en disposición de sacar adelante los presupuestos generales del Estado sin el concurso de los independentistas catalanes —y por lo tanto con gasolina suficiente para seguir en el poder durante un par de años— y con una oposición atrapada en la apuesta del cayetanismo feroz, ¿qué margen de maniobra le quedaría a Casado para diferenciarse de Vox? La suerte que tiene es que esta conjetura, como las grabaciones de misión imposible, se auto destruirá siete segundos después de que las urnas gallegas conjuren las hipótesis más agoreras. Desde ese momento, con el pellejo a salvo, Casado podrá seguir haciendo lo que mejor le parezca. Aunque lo que le parezca no sea siempre lo mejor.