Si damos por buena la idea de que las encuestas sirven mal al propósito de dar en el centro de la diana, pero que al menos orientan la dirección del tiro, tendremos que concluir que se está poniendo en marcha un fenómeno social -no sabemos si fácilmente reversible- que busca en Ciudadanos el refugio defensivo de la identidad nacional, en detrimento de PP y PSOE. Lo más llamativo de los últimos sondeos en Cataluña no es tanto que se dispare la intención de voto, sino que ese incremento redunde en beneficio casi exclusivo del partido de Rivera.
Según las últimas estimaciones, los índices de participación electoral aumentarán en más de cinco puntos, hasta llevar la cifra final a una cota superior al 80 por ciento. Lo nunca visto. Y casi todo ese flujo de nuevos votantes, tradicionalmente abstencionistas, militantes a la vez de la mayoría silenciosa y de la minoría resignada, españoles acomodados a vivir en el gueto, respaldará en tropel la candidatura que encabeza Inés Arrimadas. Según la medición de Metroscopia, publicada este domingo en El País, Ciudadanos ya le disputa a ERC la victoria en las elecciones del 21-D. La situación, de hecho, es de empate técnico.
Las tendencias, por lo que respecta al bloque constitucionalista, contraponen a la subida vertiginosa de Ciudadanos un repunte moderado del PSC y una severa caída del PP. Según el mapa de corrientes subterráneas por donde fluyen las transferencias de voto, el crecimiento socialista se debe sobre todo a la llegada de antiguos votantes de la plataforma podemita que pastorea Ada Colau. La debacle de los populares se explica por sí misma. No hay más razón para la estampida de los suyos que la búsqueda del voto útil. La encuesta de GESOP, que trabaja para El Periódico, ya había señalado en esa dirección la semana pasada.
Fuera de Cataluña, con muchos matices, se aprecian movimientos parecidos. La última encuesta del CIS daba estos cuatro titulares: sube mucho Ciudadanos, sube un poco el PSOE, baja ligeramente el PP y se despeña Podemos. La letra pequeña nos explica que votantes de Rajoy siguen yéndose con Rivera, aunque en proporciones mucho menos llamativas que en Cataluña, y que cada vez hay más socialistas que siguen la misma conducta. Eso explica que el hundimiento de Iglesias no tenga un reflejo proporcional en la subida de Sánchez. Casi todo que ganan los socialistas por la izquierda lo pierden por el centro.
De ahí que los gurús de Ferraz se hayan puesto las pilas a la hora de acicalar la compostura nacional de su partido y que se esfuercen tanto por demonizar a Rivera. Necesitan que la izquierda española que se había ido con Podemos y que no secunda aventuras tan nacionalistas como las del derecho a decidir vuelva al redil del PSOE de las cuatro siglas y que el destinatario de los votantes que se le están escapando por el centro sea percibido como el máximo exponente de la derecha extrema. Si no consigue las dos cosas a la vez su futuro se verá seriamente amenazado.
En congruencia con ese doble objetivo, el mensaje que está mandando desde Cataluña es que jamás pactará ni con los independentistas ni con Ciudadanos. ¿Pero qué hará entonces Miquel Iceta? ¿No apoyará a Arrimadas si las cuentas permiten echar a los independentistas del Govern? ¿Permitirá cruzado de brazos que gobierne Junqueras? Cualquier cosa que haga, por acción o por omisión, que le permita a ERC ganar el trofeo de la investidura mandará a hacer gárgaras la credibilidad del intento socialista de convertirse de nuevo en el baluarte de un proyecto verdaderamente nacional.
No tengo ninguna duda de que si tal cosa sucede las consecuencias para la política catalana serán catastróficas. Y para el resto de España, también. La deserción del PSOE de esa tarea vertebradora le dejaría a Ciudadanos, casi en exclusiva, la credencial de defensor de las esencias patrióticas. El PP va camino de convertirse, en el Parlament de Cataluña, en un sumando insignificante del bloque constitucional. Le convendría seriamente preguntarse por qué y enmendar sus errores antes de que cunda en su electorado del resto de España la misma afición a cambiar de apuesta. A Rivera pocas cosas le gustarían más. A los intereses generales, sin embargo, pocas cosas le sentarían peor.