Al lío político de la investidura le viene como anillo al dedo un latinajo jurídico que dice: certus an, incertus quando. Se sabe que ocurrirá, pero no se sabe cuándo. Es un buen resumen de la situación en la que estamos. Sabemos que habrá investidura, pero no sabemos cuándo. Unidos Podemos perdió más de un millón de votos en seis meses por la tontería de negarle a Sánchez el pan y la sal después del 20-D. El PSOE cavó un agujero aún más hondo en su particular ejercicio de espeleología electoral y vio en peligro la jefatura de la oposición por el escalofrío del sorpasso que recorrió la espina dorsal de todas las encuestas. Ciudadanos perdió de un plumazo el veinte por ciento de su representación parlamentaria… Salta a la vista que a nadie le interesa repetir la experiencia disparatada de volver a las urnas después de un nuevo fracaso negociador.
En esa certeza se basa la presunción de Rajoy, que según contaba El País el sábado pasado ya ha hecho llegar un mensaje inequívoco a los cuarteles generales de las principales fuerzas políticas: si pierde la segunda votación de investidura, que debería celebrarse a lo más tardar en los primeros días de agosto, no se presentará a la tercera. Dejará que se agoten los plazos previstos en la ley y provocará la repetición de las elecciones. Está convencido de que esa amenaza hará rectificar a los socialistas. ¿Pero acaso tiene razón? ¿Lo hará?
Del Comité Federal ha salido un no colegiado y atronador sin voces discrepantes. No es no. Y punto pelota. Ya sabemos todos que eso, en política, no significa demasiado. No es no quiere decir a veces que ya veremos. Por eso, lo sustantivo, a mi juicio, no es que el PSOE haya dicho que no, sino que lo haya hecho después de recibir la amenaza de Rajoy de que no habrá ocasión de tercera vuelta. A la segunda o nunca. No parece que Sánchez y su nobleza baronesca se lo hayan tomado en serio. De la reunión del Comité Federal no ha salido la negativa in aeternum a abstenerse en algún momento de la partida, pero sí el mandato vinculante de hacerlo en la primera sesión, que incluye las dos votaciones iniciales: la de la mayoría absoluta y la de la mayoría simple 48 horas después. Si no hay diegos donde hubo digos eso quiere decir que Ferraz acepta el órdago de Moncloa y fía su suerte a una larga negociación agosteña que obligue a Rajoy a rebajar su prepotencia, a desdecirse del ultimátum y a volver en septiembre con otros humos. Es una apuesta arriesgada, desde luego. En un campeonato de cabezotas, Rajoy siempre es el favorito. Pensar que puede cambiar de idea es jugar con fuego.
¿En qué beneficia al PSOE ese paseo por el alambre? Rajoy, argumentalmente, lleva las de ganar. Tiene razón cuando dice que urge un gobierno que sea capaz de elaborar a tiempo los presupuestos de 2017. Eso se llama interés general. Todo el mundo lo entiende. Lo demás son intereses partisanos. ¿Está el PSOE en condiciones de contraponer a ese discurso mejores argumentos que justifiquen su apuesta por el bloqueo? Esa es, creo yo, la madre de todos los corderos. ¿Puede invocar Pedro Sánchez suficientes razones de peso que sirvan para explicar el porqué de su actitud obstruccionista? Por muchas vueltas que le doy, a mí sólo se me ocurren tres y no sé, francamente, si dos de ellas pesan demasiado.
La primera es la de la pura venganza. Como Susana Díaz se ha encargado de recordar repetidamente esta última semana, ella tuvo que batallar durante más de 80 días, y perder tres votaciones, antes de ganar la investidura en Andalucía. Una amarga experiencia que no olvidará nunca. Por eso no renuncia hacerle probar al PP una dosis de su propia medicina. Si de ella depende -y depende en buena parte- Rajoy no tendrá las facilidades que a ella se le negaron. Donde las dan, las toman.
La segunda razón, de más calado que la primera, tiene que ver con el hecho de que sea Rajoy el candidato de la investidura. Entre García Page y Fernández Vara nos dieron la clave para poder entenderlo. El manchego dijo horas antes de que comenzara la reunión del Comité Federal que todo sería más fácil si el PP, en vez de acudir en solitario a la votación de investidura, fuera capaz de hacerlo en compañía de otros. Luego, el extremeño señaló con el dedo: "¿a qué espera el PP -dijo textualmente- para alcanzar un acuerdo de gobierno con Ciudadanos?" ¡Tate! Dado que Rivera, a cambio de un acuerdo de gobierno con el PP está pidiendo en bandeja de plata la cabeza de Rajoy, el PSOE manda su mensaje: así, desde luego, todo sería mucho más sencillo. Saben que la pieza es difícil de cobrar pero no renuncian a intentarlo.
La tercera razón es la de más fuste. Si los socialistas permitieran la investidura de Rajoy a finales de julio o principios de agosto se verían obligados -por un simple ejercicio de coherencia elemental- a apoyar en septiembre los presupuestos generales de 2017, que deben fijar un techo de gasto -los maldito recortes- y darle a Bruselas las garantías que pide sobre el control del déficit a cambio de condonar la sanción que pende sobre nuestras cabezas por los excesivos incumplimientos anteriores. Es decir, que el debut de los socialistas nada más permitir que el "indigno" Rajoy -copyright de Pedro Sánchez- llegara al Gobierno sin sudar la camiseta sería el de apoyar unos presupuestos que van en contra de la esencia de su discurso electoral. Ante la perspectiva, a Iglesias se le hace la boca agua y a Sánchez se le empequeñece la popa. Por eso cree -y no sin razón- que a los intereses de su partido le vendría mucho mejor que los presupuestos se prorrogaran y que pasado ese cáliz, allá por el otoño, un inesperado cólico miserere de algunos de los suyos hiciera posible la investidura de un Rajoy macerado en el mortero de la soledad parlamentaria y, por lo tanto, más humilde y dialogante.
De las tres razones socialistas para alargar la interinidad de un gobierno que lleva más de 200 días en funciones sólo la tercera tiene vuelo de interés general. Ni la sed de venganza ni la sed de sangre aportan gran cosa al bienestar común. Pero la estabilidad, sí. Y para que ésta exista no es sólo necesario que haya un gobierno con todas las de la ley, sino que ese gobierno sea capaz de gobernar. Si el PSOE permitiera la investidura de Rajoy y acto seguido le condenara a demostrar su incapacidad para sacar adelante los presupuestos del año siguiente estaría abocando al país a algo peor que a la interinidad. Lo estaría abocando al desgobierno. Para evitar ese riesgo hacen falta dos cosas: muchas horas de negociación y sentido de la oportunidad. Y ninguna de las dos casan bien con la prisa. En tres semanas no se cocina algo así ni de broma. ¿Bastará este argumento para lograr que Rajoy acepte una investidura a fuego lento?
Ya sé que el dictado de lo políticamente correcto obliga a decir que no debería bastar y que de este lío conviene salir cuanto antes. Si es en julio, mejor que en agosto. Pero eso no deja de ser la mera formulación de un deseo. Yo prefiero decir, a riesgo de parecer un aguafiestas, que de este lío -como de cualquiera- conviene salir cuando la manera de hacerlo esté razonablemente madura. Y, hoy por hoy, no tiene pinta de estarlo. De ahí mi pronóstico: aún tendremos que hacer acopio de bastante paciencia. Certus an, sí, pero incertus quando.