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Luis Herrero

Idiota solemne

He caído en la trampa de la propaganda monclovita como un idiota. No sé cuántos jamones he perdido al apostar por la repetición de las elecciones.

He caído en la trampa de la propaganda monclovita como un idiota. No sé cuántos jamones he perdido al apostar por la repetición de las elecciones.
Pedro Sánchez y Carmen Calvo en una imagen de archivo. | EFE

Tengo la estúpida sensación de haber caído en la trampa como un idiota. Poco a poco fui inoculando el efecto nocivo de la propaganda monclovita hasta quedar firmemente convencido de que Sánchez había tomado la firme decisión de impedir que Podemos formara parte del Gobierno. La explicación tenía una lógica irrefutable. Con los podemitas en la mesa del Consejo de Ministros, el PSOE sellaba los términos de una legislatura condenada a circular por un carril de sentido único. Renunciaba definitivamente al ejercicio de la llamada geometría variable —es decir, a alcanzar acuerdos concretos en cuestiones concretas con los partidos del bloque de la derecha— y fiaba toda su suerte a que los independentistas quisieran respaldar, a veces con su abstención, pero otras veces —en el debate presupuestario, sin ir más lejos— con su voto afirmativo, las iniciativas del Gobierno mixto.

Durante el tiempo que dure la legislatura, o esa sociedad aritmética (PSOE, Podemos, PNV, ERC-Bildu) funciona como un reloj, o las iniciativas gubernamentales estarán abocadas a la derrota parlamentaria. No hay vías de servicio ni caminos alternativos. La derecha no acudirá en ayuda del gobierno de izquierdas más radical que haya conocido la política española española desde la restauración democrática. Solo por ese hecho, la perspectiva de lo que nos aguarda ya da demasiado vértigo. Imaginemos ahora lo que pedirán los independentistas a cambio de su apoyo constante (vienen tiempos de diadas incendiarias y sentencias demoledoras para los líderes del procés) y el vértigo se transformará, probablemente, en terror abisal. De ahí que yo me creyera que Sánchez estaba haciendo lo imposible por ahorrase ese trago. No sé cuántos jamones he perdido al apostar por la repetición de las elecciones.

En mi defensa debo decir que no hubiera picado el anzuelo —creo— si la coyuntura política no hubiera admitido otras posibles soluciones. Si la situación se hubiera planteado en términos de "o esto o nada", "o el poder a este precio o a la puta calle", el geniecillo maligno de la propaganda oficial no hubiera conmovido mis convicciones. Siempre he creído que Sánchez pagaría lo que hiciera falta por seguir siendo el inquilino del palacio de La Moncloa. Nunca le he visto cerca de sufrir un acceso de dignidad política. ¡Pero había un plan B! Una vez constatado que Rivera no iba a apearse de su "no es no" a la coyunda con el socialismo sanchista, la opción de la repetición electoral aún dejaba cierto margen a la posibilidad de rebajar el precio de la factura por seguir en la presidencia del Gobierno. En el peor de los casos nos hubiera devuelto a la situación actual, pero en ningún caso hubiera empeorado las cartas de Sánchez. O eso creía yo.

Me cuentan mis espías paraguayos que la clave del cambio de criterio hay que buscarla en el mensaje inequívoco que le han hecho llegar a Sánchez los independentistas catalanes y vascos: "si quieres nuestro aval para alcanzar la investidura tienen que darse dos condiciones: que el acuerdo se firme ahora mismo (en septiembre, con la sentencia del procés recién dictada, olvídate) y que Podemos se siente en el banco azul. Ellos serán los garantes de que se nos pague un precio justo por nuestra contribución a tu permanencia en la presidencia del Gobierno. De ti solo no nos fiamos. O ellos te vigilan de cerca y te olvidas de los requiebros a los paladines del 155, o perderás para siempre la oportunidad de contar con nuestro respaldo. Y sin él, o cambian mucho las previsiones electorales, o puede que no seas presidente jamás. Lo tomas o lo dejas." Al parecer, después de haberlo meditado mucho, en Moncloa han decidido tomarlo.

Todo lo que ha pasado en los últimos tres días no es otra cosa que una grotesca puesta en escena para justificar la rectificación. ¿Alguien se cree que cambia mucho el panorama por el hecho de que Iglesias no forme parte del Gobierno pero sí lo haga Irene Montero? ¿Deja de ser el populismo podemita un riesgo para el prestigio de la democracia española del que habló Pedro Sánchez en La Sexta la semana pasada por el simple hecho de que su secretario general siga sentado en la bancada de la Oposición mientras sus sobresalientes de espadas se acomodan en el banco azul? ¿Tiene Montero criterios distintos a los de Iglesias en las grandes cuestiones de Estado? ¿Va a ser Podemos un socio de Gobierno menos oportunista porque al número 1 le sustituya la numero 2 en el Consejo de Ministros? Pocas veces he visto una tomadura de pelo de tal calibre. Pero no tengo derecho a protestar. Durante mucho tiempo he sido un idiota solemne.

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