Tengo a Aznar por un tipo serio. Carece de intuición y no es muy simpático, pero a cambio hace gala de un rigor y una capacidad de esfuerzo que están muy por encima de la media. Son cualidades de la voluntad que le sirven, a la vez, para esculpir abdominales, aprender un inglés tardío bastante potable, preservar la estabilidad en medio de una vida nómada o decir esta boca es mía sólo cuando lo juzga necesario. Mide sus actos como mide sus palabras o sus riesgos: con prudencia científica, después de un cálculo detallado y metódico. Un día le pregunté: ¿a ti cómo hay que interpretarte? Y él me respondió: "Literalmente". Desde entonces supe a qué atenerme: ni sonreiría si estaba enfadado, ni diría que le gustaba lo que le disgustaba, ni prolongaría la amistad tras la decepción, ni se llevaría la contraria a sí mismo cambiando digos por diegos. Nunca le he visto dar puntada sin hilo. Todo lo que hace tiene un sentido premeditado. No deja nada al azar.
El aznarazo dominical tiene, por eso, un triple valor: de localización, de oportunidad y de contenido. Sus devastadoras declaraciones se han publicado en ABC. No le quito un ápice de mérito al periódico, que está batallando bravamente en terreno colonizado por el poder gubernamental para conseguir que el PP haga examen de conciencia, pero me apostaría pincho de tortilla y caña a que la iniciativa de la entrevista surgió del entrevistado y no del entrevistador. El ABC es el buque insignia de la prensa conservadora, el periódico de cabecera del electorado que, siguiendo la doctrina Aznar, o bien vota al PP de mal humor (podríamos decir que con la nariz tapada) o bien ha dejado de votarle después de preguntarse por qué debería hacerlo y no encontrar ninguna respuesta satisfactoria. Su mensaje fundamental ha ido dirigido a ellos, no a los dirigentes de Génova. Después de tranquilizar su posible mala conciencia diciéndoles que es el PP quien se ha alejado de ellos, y no al revés, les pide que no se sientan votantes cautivos de un partido que lucha desde el rincón tras haber perdido la centralidad y la moderación. "Apelar a los votos cautivos desde el arrinconamiento –les ha dicho Aznar con voz atronadora– sólo conduce a mayor arrinconamiento. No acepto ni los discursos del miedo ni los del voto cautivo. El mensaje de me vais a votar porque no tenéis más remedio que votarme es inaceptable (…) No hay votos cautivos. Ni siquiera el mío. Los electorados se respetan, los compromisos se cumplen, al ciudadano se le escucha. No hay votos prisioneros". O lo que es lo mismo: que no os lleve a las urnas el pánico a Podemos porque, puestos a elegir, más vale una legislatura de inestabilidad política –si eso sirve para reconstruir el partido de arriba abajo en los astilleros de la oposición– que prolongar la pelea "entre quien quiere arrinconar o quien se siente arrinconado y pelea desde el rincón".
Pero no sólo es importante el dónde. También lo es el cuándo. Aznar ha elegido el momento procesal del cierre de los cambios. Con la sustitución de Wert por Méndez de Vigo, Rajoy ha dado por concluida, en Génova y en Moncloa, la tarea de recauchutado del PP antes de acometer la última regata de la legislatura. Sin embargo, uno de los leitmotivs de Aznar durante su conversación con Bieito Rubido es que el PP tiene que ser reconstruido –no reformado, ampliado, redecorado o alicatado, sino reconstruido– mediante una "rectificación suficiente, clara y contundente". El hecho de que esa demanda se produzca cuando el presidente del partido ha dado por cerrada la operación Renove ya es, de por sí, suficientemente explicativa de la opinión que a Aznar le merecen las medidas. Por si acaso, de todas formas, el director de ABC despeja cualquier duda al preguntarle tres veces seguidas si los cambios de Rajoy le parecen suficientes. En el forcejeo dialéctico salta a la vista que la respuesta es que no. A lo más que llega es a decir que no son incompatibles. ¿Pero incompatibles con qué? Naturalmente, con otras decisiones que deberían haberse tomado y que él todavía reclama. "Por tres veces –afirma Aznar– le dijo el electorado del PP: yo no quiero votar a este partido. Y no hay ninguna razón para que no se lo diga una cuarta vez si no se produce esa rectificación enérgica y creíble". No tendría sentido que enfatizara tanto ese requerimiento, que aflora en tres o cuatro pasajes de la entrevista, si creyera que la mano de barniz que han supuesto la creación de las nuevas vicesecretarías y la sustitución del dimisionario ministro de Educación bastaban para zanjar el problema. Más bien lo que explicita es todo lo contrario. En un momento dado, llega a decir: "Hay que atraer al electorado confundido mediante mediante un proceso de suma y renovación interna. Eso es lo que yo llamo una rectificación suficiente y contundente". Es interesante la referencia al "proceso de suma". Aznar echa de menos la aproximación al PP de personas de prestigio que rompan la imagen de partido cerrado en sí mismo, empobrecido, consumido por la inhibición de la acción política, arrinconado en una esquina del cuadrilátero, en que lo ha convertido el pasivismo irredento de Rajoy.
Con todo, claro está, lo más importante del aznarazo no es que se haya publicado en las páginas de ABC, ni que se haya producido tras ver en qué quedaba la voluntad reformista de su líder. Lo más importante es que supone una enmienda a la totalidad de la gestión de su sucesor. Los electores ya no saben, argumenta Aznar, si el PP es un partido que está a favor de la vida, si es el mismo que ilegalizó a Batasuna, si garantiza la continuidad histórica de España, si es una herramienta útil para fortalecer a las clases medias o si defiende los valores constitucionales. El partido, en definitiva, ha perdido su ADN. Vive en la inhibición y la no política, en Cataluña ha quedado relegado en la práctica a una posición de absoluta irrelevancia y en el resto del país lo fía todo a un monodiscurso, el de la mejora económica, que no funciona. ¿Cabe una crítica más dura? Es verdad que en ese largo pliego de cargos (donde por cierto brilla por su ausencia cualquier referencia a la corrupción, palabra que no sale a relucir ni una sola vez durante la entrevista, ni en las preguntas ni en las respuestas), no consta ninguna afirmación novedosa. Parece más bien el resumen de las quejas más extendidas entre los simpatizantes desencantados del PP. Pero acaso sea ese, después de todo, el máximo valor de la diatriba. Al hacerlas suyas, al darles pábulo y lanzarlas como rayos jupiterinos sobre la fortaleza de Génova, Aznar se convierte en un simpatizante desencantado más del PP. Bueno, no exactamente en uno más. En el más importante y poderoso de todos.
No hace falta mucha imaginación para aventurar que la entrevista de ABC ha debido de caer en Moncloa como una bomba de racimo. El menudeo de los detalles provocados por su impacto dará color, aunque más bien fúnebre, a las crónicas políticas de los días venideros. Otra paz que no sea la del cementerio se antoja ya de todo punto imposible en un partido que, desde ahora, viaja con un puñal en el pecho.