En el pellejo de Pablo Casado, yo me habría ahorrado la Convención del PP. Creo, humildemente, que ha servido para poco. En el fondo, para nada. Para nada bueno, se entiende. Después de tres días de discursos en fila india, lo que queda claro es que el viernes se dijeron unas cosas y se lanzaron vítores a los dirigentes del pasado reciente, que el sábado se dijeron otras cosas muy distintas y se lanzaron vítores a los dirigentes del pasado remoto, y que este domingo el líder actual del partido, también entre vítores, ha tratado de hacer una síntesis entre las cosas que se dijeron el viernes y el sábado para dejar a todos contentos.
Pero todos no están contentos. Casi nadie lo está. Una lectura detallada de las crónicas que se han publicado estos días en los distintos periódicos pone de manifiesto que en los intervalos de las ovaciones —el PP es el partido que mejor ovaciona de toda España—, el tráfico de susurros venenosos ha cargado de electricidad estática el pabellón del Ifema. Los militantes más lúcidos saben que habitan un polvorín con la temperatura demasiado alta. El riesgo de saltar por los aires es tan evidente que muchos de ellos, dando por hecho que la voladura es inevitable, le dedicaron más tiempo a identificar a los culpables que les han llevado hasta allí que a jalear a los artificieros que aún pueden salvarles la vida.
Rajoy demostró el viernes que no ha entendido nada. Su desidia, su incapacidad para plantarle cara a los desafíos de moda (todos ellos fagotizados por la izquierda), dejó al raso a quienes buscaban protección bajo el paraguas de su partido. Su inhibición dejó a los pies de lo políticamente correcto a quienes pedían más rigor en el control los flujos migratorios, cortapisa legal a la criminalización de género, amparo a la tauromaquia, respeto por la caza, ayuda a la religión católica, rigor en el relato de la historia, freno a la discriminación positiva, y tantas otras demandas cuyo rechazo sistemático fue provocando la aparición de una bolsa creciente de ciudadanos dispuestos a cambiar de apuesta. Casi todos ellos ven ahora en Vox la horma de su zapato.
Añádase a ese hecho el de la estampida de electores que ya habían encontrado en el discurso de Ciudadanos medidas eficaces para defender a España del desafío independentista, o terapias curativas para acabar con el cáncer de la corrupción que se había apoderado de las entrañas de Génova, y entenderemos mejor que Rajoy —que aún no parece haberse caído del guindo— por qué está el PP en el centro de una tenaza que puede cascarle como a una nuez en las elecciones autonómicas y municipales del mes de mayo.
Durante el mandato de Rajoy, su mentor inicial, o sea, Aznar, fue uno de esos ciudadanos hastiados que buscaba fuera de las siglas del PP las soluciones políticas que España necesitaba. Su apoyo a Rivera fue tan explícito en algunas ocasiones que no estoy seguro de que no votara por él en las últimas elecciones generales. Por eso le ha chirriado tanto a alguno de los asistentes a la Convención que haya querido convertirse en adalid de la unidad quien ha contribuido de forma tan decisiva a hacerla imposible. Aun así, en la batalla del aplausómetro, Aznar se llevó la palma frente a Rajoy. En tiempos de oposición, el partido se siente más cómodo con su discurso que con el de su sucesor. Y Casado, también. Lo ha dejado claro durante la clausura de la Convención.
"El PP ha vuelto fuerte (…) Nunca he creído que el PP gana cuando deja de serlo (…) Si anulamos nuestro perfil, el votante se marcha (…) España no es solo un hecho histórico, sino también un hecho moral (…) Pondremos orden en Cataluña. Liberaremos a la sociedad secuestrada por esa banda de fanáticos supremacistas (…) El socialismo está vendiendo España por un plato de lentejas (…) Hay que acabar con el buenismo hipócrita de la izquierda (…) Quien venga a España a inocular odio se ha equivocado de país. Aquí se viene a respetar la ley (…) Los asesinos, violadores y pederastas están en la calle por el síndrome de Estocolmo de la progresía española (…) Este es el PP verdadero (…) Muchos quieren imitarnos, pero no les sale".
Me cuesta entender, si su propósito era el de tocar la corneta con tanto entusiasmo pulmonar para conseguir que los hijos pródigos del PP regresaran a la casa del padre, que haya diseñado un acto de tres días de mensajes contradictorios, líderes enfrentados, almas en guerra y susurros sanguinarios. La prioridad de Casado, en mi humilde opinión, debería ser la de ganar la cuestión de confianza que le plantean todos aquellos que aún podrían dejar de votar a Vox, o a Ciudadanos, si estuvieran seguros de que el PP ha tomado nota de sus errores y tiene un verdadero propósito de enmienda. Mucho me temo —a pesar de la firmeza de las palabras de la clausura— que el formato de la Convención no haya servido para eso.