El CIS publica once veces al año un índice que suele ser bastante elocuente. Se trata del Índice de Autoubicación Ideológica Media (IAIM), y se elabora con una muestra relevante de individuos –unos 3.500– que se autoubican en un espectro que va de la extrema izquierda (1) a la extrema derecha (10).
No voy a entrar en la metodología y su evidente desviación hacia la izquierda, pero produce una consecuencia importante: asienta la falacia de que España es de izquierdas.
El IAIM suele anticipar las victorias históricas de la derecha, y también refleja los largos periodos de indolencia izquierdista. Cuando empieza a escalar por encima del 4,7, la cosa pinta bien para el PP. Así, el IAIM anticipó las mayorías de Aznar y Rajoy manteniéndose cerca del 5 durante muchos meses previos a las elecciones de marzo de 2000 y noviembre de 2011, las históricas mayorías absolutas del PP.
Hay que destacar igualmente que estuvo en sus cotas más bajas cuando las encuestas colocaban a Podemos como primera fuerza, a finales de 2014.
Desde hace algunos meses, el IAIM arroja cifras en el entorno del 4,5, poco proclives a una victoria de la derecha.
Mi intención con este artículo no es soltar un tostón sociológico, pues quien firma cree en el individuo, en la épica, en la acción política con mayúsculas y demás antiguallas que dan color a la historia.
Vivimos una época estatista, igualitaria, de identidad, buenista, y demás características de la izquierda biempensante, y ello tiene su reflejo en el IAIM. Ante esta situación, caben dos apuestas, porque, salvo con el mezquino ir tirando, la política suele ser una apuesta de futuro. Entonces, podemos no hacer nada, esperar a que amaine la tormenta izquierdista y el desgaste del Gobierno haga pensar a los españoles en otras posibilidades (de derechas) –los paréntesis son deliberados para no molestar–, postura que ha mantenido el PP durante numerosos periodos (la doctrina del arriolismo), o plantearnos una política de alternativas. Una pedagogía de centroderecha que dibuje nuevas propuestas y que lleve a nuevas percepciones, propuestas y realidades.
Hay que abordar cuestiones concretas, por ejemplo, montar un sistema alternativo al infierno fiscal que vivimos los pocos españoles que pagamos impuestos. También se puede desmantelar el desproporcionado intervencionismo del Estado. Hay que recuperar la libertad en las iniciativas empresariales, acabando de una vez por todas, tal y como exige la UE, con la sacrosanta (e hispánica) licencia previa para casi todo.
Unas propuestas claras para potenciar la igualdad de oportunidades, con especial énfasis en la educación. Una política de seguridad enfocada en la inmigración ilegal y sus consecuencias. Está muy bien la prevención, aunque no sé qué prevención puede hacer España –o incluso la UE– cuando en sus fronteras se da la diferencia de renta más alta del planeta. Es imperativo tomarse en serio la lucha contra las mafias que traen inmigrantes, muchas veces con un riesgo terrible.
Y también cabe una batería de políticas para hacer frente al nacionalismo periférico. Para hacer más fluida la sociedad española, debemos romper con la inercia de mantener poblaciones embolsadas o apegadas al terruño de cada uno. En España, cambiar de ciudad o región es dificilísimo.
Habría que crear un cuerpo de funcionarios medios y bajos (en vez de limitarnos a altos funcionarios, abogados del Estado, jueces o inspectores de Hacienda) que puedan trabajar en cualquier comunidad autónoma o gran municipio. Si el sueño de muchos españoles sigue siendo ser funcionario, que lo sean de un cuerpo estatal y no de uno en el que prime el conocimiento de la lengua regional o la residencia. También se diluirán los anclajes al terruño creando un centro de excelencia universitaria donde vayan los mejores de España. Una especie de Colegio de España de Bolonia, pero para miles de buenos estudiantes y no sólo para unas decenas.
Un país con nuestros problemas territoriales no puede tener a casi el ochenta por ciento de la población en viviendas en propiedad. Un buen marco de vivienda en alquiler ayudaría mucho a que nuestra sociedad fluya. Fomentar la vivienda de alquiler implicaría un tratamiento fiscal adecuado y una seguridad jurídica que no dan unos juzgados que siguen en el siglo XIX. No podemos seguir siendo, en el régimen de propiedad de la vivienda, los campeones de Europa, lo que nos convierte en los perdedores de Europa, con lo que supone para la emancipación de nuestros jóvenes o el movimiento entre regiones de los españoles.
Y acabo: como decía, el índice maravilloso nos dice que el país está un poco izquierdoso. El PP tiene liderazgo para empezar a cambiar esta situación. Algunos que aún creemos en la épica y el individualismo barruntamos que, si Pablo Casado sigue por el buen camino y no cae en el pasteleo, el índice empezará a reflejar muy pronto nuevas ilusiones y nuevas políticas que anticiparán una mayoría absoluta.