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Votar con miedo

Nuestra estúpida legislación electoral prohíbe difundir sondeos de intención de voto en la última semana antes de las elecciones. Pero nada impide llevar a cabo y difundir otros tipos de encuestas, y ayer realicé una en Twitter movido por la curiosidad. Se me ocurrió preguntar a la gente qué sentimiento describía mejor las razones por las que hoy iban a votar en las elecciones generales. En la encuesta, se daban cuatro opciones: miedo, ilusión, rabia e indiferencia. Y, para mi sorpresa, el resultado fue bastante contundente.

Hasta las 5 de la mañana de hoy habían votado casi 1500 personas, de las cuales

- El 38% dice que hoy votará por miedo

- El 29%, que lo hará con ilusión

- El 20%, con indiferencia

- Y el 13% con rabia

Es decir, el miedo es el motor principal por el que hoy votarán 2 de cada 5 personas que respondieron a la encuesta. La mitad de los encuestados votarán por miedo o por rabia. Los que votarán ilusionados no llegan ni a 1 de cada 3.

Evidentemente, ni Twitter representa al conjunto de la población, ni las personas a las que les llegan mis tuits representan al conjunto de Twitter. Pero estos porcentajes me parecen preocupantes.

En una democracia, las razones para votar pertenecen a la intimidad de cada uno. Yo tengo derecho a votar por las razones que a mi me de la gana. Y todos los motivos para votar son válidos, incluidos el miedo, la rabia, el rencor e incluso el odio. Pero convendrán conmigo en que una democracia será tanto más sana, cuanto más constructivos sean los sentimientos de la gente en el momento de enfrentarse a las urnas.

Si alguien vota con ilusión, quiere decir que está convencido de lo que está votando. Es decir, esa oferta electoral que ha elegido responde a una demanda real de una parte de la ciudadanía.

Quien vota por miedo o con rabia, por el contrario, no está votando a favor de algo que le convence, sino en contra de alguna otra cosa que le asusta o le produce rechazo. Puede que eso que está votando ni siquiera le guste. Pero el miedo o la rabia le impulsan a votarlo, después de todo. Es decir, está convirtiendo el hecho del voto en un acto de autodefensa o de ataque. Como digo, se trata de motivaciones perfectamente legítimas, pero también es legítimo casarse por interés o por despecho, y no por ello deja de ser preferible casarse por amor.

Y lo más curioso es la distinción que existe, en cuanto a sentimientos, entre los ciudadanos y sus representantes. ¿Ustedes ven que nuestros líderes políticos se tengan miedo o rabia? Yo no. A la hora de repartirse puestos en organismos oficiales, o prebendas parlamentarias, bien que se ponen todos de acuerdo. Piensen en los debates televisivos: ¿ustedes perciben miedo o rabia en la manera en que unos y otros se tratan? Por el contrario, los líderes políticos mantienen una relación relativamente cordial. Como mucho, algunos se profesan un poco de antipatía, pero la cosa no va más allá.

Es como en el fútbol: ¿cuántas veces hemos oído noticias de grupos de hinchas futbolísticos partiéndose la cara? Y, sin embargo, mientras esos hinchas se pegan, los dueños de los respectivos clubes de fútbol comparten una agradable cena con champán en algún buen restaurante de la ciudad donde se celebra el partido. La animadversión de los hinchas no es otra cosa que el reflejo de un enfrentamiento artificial, que sirve para que los dueños de los clubes vendan más entradas. Nuestros sentimientos son solo su negocio.

Sea como sea, hoy iremos todos a las urnas. Y sea cual sea la razón por la que votemos, bien estará. Porque, como digo, en democracia todos los motivos son válidos para votar. Elijan ustedes la opción que les de la gana y voten.

Y disfruten del día con sus seres queridos, que el amor es un bien escaso y hay que cuidarlo como oro en paño.

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