Dicen que las personas inteligentes saben recuperarse de sus fracasos, mientras que un tonto jamás se recupera de sus éxitos. Hay demasiada gente que, una vez alcanzado el triunfo, empieza a desvariar.
No es el caso de Woody Allen. Después de triunfar con Annie Hall, con la que consiguió cuatro Oscar, sus películas de cine fueron a más en vez de a menos, adquiriendo una calidad de la que carecían las de su primera época. Manhattan, Stardust Memories, La rosa púrpura de El Cairo o Matchpoint, por poner solo algunos ejemplos, son auténticas maravillas cinematográficas.
Las anteriores películas de Woody Allen, las de su primera época, no han envejecido tan bien, precisamente porque eran películas de un humor simplón y circunstancial. Vistas a fecha de hoy, resultan un tanto infantiles. Aunque no por ello dejan de tener escenas memorables, como por ejemplo la escena del balcón de la película Bananas.
En Bananas, la segunda película de Woody Allen, se narra la historia de un americano común que se enrola en una guerrilla centroamericana por amor a una mujer. El grupo de revolucionarios está dirigido por un personaje cuya presencia física recuerda a la del Ché Guevara. Cuando los insurgentes consiguen hacerse con el poder, el líder guerrillero sale al balcón presidencial y anuncia las primeras medidas del nuevo gobierno: "A partir de ahora", dice el nuevo dirigente, "el idioma oficial será el sueco, todos los menores de dieciséis años tendrán dieciséis años y la gente deberá cambiarse la ropa interior tres veces al día. Y para que se vea que la lleva limpia, deberá llevarla por fuera".
Estamos viviendo en estos días nuestra particular imitación de Bananas, a raíz del ascenso de Podemos y sus distintas marcas blancas al poder municipal. Intuíamos que en Podemos hay mucha gente que está como las maracas de Machín, pero una cosa es intuirlo y otra muy distinta ver en acción a ciertos personajes que parecen sacados de un frenopático.
Ada Colau creando la Concejalía del Ciclo de la Vida, al más puro estilo El Rey León; portavoces municipales manifestándose en tetas en una capilla; el Kichi sustituyendo la fotografía del rey en su despacho municipal por la de un alcalde anarquista; concejales madrileños haciendo chistes neonazis de pésimo gusto... Parece que hubiera aterrizado en los consistorios una colección de personajes de Woody Allen. Solo les falta declarar el sueco idioma oficial.
Aunque todo tiene sus ventajas. En la película Bananas, un horrorizado Woody Allen decide, al ver al líder revolucionario desgranar sus primeras medidas en el balcón presidencial, que es preciso luchar contra el nuevo gobierno revolucionario. Aquí, en España, son precisamente los gobiernos municipales de Podemos y de sus asimilados los que mejor pueden servir como vacuna frente al ascenso de un Pablo Iglesias que va a tener que comerse todos los errores que cometan sus chicos.
Lo siento por los habitantes de localidades como Madrid o Barcelona, donde la gestión municipal se resentirá un poco en los próximos cuatro años, pero hay que ver el lado positivo de las cosas: está bien que la tropa de Podemos se retrate. Como también está bien que se retrate ese PSOE que es, en definitiva, quien ha entregado el poder municipal a personas como Carmena.
Como les decía al principio, un tonto jamás se recupera de sus éxitos. Veremos cómo le sienta a Podemos el éxito en las elecciones municipales.
Por el momento, parece que no muy bien.