
Un Cincinato moderno
La vida del general Mannerheim daría para escribir no una, sino varias novelas: militar, estadista, diplomático, espía, presidente, héroe nacional... Combatió con los rusos y contra los rusos; luchó con los alemanes y contra los alemanes; peleó contra los japoneses; conoció al Dalai Lama; fue lapidado por monjes tibetanos; participó en seis guerras, dos de ellas mundiales; hablaba finlandés, sueco, ruso, alemán, francés, inglés, polaco, portugués y algo de chino...
Gustav Mannerheim había nacido en el seno de una familia noble finlandesa, en una época en que Finlandia era una provincia del Imperio Ruso. A los 13 años, su padre se arruinó y abandonó a su familia para irse a vivir a París con su amante. La madre de Gustav, abrumada por la vergüenza y las privaciones, moriría un año después.
Gustav quedó al cuidado de su tío, que lo mandó a la academia de cadetes finlandesa, de donde fue expulsado por su indisciplina y sus problemas con el alcohol. Tras aquello, Gustav ingresó en una escuela militar rusa, donde comenzaría su carrera en el ejército.
Durante tres décadas, hasta la Revolución Soviética, serviría fielmente al Zar: primero como oficial de la Guardia; luego en la Guerra Ruso-Japonesa de 1904; después en una misión de espionaje por China, Mongolia y el Tíbet que duró tres años; más tarde en la Primera Guerra Mundial.
La Revolución de Octubre significó su salida del Ejército ruso. Mannerheim, con 50 años y el grado de Teniente General, volvió a Finlandia, que acababa de declararse independiente. Allí, el Senado le proclamó comandante en jefe del Ejército y tuvo que hacer frente a la breve guerra civil que se saldó con la derrota de los comunistas.
Nombrado regente durante un breve período, se presentó a las elecciones presidenciales y perdió, decidiendo entonces abandonar la vida pública.
Sin embargo, en 1931 fue requerido para el puesto de Presidente del Consejo Nacional de Defensa, desde el que comenzó a preparar a los finlandeses para el previsible ataque de la Unión Soviética, ataque que efectivamente se produjo 8 años después.
A sus 72 años de edad, Mannerheim fue nombrado Comandante en Jefe del Ejército, desde cuyo puesto logró detener a las fuerzas de Stalin e impidió a la Unión Soviética anexionarse Finlandia como había hecho con Polonia. El anciano general siguió dirigiendo el ejército durante toda la Segunda Guerra Mundial, hasta que el retroceso de los alemanes llevó al parlamento finlandés a nombrar a Mannerheim presidente, desde cuyo puesto fue capaz de negociar una honrosa paz por separado con los rusos.
Dimitió de su puesto de presidente en 1946, a los 80 años de edad, por problemas de salud, y se retiró discretamente, falleciendo 5 años después.
En vida, Mannerheim gozó del respeto de todos durante casi todo el tiempo. Hasta los comunistas finlandeses terminaron por considerar a aquel furibundo anti-comunista un padre de la patria. Durante la Segunda Mundial, gozó de la consideración de todos los contendientes: a pesar de que Finlandia estuvo aliada con la Alemania nazi, las potencias occidentales respetaban a un Mannerheim cuyo carácter pro-democrático y pro-occidental conocían, y al que sabían un simple defensor de los intereses de su patria. A pesar de luchar contra él en dos guerras distintas, Stalin confesó a una delegación finlandesa en 1947 que las ventajosas condiciones de paz conseguidas por Finlandia se debían simplemente al respeto personal que le inspiraba aquel anciano general. A pesar de que Finlandia luchó en el bando alemán durante la Segunda Guerra Mundial, Mannerheim se valió del respeto que inspiraba a Hitler para involucrar lo menos posible a Finlandia en aquella guerra...
Los políticos odiaban su intransigencia, pero acudían a él cada vez que le necesitaban. Sus compañeros militares no soportaban su carácter irascible y su casi proverbial incapacidad para delegar, pero no podían dejar de respetarlo, ni de admirar sus dotes de mando, su visión estratégica y su increíble habilidad para combinar los esfuerzos guerreros y los diplomáticos.
Fue un hombre austero, que al recibir una gran suma de dinero del parlamento finlandés en 1919 por sus servicios al país, creó con ese dinero una fundación para promover la salud infantil. Fue un trabajador infatigable, que al retirarse por primera vez de la vida pública no dudó en aceptar la presidencia de la Cruz Roja finlandesa. Fue un auténtico demócrata, que supo rechazar a finales de la década de 1920 los cantos de sirena de quienes, en Finlandia, le animaban a convertirse en dictador al estilo de Mussolini.
Pero fue, sobre todo, un patriota: alguien que siempre acudió a defender a su Nación cuando ésta requirió su ayuda. Y que siempre lo hizo sin esperar nada a cambio. Por eso los finlandeses le consideran, hoy en día, la figura más importante de toda su Historia.