Tribus ocultas
Vivimos en un mundo globalizado. Podemos dar la vuelta al mundo en avión en menos de 48 horas. Y, sin embargo, todavía hoy continúan descubriéndose tribus en las selvas de América, de Nueva Guinea o de Indochina, que hasta ahora no habían tenido contacto con la civilización.
Existen decenas de esas tribus catalogadas, pero hay una que resulta especialmente llamativa: los centineleses. Y si es llamativa es porque se conoce perfectamente su existencia y su localización desde hace por lo menos 150 años, a pesar de lo cual continúan viviendo aislados, sin contacto con la civilización occidental.
Se calcula que puede haber (porque no se sabe con certeza) unos 250 centineleses, que habitan en la isla Centinela Septentrional, del archipiélago indio de las Andamán. No conocen la agricultura y viven de la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres.
Su isla está cubierta de selva y rodeada de arrecifes coralinos, pero tiene solo unos 8 km de ancho, por lo que hubiera resultado sencillo explorarla y ocuparla. Pero como la isla no tiene ningún valor estratégico ni económico, nadie ha puesto empeño en ello. Y como, además, los centineleses han recibido siempre de manera hostil a los visitantes, los escasos intentos de los funcionarios del gobierno indio por establecer con ellos una relación, han fracasado. Hace solo unos años, los centineleses mataron a flechazos a unos pescadores que se atrevieron a faenar en sus aguas.
El aislamiento de los centineleses plantea un curioso dilema: ¿qué deberíamos hacer con ellos? ¿Dejarles seguir con su vida primitiva, o integrarles en el mundo moderno? Piénsenlo durante unos segundos. Por un lado, deberían poder tener acceso a las comodidades y avances del mundo occidental. Por otro lado, eso significaría exponerles a enfermedades para las que no contarían con inmunidad genética. Y, por supuesto, su integración en nuestra sociedad acabaría en la práctica con su civilización.
¿Por cuál de las opciones se decantarían ustedes? ¿Integrarles o no integrarles? Ese es el dilema en el que están inmersas las autoridades indias.
Sin embargo, se trata de un dilema falso. Porque, en realidad, los demás no somos quiénes para decidir por ellos. Son los propios centineleses, como individuos (no como tribu), los que tendrían que decidir qué quieren para ellos mismos. Y decidir exige conocer las alternativas disponibles, con lo cual la única opción razonables es hacerles conocer la realidad que existe fuera de su isla, dejándoles, por supuesto, libertad para continuar (si así lo desean) con su existencia aislada.
Si sienten ustedes la tentación de responder que sería mejor no interferir en su existencia, piénsenselo dos veces. Imaginen, por ejemplo, que una familia española no llevara a sus hijos al colegio, negándoles el derecho a la educación. ¿Qué haríamos? Obviamente, obligar a que esos niños fueran escolarizados, porque los padres no pueden decidir privarles de educación. Entonces, ¿los niños centineleses no tienen los mismos derechos que los demás niños del mundo? ¿No tienen derecho a ser escolarizados?
O piensen, por ejemplo, en el aspecto sanitario. ¿No tiene una mujer centinelesa que desarrolle un cáncer de mama, derecho a ser tratada en un hospital, como cualquier mujer europea?
Si todavía dudan de la necesidad de hacer conocer a los centineleses la civilización moderna, piensen en el ejemplo contrario: imaginen que una especie extraterrestre mucho más avanzada que la nuestra descubre la Tierra. E imaginen que esa especie no solo conoce los secretos del viaje espacial, sino que nos da mil vueltas en todos los aspectos científicos: para ella no plantea ningún problema curar el cáncer o el alzheimer, por ejemplo.
Imaginen ahora que a esos extraterrestres se les plantea el mismo dilema moral que a nosotros con los centineleses: ¿integramos a estos atrasados terrícolas en nuestra civilización galáctica, o les dejamos seguir aislados, viviendo su primitiva e idílica existencia? ¿A ustedes qué les gustaría que hicieran esos extraterrestres? ¿Integrarnos o no integrarnos? ¿No nos gustaría poder curar las enfermedades que hoy la Humanidad es incapaz de curar, y salvar quizá a familiares o amigos nuestros que se estén muriendo? ¿No nos gustaría saber qué hay más allá de los confines de nuestro sistema solar? ¿No nos gustaría conocer qué avances tecnológicos o qué nuevas formas de energía han desarrollado esos extraterrestres? ¿No querríamos poder tomar ese atajo para mejorar de forma inmediata las condiciones de vida en la Tierra?
Lo importante es que, al menos, se nos debería conceder la capacidad de elegir: esos extraterrestres deberían mostrarnos qué nos pueden ofrecer y dejarnos optar. Y, además, dejarnos optar no como tribu, no a la Humanidad en su conjunto, sino como individuos. Porque el resto de los habitantes de la Tierra no tiene ningún derecho a decidir que yo tenga que continuar forzosamente con mi aislada y primitiva vida.
Pues exactamente eso es lo que nosotros tendríamos que hacer con los centineleses: establecer las condiciones para que cada centinelés tenga la posibilidad de elegir por sí mismo qué vida quiere.
¿Y por qué les cuento todo esto?
Pues porque me parece un caso curioso, y del que se pueden extraer dos lecciones fundamentales. La primera es que los derechos exigen la capacidad de elegir y la información necesaria para elegir. Cuando decimos cosas como "los centineleses tienen derecho a permanecer aislados", esa frase carece de sentido si los centineleses no conocen las alternativas que hay. Cuando solo existe una posibilidad, no se puede ejercer ningún derecho. Ejercer un derecho es optar libremente entre dos alternativas. Lo cual requiere, por supuesto, conocer todas las alternativas que hay.
Y la segunda lección es que los derechos son siempre derechos individuales. No existen los derechos de la tribu. La tribu de los centineleses no tiene, en su conjunto, ningún derecho a nada. Es cada centinelés individual el que tiene que poder decidir libremente qué hacer con su vida, y no se le pueden negar a ningún individuo los beneficios del progreso, simplemente porque la tribu quiera.
Si aplicáramos esas dos lecciones en España - el derecho a la decisión informada y la primacía de los derechos individuales sobre los de la tribu - seríamos capaces de construir una democracia mucho menos defectuosa. Porque son muchos los aspectos de nuestra actualidad política - desde los secretos de estado, hasta las imposiciones nacionalistas - para los que esas dos simples lecciones proporcionan una respuesta.