Hace unos días, asistí en Jaén a la cena de entrega de premios de la asociación de víctimas del terrorismo Verde Esperanza. Jaime Mayor Oreja, uno de los galardonados con el premio "Voces contra el terrorismo", contó una anécdota que refleja hasta qué punto una sociedad puede sumergirse en la anormalidad y llegar a aceptar situaciones que, vistas desde fuera, resultan completamente aberrantes. La anécdota se la había contado a Mayor Oreja su buen amigo Mario Vargas Llosa.
En cierta ocasión, Vargas Llosa charlaba con un conocido suyo que vivía en Sarajevo en la época de los enfrentamientos étnicos en la antigua Yugoslavia. Vivir en Sarajevo equivalía a estar perpetuamente sometido al riesgo de ser tiroteado por cualquiera de los múltiples francotiradores que habían convertido las calles de la ciudad en una tétrica competición de tiro al blanco. Mario Vargas Llosa quería saber cómo podía su amigo vivir en esa situación de anormalidad perpetua. Su amigo, sin embargo, le decía que, pese a todo, la vida cotidiana en Sarajevo era perfectamente normal. "No puede ser normal", argumentaba Vargas Llosa. "Vivir con el perpetuo riesgo de que te metan un tiro no es vivir normalmente". "Pues yo te digo que vivimos una vida normal", contestaba su amigo. "Pero ¿cómo vais a tener una vida normal? ¡No seas ridículo!". "Pues te digo que mi vida es normal". La discusión se prolongó unos minutos. Al final, su amigo, harto de la insistencia de Vargas Llosa, le espetó: "¡Te digo que mi vida es perfectamente normal! ¡Lo único que tengo que hacer, cuando salgo a comprar por las mañanas, es vestirme de mujer!".
Las sociedades tiene una capacidad casi infinita de inmersión en la anormalidad. Sólo así se explica que en España continuemos mareando la perdiz con el tema del terrorismo etarra, incurriendo una y otra vez en los mismos errores. El jueves pasado, Francisco José Alcaraz daba una conferencia dentro del seminario sobre terrorismo organizado por el CEU. En esa conferencia, Alcaraz planteaba un símil tremendamente apropiado. Zapatero es como un médico al que un día acudimos, aquejados de una grave enfermedad [el terrorismo], y nos dice: "Vamos a aplicar un tratamiento [la negociación] que se ha demostrado completamente ineficaz todas las veces que lo hemos intentado en los últimos treinta años. De hecho, cada vez que hemos aplicado ese tratamiento, la enfermedad ha cobrado nuevos bríos y el brote infeccioso ha reaparecido con más fuerza después de interrumpir el tratamiento. Pero es que esta vez tengo el pálpito de que sí va a funcionar".
¿Qué pensaríamos de ese médico? Pues que está loco, ¿verdad? Saldríamos corriendo de la consulta y buscaríamos inmediatamente otro facultativo con un espíritu más práctico.
De hecho, el símil puede llevarse todavía más allá. Después de someternos numerosas veces a ese tratamiento incorrecto, habíamos encontrado por fin un médico [Aznar] que se decidió a aplicar una terapia distinta. Y el resultado fue que la enfermedad empezó a remitir hasta que los análisis revelaron que había quedado reducida a su mínima expresión. Y entonces llega el médico Zapatero, expulsa de su consulta al médico que había encontrado la terapia correcta, y vuelve a aplicar ese otro tratamiento que tan ineficaz se había demostrado anteriormente, con lo que la enfermedad vuelve a extenderse.
Podemos, incluso, llevar todavía más lejos el símil (y esto ya no es cosecha de Alcaraz, sino mía): España es un hospital donde una casta de médicos se ha alzado con el control de los principales servicios y ha hecho de la lucha contra esa enfermedad concreta un lucrativo negocio. Mientras la enfermedad exista, su puesto está garantizado. Acabar con la enfermedad implicaría que los enfermos, recuperado el vigor, podrían dar a esos incompetentes la patada en el culo que llevan treinta años mereciendo. Unos mueven el árbol, otros recogen las nueces y unos terceros han hecho de la existencia de ese problema su auténtico medio de vida.
Pero los enfermos tenemos la posibilidad de pensar en cómo se vive en Sarajevo. Y de darnos cuenta de que estamos completamente hartos de tener que vestirnos de señora. Y de que las cosas tienen que cambiar.
P.D.: El miércoles se celebró otra entrega de premios, los premios de CityFM a la libertad. Entre los galardonados estaba, cómo no, la AVT, y también los Peones Negros recibieron un galardón. Vayan desde aquí las gracias a una emisora que ha demostrado, desde que comenzó su andadura, estar siempre del lado de aquéllos que luchan porque todos seamos cada día un poco más libres.