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Los enigmas del 11M

Rubalcaba en su laberinto

¿Es sólo sensación mía, o el episodio de los presuntos terroristas islámicos detenidos en Barcelona es una especie de deja vu? ¿No hemos visto ya antes las mismas reacciones en los mismos actores no hace mucho tiempo? Es la segunda vez en pocos meses que el Gobierno socialista en pleno, y Rubalcaba en particular, me causan la misma sensación de sorpresa.

La primera vez fue a raíz del asesinato de los dos guardias civiles en Francia: tras producirse ese crimen, el ministro Rubalcaba y todo el Gobierno entraron en una espiral de declaraciones y contradeclaraciones, de versiones contradictorias, de explicaciones inverosímiles, que no sólo mostraban muy poco respeto por los ciudadanos españoles, sino, sobre todo, una improvisación sorprendente y una precipitación absolutamente incomprensible. Era la típica reacción de alguien a quien se ha pillado de repente en un renuncio y que se ve en la obligación de improvisar alguna excusa que le salve la cara.

Lo que me pareció sorprendente entonces fue la chapucería y la precipitación de esas improvisaciones. Que Rubalcaba mintiera no es algo que pudiera ya escandalizarme: lo que me dejó completamente estupefacto es que mintiera tan mal.

Con el asunto de la supuesta célula islamista desarticulada en Barcelona he vuelto a tener la misma sensación de desconcierto. Son tantas y tan contradictorias las versiones que hemos ido conociendo a lo largo de los días que, de nuevo, no es posible sustraerse a la sensación de que el episodio entero ha pillado al Gobierno con la guardia bajada. Puestos a realizar una escenificación con la detención de un falso comando islamista, la hubieran preparado con algo menos de cutrez. La hubieran preparado de una forma más coherente. No habrían entrado en un crescendo de versiones y contraversiones que lo único que hacen es provocar la suspicacia en quienes las escuchan. Hubieran tenido previstas las explicaciones oportunas de forma que no resultaran un insulto a la inteligencia.

Y, sobre todo, Rubalcaba no habría transmitido la sensación de estar completamente sobrepasado por las circunstancias. Creo que no recuerdo un episodio más extraño que la rueda de prensa en la que, preguntado sobre para qué querrían esos presuntos suicidas de Barcelona unos temporizadores, a Rubalcaba no se le ocurre otra cosa que decir que no había caído en ese detalle. ¡No podía dar crédito a lo que estaba leyendo! ¡Rubalcaba diciendo que le habían pillado sin respuesta! Después trató de improvisar una respuesta a la pregunta y no se le ocurrió otra cosa que decir que a lo mejor era otro individuo el que iba a apretar el botón para que esos suicidas viajaran al Paraíso. ¡Toma ya! Dejando aparte la asociación inconsciente con el episodio de Leganés que esa frase de Rubalcaba suscita (lo cual no es muy inteligente por parte del ministro), resulta que para eso tampoco hace falta un temporizador: lo que hace falta es un radiomando, un mando a distancia. Es una de las pocas veces que hemos podido ver a Rubalcaba improvisar una respuesta de forma tan chapucera.

Lo importante de la escena no es la propia metedura de pata, sino el que esa metedura de pata se produzca, porque parece sugerir que Rubalcaba y su equipo ni siquiera habían tenido tiempo de reflexionar sobre lo que estaba sucediendo. La sensación que deja esa chapucería es que Alfredo Pérez Rubalcaba no controla los acontecimientos y que, además, ha perdido la capacidad de respuesta inmediata. Algo está pasando, algo se está moviendo en el campo de la lucha antiterrorista, o en el interior de los aparatos del Estado, que se le ha ido de las manos al ministro de Interior.

Es esa sensación la que me intranquiliza: la sensación de que las cosas están, en estos momentos, fuera del control de Rubalcaba. En principio, uno se sentiría inclinado a calificar como una buena noticia que Rubalcaba no controle las cosas, dada su proverbial tendencia a las manipulaciones más descaradas. Pero no me parece que esa noticia sea buena en absoluto. Porque da toda la sensación de que, en estos momentos, la lucha antiterrorista no la controla nadie.

Si el asesinato de los dos guardias civiles en Francia apunta a que en el seno de ETA se están produciendo acontecimientos cuyas consecuencias se muestra el Gobierno incapaz de prever, el episodio de los supuestos islamistas de Barcelona sugiere que algo se mueve en los aparatos del Estado completamente al margen del control del Gobierno, pudiendo llegar las cosas hasta el punto de que el propio Gobierno se vea pillado a contramano en la desarticulación de un potencial grupo terrorista.

Y todo ese descontrol puede ser mucho más peligroso que las habituales manipulaciones de nuestro querido ministro.

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