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Los enigmas del 11M

Rajoy pide una paciencia imposible

Una de las mayores atrocidades cometidas por los ingleses durante la lucha de India y Pakistán por su independencia es la masacre del bazar Qissa Kwhani.

El 23 de abril de 1930, una multitud de personas se concentró en una plaza de la ciudad de Peshawar para protestar por la detención del líder musulmán de la resistencia pacífica, Abdul Ghaffar Khan, a quien también se conocía con el apodo de "el Gandhi de la frontera".

Los ingleses, que habían prohibido las manifestaciones, introdujeron en la plaza a los soldados y conminaron a la multitud, desarmada y pacífica, a que se dispersara. Ante la negativa de los manifestantes a abandonar la plaza, abrieron fuego. Seis horas - desde las 11 de la mañana hasta las 5 de la tarde - estuvieron disparando a placer sobre los hombres, mujeres y niños concentrados en la plaza, que, abrazados a sus coranes, no hicieron ningún intento de defenderse o de huir.

La horrible escena está retratada en la película Gandhi, donde también se muestra una elocuente secuencia del juicio posterior al que fue sometido el oficial inglés al mando de aquella operación, el general Dyer:

- General Dyer - le pregunta el fiscal -, ¿es verdad que usted ordenó a sus tropas abrir fuego contra aquellos lugares donde la multitud era más densa?

- Es cierto - responde tranquilo el general.

- ¿Es cierto que se produjeron mil quinientos dieciséis muertos y heridos, con mil seiscientas cincuenta balas? - apunta el fiscal.

- Mi intención era darles una lección que toda la India pudiera aprender - contesta el general, orgulloso.

- General. Si hubiera podido introducir en la plaza los vehículos blindados, ¿habría usado las ametralladoras contra los manifestantes? - le interpela uno de los abogados indios.

- Probablemente sí - replica el militar inglés.

- General - pregunta uno de los jueces- ¿se dio cuenta usted de que había mujeres y niños entre la multitud?

- Sí, me di cuenta.

- ¿Y aquello no le importó?

- ¡Correcto! - responde el general.

- ¿Puedo preguntarle - interviene el fiscal - qué medidas tomó de cara a atender a los heridos?

- Yo estaba listo para atender a cualquiera que solicitara ayuda - dice el general, tajante.

Y entonces la cámara enfoca en primer plano la cara del general Dyer, que enmudece al oír cómo el fiscal le pregunta:

- Disculpe, general, pero no entiendo bien sus palabras: ¿me podría explicar de qué manera solicitan ayuda los niños heridos en la cabeza por un disparo de fusil?

Esta semana, y ante el clamor de la opinión pública contra un gobierno que sigue sumido en la inacción mientras el país bate todos los récords de paro, Rajoy ha salido brevemente a la palestra para pedir a los españoles paciencia. Incluso se permitió aseverar que el gobierno sabe a dónde va, aunque no se dignó a explicarnos a los españoles qué tierra de promisión es esa.

Pedir paciencia a estas alturas a los dos millones de hogares que tienen a todos sus miembros en paro, a los pequeños empresarios que no tienen con qué pagar a sus trabajadores o a tantos españoles que cada vez tienen que renunciar a más cosas para poder llegar a fin de mes resulta sarcástico, señor Rajoy.

Pedir paciencia a los electores del PP que le entregaron a usted la mayoría absoluta, cuando en dieciséis meses no ha ilegalizado usted las franquicias de ETA, ni ha puesto coto a las imposiciones nacionalistas, ni ha derogado una sola de las leyes ideológicas de Zapatero, es reírse de los votantes en su cara, señor Rajoy.

Pedir paciencia a los españoles, cuando ven que la corrupción todo lo enfanga y que, ustedes, lejos de perseguirla, se dedican a favorecer a corruptos mediante pactos vergonzantes de la fiscalía o indultos escandalosos, es una invitación a la revuelta civil, señor Rajoy.

Pero permítame señalarle cuál es la mayor contradicción de su discurso. Pedir paciencia a estas alturas a los parados, o a los pequeños empresarios, o a las familias, o a los votantes del PP o a los españoles en general puede ser criticable, pero es verdad que todos ellos están en disposición de poder escucharle a usted y seguir, si lo desean, su recomendación de ser pacientes.

Sin embargo, hay un grupo concreto de personas cuyo problema no puede usted esperar a resolver mañana, porque ya será tarde, y a las que, por tanto, no tiene ningún sentido pedirles paciencia. Me refiero, por supuesto, a esa ley de aborto libre de Zapatero que ustedes llevan dieciséis meses amagando con derogar y al amparo de la cual se producen en España 300 abortos al día.

Una de dos: o esos niños no son seres humanos, en cuyo caso no entiendo por qué amenazan ustedes con modificar la ley del aborto, o sí que lo son, en cuyo caso no comprendo cómo puede usted dejar pasar los días y pedir paciencia a quienes reclaman la derogación de esa ley.

Discúlpeme usted, general Rajoy, pero de verdad que no consigo entenderle: ¿me podría usted decir de qué manera muestran paciencia los niños muertos, una vez que han dejado de existir?

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