El apaciguamiento temporal de la situación en Grecia no ha servido para calmar a los mercados. Nuestro bono a 10 años ha pasado por vez primera del 7%, introduciéndonos en la zona de rescate total del país, y la prima de riesgo ha vuelto a marcar un récord, instalándose en los 570 puntos.
La situación es ya insostenible: los mercados no confían en España. Y les sobran razones para la desconfianza, porque nuestra clase política lleva jugando al gato y al ratón con Bruselas desde mayo de 2010.
La actual configuración del estado es inviable. Lo es por el cáncer autonómico que devora nuestros recursos financieros, asfixia burocráticamente a las empresas y nos hace malgastar buena parte de nuestras energías en destructivos rozamientos internos. Lo es, también, por la quiebra del estado de derecho y de la separación de poderes, que hace que la seguridad jurídica de las inversiones sencillamente no exista, impidiendo que tengamos una auténtica economía de libre mercado. Lo es, obviamente, por el incestuoso maridaje de políticos, constructores y banqueros, que ha terminado desembocando en una orgía de despilfarro y corrupción. Y lo es, finalmente, porque nuestra clase política está depredando sin rubor alguno los presupuestos generales del estado, utilizando cargos y empleos públicos como aparcamiento de lujo para correligionarios, familiares y amigos.
Pero, en lugar de reconocer, afrontar y corregir nuestros problemas, nuestra clase política lleva dos años intentando ganar tiempo, engañando a nuestros socios europeos y buscando maneras de apuntalar el andamiaje de este patio de Monipodio tambaleante en que han convertido a España.
La elección de Rajoy por mayoría absoluta hace seis meses hizo concebir a nuestros socios europeos, y a muchos españoles, la esperanza de que la situación podría cambiar a mejor. ¡Craso error! El gobierno del PP ha continuado la senda iniciada por Zapatero, empujando a nuestro país todavía un poco más hacia el borde del abismo económico.
Pero la fiesta se acabó, porque no hay más dinero líquido que beberse, con lo que solo quedan ya cuatro soluciones.
A) De ilusión también se vive. La mejor solución, la menos traumática, sería que Rajoy entendiera que se le ha acabado el tiempo. Y que procediera, en consecuencia, entre otras cosas: 1) a realizar una poda inclemente de los presupuestos del Estado, de las comunidades autónomas y de las corporaciones locales, reduciendo drásticamente, o eliminando, todo tipo de subvenciones: desde la estafa de las políticas activas de empleo al timo de las renovables, pasando por las transferencias a sindicatos, organizaciones empresariales, partidos, asociaciones y fundaciones de toda índole; 2) a la inmediata suspensión o intervención de todas aquellas autonomías que se muestren incapaces de equilibrar sus cuentas; 3) a fusionar municipios, hasta dejarlos reducidos a una cuarta parte y 4) a cerrar toda empresa pública deficitaria de carácter no estratégico, empezando por las televisiones. Pero Rajoy no quiere, no sabe o no puede aplicar esta solución lógica. De otro modo, ya la habría aplicado.
B) El elefante blanco. Nuestra clase política puede, en vista de la situación, intentar comprar un poco de tiempo (y ya hay voces que se alzan en ese sentido) formando un gobierno de concentración. Sería una manera de seguir mareando la perdiz, para que los socios europeos continúen pagando la factura un poco más. Esta solución tiene tres defectos: el primero, que sería una salida bastante poco democrática, que no respeta el hecho de que el pueblo español entregó hace seis meses al PP una mayoría absoluta; el segundo, que tan sólo serviría para agravar los problemas, puesto que otorgaría a nuestra clase política unos cuantos meses más para seguir endeudándonos; y, por último, el problema más grave: que resulta difícil que Bruselas compre este tipo de salida. Nuestros socios europeos están hartos del juego de los triles y ya no están dispuestos a concedernos más tiempo.
C) Los hombres de negro. La tercera solución es la que tiene más posibilidades de materializarse: la intervención directa del estado por parte de Bruselas, forzando a Rajoy a tomar el mismo camino que en su día siguieron Papandreu y Berlusconi: el de su casa. En ese caso, nos encontraríamos con un gobierno tecnocrático respaldado por una mayoría parlamentaria suficiente. Eso no deja de ser un golpe de estado palaciego de carácter antidemocrático que, para colmo, redundaría en un ajuste económico pagado exclusivamente por los ciudadanos. Por lo que terminaría conduciendo, como ha sucedido en Grecia y está sucediendo en Italia, a una deslegitimación acelerada de los partidos existentes, a un ascenso de los partidos de corte populista, a un agravamiento de la situación económica y a un incremento de la conflictividad social.
y D) Que pase el siguiente. Lo único que puede salvar a España de la intervención, respetando a la vez la legitimidad democrática, es que Rajoy deje paso a alguna otra persona de su partido que sí que tenga voluntad, conocimiento y libertad para acometer las reformas que España necesita y poner patas arriba la actual estructura del estado. Alguien que sí que esté dispuesto a defender los intereses de España y a poner en valor la mayoría absoluta que los españoles le dieron al PP.
"Es necesario dar un paso al frente, enderezar el rumbo e iniciar el camino de la recuperación que algunos, por motivos puramente partidistas, se han empeñado en retrasar". Esas palabras las pronunció Mariano Rajoy en el Campus FAES el 8 de julio de 2011. En la misma intervención, Rajoy le pidió a Zapatero que "tuviera un gesto de grandeza y justicia" y dejara el paso libre convocando elecciones, porque el ejecutivo socialista era "un freno evidente y notorio para la recuperación económica del país".
Pues bien: ya que Rajoy no parece dispuesto a ser el presidente que muchos esperaban, ya que no está dispuesto a usar la mayoría absoluta que se le ha otorgado, ya que se ha convertido en "un freno evidente y notorio para la recuperación económica del país"... me permito pedirle desde aquí a don Mariano Rajoy que tenga "un gesto de grandeza y justicia" y presente su dimisión a la mayor brevedad posible, para que pueda ocupar su puesto algún otro miembro de su partido que sí que esté dispuesto a acometer las reformas que la nación española y los ciudadanos españoles necesitan.