Javier viajaba en uno de los vagones de la calle Téllez. No perdió el conocimiento en ningún momento cuando la bomba estalló. En la oscuridad del polvo, comprendió que había explotado un artefacto. El maletín que llevaba abrazado al pecho le salvó, probablemente, la vida.
Se puso de pie y lo primero que se le ocurrió fue gritar para ver si alguien necesitaba ayuda. Nadie le respondió.
Se dirigió trastabillando hacia el agujero de la bomba y salió de aquel vagón destrozado. Comenzó a andar alejándose de aquel horror. Un dolor lacerante le iba creciendo en el pecho, haciéndole difícil respirar. "Tengo que llamar a casa para decir que estoy bien". Sacó su móvil y marcó. Lucía, su mujer, le oyó perfectamente decir "Soy yo. Ha habido un atentado. No me ha pasado nada." Pero Javier no pudo oir la respuesta de Lucía. En ese momento se dio cuenta de que estaba completamente sordo: la explosión le había destrozado los tímpanos.
Se dio la vuelta y miró hacia el tren. Vio la caravana de personas destrozadas alejándose de aquellos amasijos, subiendo como fantasmas por el terraplén, en medio del más absoluto, más aterrador, más inhumano silencio que Javier recuerda. Y, al ser consciente de su absoluta sordera, comprendió algo que aún hoy no ha podido olvidar: cuando él preguntó, dentro de aquel vagón, si alguien necesitaba ayuda, probablemente le llegó algún grito de respuesta. Pero él no lo había podido oir. El dolor en el pecho era ya insoportable, y no tuvo fuerzas para volver al tren. Un policía se acercó a ayudarle.
Desde entonces, Javier y Lucía luchan, a través de la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M, porque se reconozcan los derechos de todas las víctimas de aquellos atentados, porque se haga justicia, porque el Parlamento abra una verdadera Comisión de Investigación, porque no se pretenda cerrar la instrucción judicial con una versión oficial insostenible. Luchan por saber quiénes fueron los verdaderos responsables de aquella masacre y por ayudar a las otras víctimas y a sus familias.
Luchan para que no se imponga de nuevo a las víctimas, dos años después, ese silencio absoluto, aterrador e inhumano que vivieron aquella mañana del 11 de marzo.
Desde aquí un abrazo a Javier Gismero y a su mujer Lucía.
Y a todas las víctimas de aquellos inhumanos atentados.