El 31 de enero de 1811 nacía en un pueblo de Segovia, en plena Guerra de la Independencia Manuel José Frutos. Poco sabemos de su juventud, tan solo que terminó enrolado en un ballenero inglés, el "Elizabeth", que operaba en los Mares del Sur. Sabemos algo más de su aspecto: era alto, corpulento, pelirrojo y de ojos verdes, dotado de un gran atractivo para las mujeres.
Al poco de cumplir los treinta años, Manuel José deja la mar para establecerse en Waiapu, un valle en la mitad septentrional de Nueva Zelanda. Allí montó un establecimiento comercial con el que pronto haría fortuna, comerciando con los barcos europeos que arribaban a aquellas costas y ejerciendo de intermediario con las tribus maoríes, entre las que llegó a ser considerado un miembro más. A Manuel José se le considera el introductor del arado en aquella zona de Nueva Zelanda.
Tomo cinco esposas, todas maoríes, que le dieron un total de nueve hijos, aunque el amor de su vida fue la primera de ellas, Te Herekaipuke, a quien Manuel llamaba cariñosamente "Tapita".
No sabemos la fecha en que Manuel José falleció, pero sí que sabemos que siempre tuvo en el recuerdo su España natal, que cada mañana le saludaba gracias al olivo que plantó delante de su tienda en Waiapu, y que todavía se conserva.
Con el paso de las generaciones, la familia de Manuel José fue ampliándose y diseminándose por Nueva Zelanda y hoy en día son más de 16.000 los descendientes censados de aquel maorí de adopción con origen segoviano. A los descendientes de Manuel José, los neozelandeses los llaman la Familia Paniora, que es la forma maorí de pronunciar "española", y esa familia Paniora celebra cada pocos años una gran reunión a la que denominan significativamente "Fiesta", en español.
En el año 2007, algunos de los descendientes de Manuel José vinieron a España a conocer el pueblo del que salió su patriarca, y el municipio segoviano de Valverde del Majano está hermanado desde 2010 con la ciudad neozelandesa de Gisborne, lugar en el que se estableció una de las hijas de Manuel José, según los registros históricos.
¿Imaginó alguna vez Manuel José, contemplando aquel olivo delante de su tienda, el orgullo con el que exhibirían su sangre española, doscientos años después, todos sus descendientes, allí en las antípodas de España?
No lo sé. Pero hay una cosa de la que sí estoy seguro: de que Manuel José jamás habría podido imaginar el inmenso esfuerzo que pondría la clase política de nuestro país, en los albores del siglo XXI, por borrar de la mente de los españoles el orgullo por su estirpe, por su país y por su pasado.

