Hijo de un sindicalista inglés, Alfred Evans era un simple afinador de pianos. Nadie en especial. Pero cuando estalló la Primera Guerra Mundial se convirtió en uno de los cientos de objetores de conciencia que se negaron a ir al frente o a colaborar de ninguna manera con el esfuerzo de guerra.
Ante su negativa a incorporarse a filas, Evans fue encerrado en Harwich, junto con otros 16 objetores. Las condiciones de reclusión eran pésimas: completamente a oscuras, en una celda llena de humedad y recorrida por las ratas. Dormir era casi imposible. En una ocasión, les tuvieron tres días completos sin comer. Los guardianes no dejaban de advertirles que pronto estarían criando malvas.
Cargados de grilletes, fueron enviados a Francia. Se les ofreció la posibilidad de hacer testamento antes de la partida, pero los prisioneros se negaron. En tierra francesa, los incorporaron a una unidad militar cerca de El Havre, pero ellos rehusaron acatar ninguna orden, ni participar en ninguna actividad. Ni las amenazas, ni las continuadas torturas físicas y psicológicas, ni el traslado de algunos de ellos a un campamento de castigo en Harfleur, consiguieron hacerles deponer su actitud.
Los 17 de Harwich, como se conocía a ese grupo de objetores, fueron llevados entonces a Bolougne, donde los encerraron con las manos atadas a la espalda en jaulas de madera de 1 metro cuadrado de superficie. Ante las protestas, fueron finalmente sacados de las jaulas, pero para recalar en unas celdas con unas pésimas condiciones de salubridad. Al poco tiempo, Alfred Evans caía enfermo de disentería.
Finalmente, un grupo de 50 objetores, entre los que se encontraban los 17 de Harwich, fue llevado al campamento militar de Heinriville, para ser sometidos a un consejo de guerra. Antes de empezar el juicio, un capitán se acercó a Alfred y le informó de que la pena solicitada para ellos era la de muerte. "¿Piensa usted seguir resistiéndose", le preguntó el capitán. "En estos momentos - contestó Alfred -, miles de jóvenes ingleses agonizan en las trincheras del frente, muriendo por aquello en lo que creen. Yo no voy a ser menos que ellos. Por supuesto que seguiré resistiéndome". Ante la sorpresa de Alfred, aquel capitán dio un paso atrás, se cuadró, saludó militarmente al prisionero y le estrechó la mano.
La sentencia se leyó en público delante de una formación de varios miles de soldados. Treinta de los objetores -entre ellos, Alfred - fueron condenados a muerte, aunque la pena se conmutó por 10 años de trabajos forzados. Los prisioneros fueron devueltos a la jurisdicción civil inglesa para cumplir su condena, en condiciones durísimas, y Alfred terminaría saliendo finalmente de la cárcel en 1919.
Aquellos objetores de conciencia pasaron un auténtico infierno durante los años de guerra, por su negativa a incorporarse a filas. Y, sin embargo, supieron ganarse el respeto de los mismos encargados de castigar su actitud. Respeto sintetizado en la actitud de aquel capitán que le estrechó la mano a Alfred al comprobar que no estaba ante un cobarde que no quisiera morir, sino ante un valiente que no estaba dispuesto a matar.
Esta semana, el matrimonio formado por Javier Bardem y Penélope Cruz ha sido noticia tanto en España como en Estados Unidos, por su esperpéntica actitud ante el conflicto bélico que actualmente enfrenta a Israel con los terroristas de Hamas, en Gaza.
El matrimonio de actores firmó primero una carta, junto con muchos otros personajes del mundo del cine español, en la que se arremetía contra Israel con dureza, tildando su ofensiva militar de "genocidio".
Pero Estados Unidos no es España, donde cualquier actor puede decir la primera barbaridad que se le ocurre, sin que nunca pase nada: en Estados Unidos, las ofensas gratuitas tienen consecuencias para la carrera profesional de quienes no guardan por los demás el mínimo respeto exigible. Y, ante el escándalo suscitado por sus palabras, tanto Javier Bardem como Penélope Cruz se han visto en la necesidad de enviar sendas cartas de retractación. En la suya, Penélope Cruz decía, para disculparse, que ella no es una experta en los temas de Oriente Medio, excusa estúpida que le ha valido ser nombrada "tonta de la semana" en un programa de la cadena Fox de televisión. En cuanto a Javier Bardem, en su misiva de disculpas decía que se le había malinterpretado y que él tan solo es un pacifista.
El conocido actor John Voigt ha hecho pública una carta abierta a Bardem y Penélope, en la que les tacha de ignorantes y les recuerda que ellos han ido a Estados Unidos, y no a Irán o Siria, a hacer fama y dinero. Y que tienen la responsabilidad de usar su fama para el bien y no para ayudar a propagar el antisemitismo.
En realidad, lo de Javier Bardem no es ignorancia, sino cinismo y estupidez. Estupidez, porque se creyó que en Estados Unidos se puede ejercer el sectarismo sin consecuencias, como se hace en España. Y ahora ha comprobado que Estados Unidos es un país serio.
Y cinismo, porque sus excusas son realmente absurdas. Dice Bardem que se malinterpretó su carta original. Pues ya nos contará Bardem en qué sentido. Cuando llamas a alguien "genocida" y calificas las operaciones defensivas de Israel como "guerra de exterminio", creo que está bastante claro lo que quieres decir. Si no piensas eso, no lo firmes. Pero si lo firmas, no digas luego que te han malinterpretado.
Y en cuanto a lo de que él es tan solo alguien que busca la paz, permítame el señor Barden rogarle que no insulte a los verdaderos pacifistas, comparándose con ellos. Pacifista era Alfred Evans, aquel afinador de pianos inglés dispuesto a ser fusilado, antes que empuñar las armas contra sus semejantes. El idealismo es eso, señor Bardem: estar dispuesto a sacrificarlo todo, incluso la propia vida, por aquello que crees que es justo. Lo suyo, señor Bardem, es solo sectarismo. Y sectarismo cobarde, además: porque se permite Vd el lujo de opinar desde su vida de lujo, para luego echarse atrás cuando ve las consecuencias que para Vd puede tener el ofender a los demás de manera gratuita.
Esa es la diferencia entre Alfred Evans y Vd, señor Bardem: Alfred Evans se supo ganar el respeto incluso de aquellos que inicialmente lo consideraban tan solo un cobarde, mientras que Vd ha perdido, con su cobardía, el respeto de todo el mundo.
Porque ha quedado Vd mal con todo el mundo a la vez, señor Bardem. Y mira que es difícil.