La carta dominical de Pedro J. analiza hoy la actitud de Zapatero en el tema de la negociación con ETA, trazando un paralelismo con el argumento de "El séptimo sello", la película del fallecido Ingmar Bergman. En la película, el caballero Block entabla una partida de ajedrez con la Muerte, empeñada en asolar el país con una epidemia de peste incontenible.
Vaya por delante que considero a Ingmar Bergman un auténtico coñazo. Ya, ya sé que con eso dejo clara mi incultura en temas cinematográficos, pero puestos a volver a ver una película, confieso que preferiría reírme de nuevo con "Tira a mamá del tren", la genial reconstrucción del clásico de Hitchcock "Extraños en un tren" efectuada por Dani de Vito, que volver a soportar todos los insoportables gritos y susurros.
Pero, dejando a un lado mi anti-bergmanismo, he de decir que disiento absolutamente de la tesis de Pedro J., que se esfuerza de nuevo en tratar de vendernos la idea de un Zapatero bienintencionado, engañado por una ETA que juega al póker de sangre (al ajedrez, según el paralelismo cinematográfico) mejor que él. Ese Zapatero que Pedro J. nos presenta es ingenuo, pero honesto; está equivocado en los métodos, pero sus fines son los adecuados; es imprudente, pero le anima una honrosa voluntad de acabar con el fenómeno terrorista.
El retrato de Zapatero en la carta dominical no puede ser más benévolo. El consejo, no puede ser más evidente: no juegues con la Muerte, que domina los secretos del ajedrez mejor que tú.
El problema de esa estampa benévola es que choca frontalmente con la dura realidad. No cabe pintar a un Zapatero bienintencionado allí donde todos recordamos a un sujeto hasta tal punto carente de empatía como para replicarle a una víctima del terrorismo trayendo a colación el recuerdo de su abuelo muerto en una guerra olvidada. No cabe aceptar la imagen de un Zapatero ingenuo, pero honesto, cuando en esa supuesta lucha contra sus interlocutores etarras Zapatero ha rehuido, en todo momento, el acuerdo con los únicos (el PP) que verdaderamente manifiestan ese deseo de acabar con ETA que supuestamente animaría al osado presidente. No cabe pensar en un Zapatero cuyos fines son honrosos cuando evocamos la imagen de crispación de su cara al negarse a condenar por tres veces, en la Comisión del 11-M, la orgía fascistoide que su propio partido convocó a las puertas de las sedes del PP, en plena jornada de reflexión previa a su victoria electoral.
Lo que la memoria de los gestos nos presenta es un Zapatero que ni es ingenuo, ni es bienintencionado, ni está movido por fines honorables.
Pero no son sólo las imágenes lo que distancia al Zapatero real de esa benévola caricatura que Pedro J. nos presenta: lo que fundamentalmente falla es el propio razonamiento lógico. Porque el retrato que Pedro J. esboza es el de un Zapatero empeñado en una dura lucha contra el monstruo etarra. Pero, al trazar ese retrato, Pedro J. realiza, y pretende que realicemos, un ejercicio de olvido histórico en el que los trazos de la acuarela intentan ocultar un dato fundamental: que cuando Zapatero accede al poder, esa banda terrorista con la que ahora supuestamente se enfrenta estaba agonizando. Y que, como pasa con los bomberos pirómanos, ese monstruo contra el que Zapatero lucha ahora en el retrato es precisamente el mismo que el propio Zapatero ayudó a resucitar en las viñetas anteriores.
Pero es que, además, aún cuando admitiéramos que no existen viñetas anteriores para poner el cuadro en contexto; aún cuando admitiéramos esa buena voluntad de la que Zapatero, según Pedro J., estaría animado, la conclusión que se desprende de la semblanza ("tratemos de enmendarle, porque está equivocado, pero es honesto") seguiría siendo profundamente errónea. Y lo sería porque, a la hora de dirigir un país, y más si ese país tiene planteadas amenazas como las que se ciernen sobre el nuestro, la ingenuidad o la estupidez son crímenes tan imperdonables como la pura y dura maldad. Un imbécil puede llegar a ser tan peligroso como un malvado; a veces más. Aunque sólo sea porque el malvado entiende la amenaza y el peligro que a él mismo le afectan, mientras que un imbécil es capaz de despeñar el tren con todos los pasajeros dentro, incluido él mismo. Así que, si uno ha llegado a la conclusión de que estamos gobernados por un presidente ingenuo o estúpido, lo único que cabe reclamar, por puro instinto de conservación, es su inmediato abandono del cargo.
Resulta desconcertante. ¿Por qué Pedro J., que es un hombre inteligente, trata de vendernos esa estampa de Zapatero, pintándonoslo como una especie de cándido cruce genético entre la monja alférez y Chiquito de la Calzada? Está claro que no espera que le compremos la mercancía, lo cual indica que el destinatario del mensaje no somos nosotros. Pero entonces, ¿quién es ese destinatario?
La respuesta, como siempre con Pedro J., no resulta evidente. Quien verdaderamente juega bien al ajedrez no es la Muerte, ni tampoco ese Zapatero disfrazado de caballero Block que la carta dominical retrata. Quien verdaderamente juega bien al ajedrez es Pedro J.