Now is the winter of our discontent
Made glorious summer by this sun of York;
Shakespeare, Ricardo III
ETA da de plazo a Zapatero hasta el invierno
El capitán Zapatero vuelve su vista atrás y contempla lo que resta de su cada vez más menguado ejército: apenas ya un puñado de fieles renqueantes, encorvados por el frío y por el peso de los pertrechos. Sus ojos se fijan en el sargento Blanco: ha perdido las botas hace semanas y cubre sus pies con jirones de una bandera. El sargento camina con los ojos hundidos en la senda que otras pisadas han abierto delante suyo. Pocos son ya los que se atreven a levantar la cabeza: ¿qué sentido tiene, si la estepa interminable que les queda por recorrer es tan igual a la estepa interminable que llevan meses recorriendo? Nada hay delante suyo que no hayan visto previamente.
Los recuerdos de esa larga marcha asaltan al capitán Zapatero. El frío y el hambre han atacado sus sentidos hasta el punto de provocarle, desde hace ya varios días, ensoñaciones donde sus propias vivencias se mezclan con imágenes de ejércitos napoleónicos diezmados entre la nieve rusa dos siglos atrás y espejismos de tanques alemanes cubiertos de una capa de hielo.
Recuerda el acoso constante de los guerrilleros "borrokos" en las últimas semanas: más de 200 ataques que dejaron tras de sí vehículos calcinados, esperanzas quebrantadas, deserciones... La moral de la tropa no puede estar más baja. No hay día que pase en que no se queden por el camino un par de hombres, rendidos de fatiga y agotada ya su capacidad de resistencia. Así cayeron los tenientes Bono e Ibarra y el alférez Vázquez. No hay noche que transcurra sin que cuatro o cinco hombres aprovechen las sombras para dar media vuelta, para huir de una locura que cada vez comprenden menos. La última batalla, a las afueras de Barcelona, ha sido desastrosa. Ha perdido uno de cada cuatro efectivos en la refriega.
El capitán Zapatero se detiene para colocarse mejor, debajo del capote, las hojas arrancadas de un ejemplar de la Constitución Española. Pero ni siquiera ese forro improvisado consigue ya que el frío no traspase los jirones a los que su ropa se ha visto reducida. La lejanía, cada vez mayor, de sus bases, impide que los pertrechos y los víveres lleguen como antes.
En realidad, no puede reprochar a sus hombres que decidan desertar. Ha tratado de venderles que los conducía a una paz gloriosa, pero cada vez va quedando más claro que el enemigo no aceptará transacción alguna y que no queda otra salida que entregarse con armas y bagajes.
Por las noches, después de excavar un agujero en el suelo donde guarecerse de la ventisca, los hombres murmuran y recuerdan sus casas y a sus familias. Recuerdan también a los compañeros que decidieron no seguir los pasos de Zapatero y permanecieron fieles al ordenamiento constitucional. Recuerdan cómo hay gente, todavía, que no teme la llegada de este invierno inclemente, ciego e inmisericorde que parece ocupar cada lugar de estas estepas.
Después, algunos hombres consiguen conciliar el sueño. Otros sólo esperan que las sombras de la noche se hagan cada vez más espesas. Entonces, en silencio, se levantan para alejarse con sigilo, buscando una puerta al verano.